Vista aérea de la Plaza Mayor de Cacabelos en los años 60 del pasado siglo |
¿Por qué volvemos?
Camino García Balboa
Nos hemos ido, o nos han nacido, algo lejos de nuestros pueblos, pero hemos vuelto a ellos desde niños, todos los veranos, cuando el veraneo no era otra cosa sino ir al pueblo, el que fuera de playa pues dichoso él, pero los que éramos de campo, al campo. Yo tuve la fortuna de ser descendiente de familia de pueblo con río, ¡y menudo río! Salíamos en bici por la mañana, en las entrañables BH, sin casco, sin rodilleras, bueno sí, con una versión distinta de rodilleras: las costras de caídas anteriores que nos iban protegiendo la piel. Raro era el que tenía luces, pues los cables de las bobinas se estropeaban tanto; y había algunos que no llevaban ni frenos. Pero nuestras madres no se preocupaban en exceso por nuestras salidas; no llevábamos móvil, no sabían exactamente dónde estábamos, vamos, que no tenían problema por no conocer cuál era la posición geológica exacta, sabían que a la hora de comer volvíamos a casa hambrientos y deseando salir otra vez para volver al río.
Actual playa fluvial del Cúa en Cacabelos
Los chicos se tiraban desde el puente, los más avezados de cabeza, y las chavalas nos lavábamos el pelo en el agua porque se decía que quedaba muy brillante. El concepto de daño ambiental todavía no lo habíamos aprendido. Comíamos unos buenos bocadillos en la orilla de la playa fluvial, y si había suerte, mirábamos a los del grupo de piragüistas mientras practicaban – aquellos no entrenaban; remaban- río arriba río abajo, porque algunos eran muy guapos.
Volvíamos a casa a las ocho para cambiarnos, ponernos guapas y salir de nuevo en bicicleta hasta el poyo, la plaza o el parque; allí nos veíamos con los chicos, de manera natural esto iba de “chicos” por un lao y “chicas” por otro. El prototipo de virilidad se lo llevaba el que llevaba el sillín de la bici más alto, y el que iba más deprisa. Nos conocíamos los colores de las bicis de todos y las marcas, que iban de Orbea a BH y de BH a Orbea.
En las verbenas de las fiestas se llevaba aquello de “pedir bailar”: “¿bailas?”, y todo lo que suponía: que no te sacara nadie; que el que te gustaba estuviera bailando con otra; que ¡te sacaran! Y a mí me encantaría que a estas alturas alguien aún “me pidiera baile”.
Luego empezó la discoteca; y después nos fuimos echando novios. Algunos de los que éramos de fuera les invitábamos en alguna ocasión a pasar unos días en el pueblo, pero yo reconozco que se me hacía una pesadez: me quitaban libertad y tenía que estar pendiente de ellos.
Luego nos casamos y algunos tuvimos la nostalgia de venir a hacerlo aquí. Encantados los invitados: ¡qué pueblo tan bonito! Y ¡qué bien se come!
Los Poliñeiros, zona de paso para ir a Espanillo
Después nacieron nuestros hijos, a los que hemos ido trayendo con la ilusión de que enraizaran también aquí; pero yo no he debido de saber hacerlo, porque así como al principio, de pequeños, venían dichosos, debe ser que de tanto llevarlos al río de Quilós, en bicicleta a Espanillo y a jugar en el jardín, -hijo, para qué vamos a salir con lo bien que se está en casa-, no propicié que el niño socializara, y no sé qué pasa ahora que no es tan fácil lo de hacerse pandilla, tan diferente de nuestra infancia en que a pesar de vivir sin teléfono, con naturalidad habíamos hecho nuestras amigas.
Espanillo, lacalidad de Arganza que cita Camino en sus recuerdos
También hemos vuelto a enterrar a nuestros padres, y aunque triste, me conforta que mi madre descanse donde ella siempre quiso y también tener una referencia física, un lugar al que ir a hablarle y llevarle esas flores –alguna vez sólo encontré unas ramas de vid- para que no me reproche desde el Cielo: “no tendré quién me rece un Padrenuestro”.
¿Y por qué volvemos? Por esa calle, por ese acento, por ese olor, por la niebla del invierno, por el recuerdo que irremediablemente está adherido a la piel y demanda, de vez en cuando, tomar contacto de este pueblo. Pues nuestra nostalgia no precisa de otros pueblos, ni de casas rurales, ni de hoteles con encanto, más aún al contrario: demanda volver a la casa del pueblo. A coger mi bici –ahora un poco más moderna- y a hacer siempre los mismos recorridos. ¿Por qué los mismos, hija? Porque quiero. Porque son los que me gustan. Porque siempre están distintos mis paseos. Porque en verano si me da la gana me baño en el río; y en invierno, me congelo. Porque el recorrido Cacabelos, Quilós, Villabuena y Arborbuena le da mil vueltas a las sendas ecológicas de no sé dónde; y porque si falto alguna vez, y le soy infiel a mi pueblo con otras plazas, con otros campos, muy parques naturales, muy reconocidos espacios naturales, siempre pienso: ¿pero qué tiene esto de especial?; ¡qué hago que no estoy en mi pueblo!
Decía en un comentario anterior que era una reseña bella por su sencillez, por su nostálgica querencia. Y con este último quiero añadir que también porque nos transporta a un tiempo más lento, en el que se sentía el paso de sus instantes, el vivir, en el que un paseo de 4 km, vivido cada centímetro, al pequeño meandro de un río nada tenía, ni tiene, que envidiar a los sobrevalorados grandes viajes de hoy. Es bello porque nos lleva a un tiempo en el que aún se valoraba la importancia de la cotidianeidad y de las relaciones naturales entre las personas. Y porque, a todos los que tenemos pueblo, con todo lo profundo que dicha palabra encierra, nos transporta al pasado para gozar de unos deliciosos momentos de "saudade".
ResponderEliminarAmén a todo
ResponderEliminarAmén
ResponderEliminar¿Qué quieres decir exactamente,?
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