DANIEL PERAL
Por Antonio Esteban
Daniel Peral -lo digo de antemano- no tiene parentesco alguno con José Luís
Perales. Apostaría -y no me gusta apostar-
que Daniel nunca oyó hablar de José Luís entre otras cosas porque se ocupaba
únicamente de los suyo y lo suyo era trabajar las viñas y cumplir su jornada
laboral en la Térmica, en Ponferrada, en donde gozaba de la confianza de sus
jefes. Posiblemente si José Luís y Daniel se hubiese conocido Perales hubiera
compuesto alguna canción al vino de Peral.
Daniel vivía en Quilós y su pequeña bodega era lugar de
reunión para amigos que degustaban, en amena conversación, unas rodajas de
chorizo de la tierra y un vaso de buen vino, criado en cuba de madera de
moral. Su vino adquirió fama lejos de
aquí y eran muchos los amigos de sus amigos que lo solicitaban.
Buena herencia -el vino-
para su hijo que sigue elaborándolo como lo elaboraba su padre. Lo dice,
claramente, en sus botellas: “Este vino
de excelente paladar es uno de los grandes retos que tengo asumidos en mi pequeña
bodega. Trabajo mis viñedos sin usar herbicidas ni productos sistémicos”.
“Sigo arando la tierra
como siempre se hizo y abonándola con materia orgánica y mi filosofía sigue
siendo la misma que emplearon mis antepasados”.
“Eso es el verdadero camino de lo
auténtico. No hay otro”.
Y acierta.
No lo hay.
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