sábado, 13 de febrero de 2021

El origen de las palomitas de las Candelas: Francisco, Indalecio y Manola “La panadera” en el recuerdo

 

El ORIGEN DE “LAS PALOMITAS DE LAS CANDELAS”

 

Francisco, Indalecio y Manola “La panadera”-, en el recuerdo

Palomitas y cuernos fueron las figuras originales que iniciaron la tradición

 Palomitas dentro del horno de La Espiga, años 60
 



Antes de contar la pequeña historia de “Las palomitas de las Candelas” –sus queridas Palomitas-, de Francisco, de Indalecio y familia.

Antes de reiterar las gracias, ahora públicamente, a D. Jesús –nuestro párroco - y a las personas que pudieron acompañarla en su último viaje.

Antes de disculparme nuevamente ante quienes les hubiese gustado despedirla y rápidas decisiones lo impidieron.

Antes, pues, de contar esta pequeña historia de unas buenas, humildes y generosas personas de este pueblo que están en el origen de “Las palomitas de las Candelas”, quiero agradecer a Carlos de Francisco por permitirme desde este espacio, su ventana, escribir, con el alma quebrada y llena de su amor que repartió a raudales en el tiempo y más allá de los inicios de las Palomitas, sobre quién fue su primera difusora: Manola “la panadera”, maestra de las Palomitas de las Candelas.

Permítanme este gesto ahora que aún están próximas tan excepcionales fechas: las Candelas y su cabo de año, en este tiempo de dramática y dura pandemia que exigió una celebración atenuada, con la bendición de los panes en las panaderías por las que se pasó D. Jesús y también posponer la misa del primer aniversario de Manolita para cuando aminore el riesgo –nunca querría Manola que su recuerdo pudiese ser motivo de daño-.

Deseo insistir en hacer públicas las ya reiteradas gracias a las personas que, aún siendo tiempo de comida y sobremesa, acudieron a despedirla y a D. Jesús por hacer el esfuerzo en un día tan complicado para él, el día de la bendición de los panes, por rezar por Manolita, la panadera.

Disculpas, reiteradas y públicas también, a todas aquellas personas que les hubiese gustado participar en sus exequias y que por rápidas y sentidas decisiones no se enteraron o no pudieron acudir al estar muy ocupados fabricando las palomitas que a ella tanto le gustaban –¡Para ella, no cabría mejor gesto de respeto y cariño!¡Era su día! ¡Tal vez lo eligió! Desconozco si su Nazareno, su Virgen –tan devota-, su destino, las constelaciones y, en especial, su gran sabiduría humana decidieron unirse para ayudarla a partir el día antes de Las Candelas, su adorada bendición de las Palomitas, figuras que su querido padre Indalecio Yebra Castellanos, panadero de esta villa, creó con la ayuda de un panadero portugués.

Mejor contar esta pequeña historia con cierto orden cronológico. De mi investigación, abierta a matizaciones desde el buen conocimiento y la justa memoria, entiendo que la tradición de llevar a bendecir un trozo de pan al Santuario de Ntra. Sra. de las Angustias se remonta mucho más allá de las actuales figuras. Cuando se fue Manola, me contaba el buen amigo Ambrosio y otras personas nacidas en la década de los 40 y antes que de niños llevaban a bendecir en un atillo un gran pedazo de pan de la hogaza familiar; para luego comerlo, repartiéndolo entre todos los miembros de la casa incluyendo también a los animales de trabajo o cría. Estaban, así, todos protegidos en una época de grandes dificultades -¿Cómo perder una gallina, un cerdo?-. Me indican, también, los ayer niños, quintos del 40, que había algunos, los menos, que llevaban panecillos de pan blanco, auténticas y sencillas joyas gastronómicas en duros tiempos de postguerra, que, luego, en casa acompañaban con chorizo. ¡Se democratizaron los chorizos!

En muchas ocasiones oí decir a Manola que había sido su padre, Indalecio Yebra Castellanos responsable de la panadería “La Castellana” situada en la calle Peregrinos –hoy panadería Pablo- con la ayuda de un panadero portugués quienes crearon las Palomitas de las Candelas. El portugués, maestro de Indalecio y de más gente –me explica su nieto- en el arte de hacer buen pan, era quien conocía la preparación de la masa bregada, masa más dura, que necesitan las palomitas para poder darles sus particulares formas. A finales de la década de los años 40 ó comienzos de los 50, Indalecio decidió hacer, además de panecillos, unas figuritas para regalar a los niños y son ellos, los niños y niñas de esta villa, quienes en años sucesivos pedían las palomitas para ir a bendecirlas al Santuario de las Angustias. Figuras que en principio sólo fueron cuernos y palomas por lo que tomaron, de estas últimas el sobrenombre de “Las palomitas de las Candelas”.

 Indalecio, el panadero, no lo hizo solo, contó, como oímos decir siempre a sus hijas Luchi, Maruja y Manola, con los conocimientos e inestimable saber hacer de un panadero de origen portugués que -siguiendo una primera línea de investigación con alta probabilidad de certeza- fue Francisco Jorge Berozo, abuelo de Manuel Rodríguez, “profe” de Historia y una de las amables y significativas memorias de esta villa, y de José Antonio, “El Niño”, auténtico representante de la historia bodeguera de Cacabelos. Buceando en la amplia memoria de Manuel – quién por su cercanía, seguro dejo el Don por un cálido y cariñoso respeto- me comenta que su abuelo Francisco era panadero y portugués. Cree, Manuel, haber oído a su madre que sus abuelos maternos –Lucía y Francisco-, es posible, regentaron la panadería de la calle Peregrinos antes que Indalecio en el primer quinquenio de los años 20 del pasado siglo para luego dedicarse a la hostelería.

 Indalecio se hizo panadero en torno a esa misma tercera década, cuando se casa con Manuela Vázquez García, única hija y heredera de sus propietarios –Antonio y Genara anteriores panaderos- y después de haber sobrevivido, no sin consecuencias, a las escaramuzas del caudillo rifeño Abd el- Krim en el norte de África – relataba su querido yerno Jesús Valcarce, Suso-. Tal vez contó Indalecio con un buen maestro panadero, Francisco –el misterioso panadero portugués- que según su nieto “el profe” enviudó y se casó en terceras nupcias con Teresa “la churrera”, bondadosa mujer, muy querida y cercana a toda la amplia familia de Indalecio.

 Esta línea de investigación –innecesaria si le hubiésemos preguntado a tiempo a Suso- para poner nombre al bueno del portugués es abalada por la coincidencia en las fechas en que se crean las palomitas y que Francisco traba mayor relación de amistad con Indalecio al casarse, ya mayores, con Teresa, la churrera, quien ayudó a Manuela, su esposa, a criar a sus hijas-. Confirman esta idea, vecinas, hoy nonagenarias, como Adoración Fernández –agradecemos su especial esfuerzo de memoria-, suegra de Pablo por ser la mamá de su querida Toñita, quién recuerda ver a Francisco trabajar en la panadería de Indalecio.

Quiero reflejar, también, que existe otra línea de búsqueda para poner nombre al bueno del portugués; ésta realizada por otra nieta de Indalecio, Mª Luisa –oriunda de Cacabelos, boliviana de adopción- que entiende que es un ayudante anónimo de origen portugués quien enseña a Indalecio la brega del pan. Aún por pequeña que fuese la probabilidad de poner nombre al portugués, optamos por el bueno de Francisco al entender que, a Indalecio, hombre justo, le hubiese gustado compartir con él la creación de las palomitas: hermanando el saber de Portugal con la creatividad del Bierzo. Superadas ya necias soberbias con los vecinos históricos de esta piel de toro, mal que le pese a cierta y engreída élite de tragadores de calçots afectados por vientos de Tramontana, entre otras.

Indalecio, de cariñoso mote “Camiseta” porque siempre salía a la plaza a compartir un chato de tal guisa -palabras de su yerno, Suso, en nuestra memoria-, era un hombre afable, muy trabajador y emprendedor como así lo recordaban muchas personas que compartieron tiempo con él. ¡Qué bien se comía en casa de Indalecio! -comentaban trabajadores que disfrutaron de su mesa con su amplia familia-.

Hace pocos días nos contaba Mari, nieta de Indalecio por ser la hija mayor de Maruja –querida tía-, alma de la genuina y exquisita “Casa Gato”, una anécdota de la amable Teresa “La Churrera” y de su trabajadora madre, Maruja. Maruja animó a Teresa a hacer churros con chocolate para la fiesta de Fin de Año en el casino del pueblo. Al tener que freír muchos y –seguro- ricos churros, la buena de la tía Maruja rompió tres costillas a causa del enorme esfuerzo realizado en el manejo de la máquina manual de churrería.

¡Fuertes mujeres de aquella época! Chocolate con churros para servir en la fiesta del casino de Miguel de Paz, primer casino de Cacabelos -comenta su amable sobrina Terina-. En las proximidades de dicho casino, decían que, en anteriores años - años sombríos, bárbaros y sangrientos -hubo un cine  y un baile –luego, mueblería Uría- organizado por Hermógenes Rodríguez y Carmen Valcarce. Falleció muy pronto el emprendedor Hermógenes,  el muy querido cuñado de Suso que antes de ser maestro y panadero fue portero y donde su querida Manolita, demasiado jovencita, trataba de convencerle para que le dejase pasar a echar unos bailes. Tal vez, comenzó así Manolita, sin saberlo, a cultivar romances en el corazón y carácter fuerte, pero generoso y tierno, de su querido Suso. A Barcelona, apresurado, tuvo que ir Suso cual don Quijote a reclamar a su dama y evitar que el histórico Pichichi del Barcelona –hasta llegar a Messí- de origen leonés, César Rodríguez, la impresionase en paseos por las Ramblas y el Tibidabo.

Manolita y su amiga leonesa con tres buenos mozos; delante de Manolita, el Pichichi del Barça, César Rodríguez, cca. año 46 ó 47


 

Años 60. Suso y Pajuela –amigo y profesor en el arte de conducir de Suso, el panadero- en el reparto, hogazas de 4 kg.

Siguiendo la historia de las palomitas, recordaba Celia Rodríguez Yebra, la nieta mayor de Indalecio e hija de Lucita –querida tía Luchi-, que su abuelo se inspiró para crear las palomitas en un viaje por una capital de la cornisa cantábrica. Era Lucita, cariñosamente Luchi, especialista, junto a su hermana Manola y la abuela Manuela en hacer las difíciles figuras de los cuernos, aunque, recogiendo las observaciones de Pablo delante de los restos mortales de Manola, –nadie mejor que él, para valorarlo-, las mejores figuras de los cuernos las hacía la abuela Manuela. 

Suso, Manolita, Adelina, Félix (sentados a la izquierda), detrás Albertín, Luchi y Celia. En el centro la abuela Manuela. De pie al fondo Lelita y Paco. Sentados a la derecha Manolo Gato, Maruja y Mª Carmen. El camarero es Pepe Luna, el padre de Fonfo. La foto es del 4 de enero de 1957

El abuelo Indalecio falleció joven el 27 de septiembre de 1954 y fue su hija Manola quien heredó sus conocimientos en panadería y, también, como todas sus hijas, su bondad. Manolita recoge el testigo de su padre junto a su madre y hermanos pequeños: Indalecio, “Titos”, y Mª Carmen. Sus otras hermanas ya habían abandonado el nido familiar.

Celia Rodríguez Yebra en la Espiga a punto de cocer una Palomita, año 63

Indalecio Junior, “Titos”, Mayo 55
 

Tras un tiempo de transición, Manolita y su esposo Suso se hacen cargo de la panadería “La Castellana”; para ello, Jesús Valcarce –Suso- debe renunciar a la profesión que por vocación había estudiado, maestro. En anteriores años había sido maestro y director de la academia “Gil y Carrasco” y su suerte –según sus palabras suena en el eco de su entrañable recuerdo- fue tener un suegro panadero y una mujer muy trabajadora para darle de comer a su hija mayor. Él no lo conseguía con la academia que dirigía tras pagar al extraordinario Equipo Docente con el que contaba y por las dificultades de abono de las clases y su empeño y paciencia para que los padres con dificultades económicas no sacasen a sus hijos de la academia hasta conseguir los aprendizajes básicos –leer, escribir y, sin olvidar, las cuentas- nos contaba Aira de San Juan, un alumno emocionado que le hizo bajar del coche a grito “mi maestro”-.

  Decía Aniceto, sobresaliente alumno, que la academia “Gil y Carrasco” era ejemplo vivo de la película: “La lengua de las mariposas” –A D. Jesús, comprometido con su profesión, le hubiese justado oír eso tanto como le gustó oírlo a su hija pequeña-. En su singladura por Madrid, ejerció Suso en barrios deprimidos de la capital y al jubilarse, en el homenaje de sus compañeros del C.P. “Los Cármenes” –Carabanchel-, la directora pidió para él la medalla de Alfonso X el Sabio; imposible de concedérsela por sus pocos años de docencia al trabajar de panadero en la época de: “pasas más hambre que un maestro de escuela”. Abnegados maestros que sobrevivían y llegaban a fin de mes gracias a los obsequios de los padres de sus alumnos –unos huevos de unas, unas castañas de otros…-

 

En la Espiga, Manola, la Nena, Celia –hija de Luchi- y Tere “La sillera”, año 63

Manolita y Suso llevaron las dos panaderías: panadería “La castellana” herencia de Indalecio y Manuela y “La espiga de oro” de creación propia en torno al año 57 con la ayuda de algún prestamista de Magaz de Arriba que cedían su dinero a un módico 21% de interés. ¡Quejémonos hoy! Es, pues, Manolita “la panadera”, alma y corazón de las panaderías, quién con su equipo de trabajo y ayuda de su familia –hermana Luchi, sobrina Celia y amigas, Lupe y Balbás, de su hija-, amplía las figuras de las palomitas añadiendo coronas, piñas y trenzas de tres y cuatro brazos. Especialista en la trenza de cuatro brazos era una entrañable y cariñosa mujer de esta villa, Divina –familiar de Blanca y José Landeira-. La especialidad exclusiva de Alberto Rodríguez Bárcena, tío Alberto, era venir, ya en los últimos años de las palomitas con Manola al frente de su Espiga, a que su mujer, Luchi, o su cuñada, Manola, le cocieran unos chorizos envueltos en masa bregada para la merienda, siendo de los primeros en degustar en Cacabelos un “bollu preñao”, probablemente, influido por su gran conexión con Asturias.

Año 64. Suso y su fantástico equipo: Liso, Suso, Carlos, el de Argentina, y las más guapas: Luly –la de Luchi- de golfilla y la flamenca – hermano de Liso-

 Quisiera dar finalmente las gracias -también por su ayuda en la investigación para nombrar al portugués- a Pablo –panadería Pablo-, gran conocedor desde jovencito de Manola y primer continuador de la maestría de Francisco, Indalecio y, en especial, de Manola –uno de sus alumnos más despierto y trabajador, a la vista de su bien hacer año tras año-, quién, después de expresar su malestar por la prontitud del sepelio de Manola y delante de ella en el tanatorio, reconoció que el día de Las Candelas era el mejor de los días para acompañarla con sus queridas palomitas hasta su última, gélida y triste morada para luego llevarlas a bendecir ante su amada Virgen de la Quinta Angustia como manda la tradición de Cacabelos.

¡Qué mejor gesto de respeto para Manola que los panaderos continúen haciéndolas y que los vecinos de Cacabelos, Quilós y Magaz de Abajo –donde las sigue haciendo otro de sus alumnos, Modesto- sigan llevándolas a bendecir. También agradecer a Vitorino, panadería “Flor de El Bierzo”, quien después de expresar su pesar por la perdida de Manola, añadía que fue ella quién les enseñó a hacer estas figuras. No quisiera dejar de mencionar en este momento a la “tía Isabel -sobrina que, por circunstancias adversas, se crió con la bisabuela Regina y su hija Manuela- y al tío Saturno”, como los llamaba cariñosamente Manola, quiénes junto a su familia desde su panadería, panadería Rodríguez, hoy panadería “Pilar”, fueron también primeros divulgadores de la inicial creación de Indalecio y de Francisco

Llegado este punto, quiero disculparme ante el paciente lector por la extensión de este escrito que sigue la cronología de investigación y requería de detalles para matizar argumentos, fechas y autorías, algo dispersos por la lamentable perdida de sus principales actores debido al inexorable paso del tiempo; y que pudiera, definitivamente, perderse en la noche de las esforzadas generaciones que, tristemente, se nos están yendo aún más rápido por este mortal virus que nos mata, nos amenaza y nos colapsa. Amplitud, también, para subsanar, con el peso de las memorias y argumentos de los que amablemente contestaron a mis preguntas, algún comentario erróneo –como le toco aclarar a quién suscribe, las observaciones equivocadas de una villafranquina- sobre el origen de la bendición de los panes en la tradición de Cacabelos y, a falta de comprobar, único origen en la zona del Bierzo.

Dejar definitivamente puesto el nombre a quienes, siguiendo esa tradición, crearon las palomitas –Indalecio y Francisco- y quien continuó con la enseñanza de su legado: Manola.

¡Quiero pedir disculpas, desde el tranquilo, hermoso y justo lugar donde esté, a Manola, Manolita “La panadera”! No quería Manolita ser protagonista de nada, le gustó vivir sin hacer ruido, sin necesidad de laureles, al igual que su marido Suso –D. Jesús-, quienes se sentían dichosos con el cariño y animada sonrisa, a su paso, de los sencillos y humildes que sintieron su calor y su abrazo comprensivo, comprometido y solidario                    

Aprovecho, también, para dar públicas gracias a todas las personas que a lo largo de estos años de despedida me han ido describiendo, desgranando con sus intensas, emocionadas y sencillas experiencias, el corazón amable de Manolita, la panadera, mi admirada y adorada madre… ¡Qué orgullosa me siento de ser tu hija, vuestra hija!

Quiero recordar, con el beneplácito y paciencia de Carlos de Francisco y los lectores, a todas aquellas mujeres emprendedoras, alma y corazón de sus empresas que llevaron con la ayuda de sus maridos, como no podía ser de otra forma en aquella época.

 Por último, agradecer a todas las personas que me ayudaron e informaron para construir esta pequeña historia por su amabilidad y paciencia.

Francisco Jorge Berozo, el portugués

 
Indalecio y la hija mayor de Manolita, Loli/1953

Manola con su sobrina Celia/1947


A Francisco e Indalecio.

A Liso, hoy tristemente,

y

A Manolita “La panadera”.

Tu hija.