La carretera General, como la llámabos antes, la antigua Nacional VI |
LUGARES EMBLEMÁTICOS DE NUESTRO PUEBLO Y ALREDEDORES
9. La Carretera General (y 3)
Por Pepe Couceiro
En nuestro placentero e incesante caminar nos encontraríamos
con el local de Productos Peña, donde
más tarde se ubicó la tienda del butano y la sastrería de D. Luis y Dª Teresa.
De esta familia conocí muy bien al menor de sus dos hijos (Luis y Raúl). La
irrepetible personalidad de mi amigo y entrañable Raúl no debería faltar en ningún
pueblo, transmitiendo auténticas ganas de vivir con sus originales ocurrencias
que siempre nos hacían sonreír y, de vez en cuando, erigiéndose en el mejor
valedor de las personas indefensas.
Más allá se localizaba el local del frente de juventudes en donde, hasta hace poco, se hallaba el
taller de Pepe Costero. Después de la casa de D. Jesús El Carretón y de
Dª. Antonia, padres de nuestro amigo Suso, llegábamos a un lugar que podría
considerarse el santo y seña del
entretenimiento en la vida de muchos vecinos del pueblo, el legendario y
siempre eterno Cine Litán.
El Cine Litán (ver
fotografías) era uno de los locales más alejados del centro del pueblo y,
probablemente, el que más vecinos recuerdan por la trascendencia que tuvo en
sus existencias. No en vano fue, hasta que se inauguró el Cine Faba, el centro neurálgico en el que se hacían realidad
nuestros más bellos sueños y donde el baile se convirtió en la forma más
agradable de establecer relaciones de pareja por la vía rápida.
Desde tiempos remotos este prodigioso espacio simbolizó para
muchos, sobre todo en la niñez, el mayor generador de fantasías de su vida. Aplicando
una tecnología desconocida a esa edad y con tan solo observar atentamente aquella
grandiosa lona blanca, viajábamos por mil y un países sin movernos de los
asientos, sentíamos el calor del desierto, el frío polar o luchábamos como
héroes inmortales contra toda clase de villanos en todo tipo de aventuras. A
esa temprana edad nuestra naciente, pero incansable mente se hacía preguntas sin
parar sobre lo que presenciaba delante de aquel bastidor. El caso es que gracias
al cine supimos que había otros mundos aparte del nuestro, tan pequeño y
limitado en aquella fase de nuestra vida.
La fachada del Cine Litán en el año 1946, con uno de los dos expositores permanentes donde se anunciaba con lechada de cal los espectáculos. Foto de Manolo Rodríguez. |
D. Luis Litán era propietario, además del cine, de las pistas
de baile adyacentes (ver fotografía). En ellas, tocaban en directo grupos
musicales de los alrededores canciones del momento, si no recuerdo mal, los
domingos y festivos.
Anuncio del Programa de la Pascua de 1945 en el que se inauguraba la pista de baile. Foto de Manolo Rodríguez. |
En ese agradable lugar muchos de nuestros vecinos encontraron
el suficiente estímulo amoroso para dar vida a no pocos infantes de no pocas generaciones.
Mi madre nos solía contar una romántica historia relacionada con
aquellas canciones que, en forma de pasodobles, surgían de aquella pista y que,
como placenteras ondas eran transportadas suavemente por el viento hasta la
casa de mi querida abuela Dª. Dolores (la pulpera). Y allí, en un alargado corredor
al aire libre, en las cálidas y estrelladas noches del verano, bajo la única
luz de una hermosa luna llena, sus cuatro hijos en la plenitud de su
adolescencia (Maruja, Elisa, Pepe y Lolo), eran felices cuando llegaban los
domingos y, con sus mejores galas, se ponían a danzar al son de aquellas
melodías que retornaban desde la lejanía y con las que iban perfeccionando sus
iniciales y todavía imperfectos pasos de baile.
Un joven D. Luis Litán en la pista de baile de verano acompañado por su cuñado D. Manuel El Chusco en 1946. Fotografía de Pilar Sernández. |
El Sr. Mediavilla,
el legendario cámara del cine litán, era una persona que dominaba las pequeñas
reparaciones como nadie. No era infrecuente que, en los días de tormenta,
incluso en los despejados, se acabara yendo la luz en todo el pueblo, y cuando
esto ocurría, percibíamos algunos fotogramas envueltos en llamas o cuando
aparecía el séptimo de caballería al rescate, la gente del gallinero se ponía a
aporrear el suelo rítmicamente. En el caso de avería toda la sala se acababa
uniendo para repetir: ¡Mediavilla!, ¡Mediavilla! A los pocos minutos todo
volvía a la normalidad como si nada hubiera ocurrido. Nuestro admirado MacGyver particular había vuelto a obrar
un nuevo milagro reparando prestamente el desperfecto.
Un joven D. Luis Litán en la sala de proyección, probablemente alrededor de 1960 |
De esta forma tan original anunciaba D. Luis Litán sus más
destacadas películas en 1948. Una pequeña y atractiva tarjeta en la que, por un
lado, mostraba el cartel de la película y, en su reverso, el nombre del cine
donde la echaban, la fecha y el horario de sesiones. Me acuerdo cuán valiosos
eran entonces esos cartones en los juegos que frecuentemente practicábamos
entre nosotros.
A esa temprana edad pocas cosas podíamos odiar con nuestros
infantiles e inocentes pensamientos, pero a las palabras The End o FIN no les teníamos mucha simpatía que digamos;
no en vano, esas funestas locuciones nos arrancaban despiadadamente de nuestros
más placenteros sueños.
Sobre todo en invierno íbamos bien pertrechados de chicles
bazooka, regaliz y de castañas calentitas adquiridas en el puesto de la plaza
de Dª. Isidora (La Pardala). Finalizada
la sesión de tarde-noche y encendidas las luces de la sala, nos arropábamos a
base de bien con nuestro abrigo, guantes y bufanda, quedándonos literalmente
enfundados ante lo que nos esperaba afuera. Así todo, nada más traspasar las
puertas, un gélido viento irrumpía sin piedad en nuestra desnuda y calentita cara
azotándola de tal manera que parecía que se nos iba a caer a pedazos. El
trayecto hasta casa se nos hacía eterno por unas distancias que, entonces, parecían
más largas y por el tremendo frío que hacía. En este sentido, Manolo me
recuerda que a veces, en ese recorrido, se paraban en los puntos donde se
hacían braseros para entrar en calor. Una vez en el dulce hogar, despojados de ropa
y con el pijama puesto, llegaba el momento de afrontar un verdadero acto de
valentía: introducirnos en la cama entre aquellas glaciales y húmedas sábanas. El
siguiente reto no era baladí, entrar lo antes posible en calor bajo el peso de
las 4 o 5 mantas con las que nos arropábamos y, para conseguirlo
apresuradamente nuestros ateridos pies tomaban el protagonismo buscando desesperadamente
la anhelada botella de agua caliente que sabíamos se encontraba en algún lugar
del fondo de la cama porque así nos lo había asegurado nuestra amorosa madre.
Una vez retornados del ensimismamiento que produce hablar de
nuestro cine, pasamos de nuevo a la otra acera, retomándola tras haber cruzado
la calle de acceso a la Plaza Mayor y
nos encontraríamos con las populares escaleras conocidas como El Senado, un lugar de reunión tanto de
jóvenes como de jubilados en el que se daban solución a cualquier problema del país
y del mundo entero. De ellas me cuenta Roberto Carretón una simpática anécdota
que tuvo lugar el 14 de abril de 1931. En ese día se proclamó la II República y
los jóvenes del pueblo implicados decidieron liberar a los santos de la iglesia
colocándolos precisamente en esas escaleras.
El Senado, esta vez ocupado por jóvenes
soñadores. Fotografía del archivo de Tino
Martínez.
|
A continuación, en los años 70, hubo una churrería regentada
por Dª. Emilia Combarros, luego vendría la sastrería de D. Manuel (El Melero),
la mueblería Santos, la peluquería de Gatuño
(más tarde productos para el campo), el comercio de chucherías, la carnicería
actual, la antigua tintorería en el edificio de Noles fundada por D. Ulises y Dª. Blanca, hermana de Toño Balboa;
en el mismo edificio seguía el almacén de materiales de construcción de D. Ricardo
Noles, más tarde El Kioto con el amigo Tom dirigiéndolo y, en ese mismo
espacio, el Café de Miguel, administrado por nuestro confidente D.
Miguel Prieto. Un establecimiento muy importante cerraba la zona comercial, la
sastrería y prendas de vestir de Victorino Mauriz, en cuyas dependencias algunas
vecinas y vecinos del pueblo aprendieron el oficio de modista o sastre, lo que supondría,
por lo menos para algunos de ellos, poder sacar adelante a sus familias.
Hasta donde abarca mi memoria creo recordar a Dª. Adela
Sernández, la mujer de D. Victorino, dando continuos consejos a su entrañable y
querido hijo Vitín en presencia de uno de sus amigos del alma, el que esto
escribe, minutos antes de salir juntos de su casa a divertirse con el resto de
amigos. Aunque no tuve la fortuna de conocer suficientemente a sus hermanas
(Kety, Naya, Luisy y Nandy), siempre consideré a la familia de mi amigo como una
de las más elegantes, cultas y bondadosas del pueblo.
Anuncio del año 1936 de la sastrería de Victorino Mauriz en el Programa de la Pascua de ese mismo año. Foto de Manolo Rodríguez. |
Saliendo de la casa de mi amigo Víctor (que recordaremos
próximamente) nos toparíamos, inmediatamente después, con la casa de D. José
Landeira (mencionado al inicio del texto), con su bello y siempre bien cuidado jardín;
posteriormente llegaríamos al espacio donde estuvo el edificio de Bodegas Guerra (ver fotografía), y en el que en la década de los 70, mis
amigos Isidro y Marga pusieron su tienda de fotografía (ISMAR), al lado de la tintorería
que abrió D. Eutiquio.
En nuestro caminar llegaríamos a El Casino, lugar donde los vecinos disfrutaban de varios eventos al
año y que se trasladó desde el antiguo Café Dorado a los bajos y primer
piso del edificio que construyó El Galicia (abuelo de Dori), al lado de la casa del médico D. Manuel
Carbón. Pocos años después también abrió, en ese mismo tramo de acera, la
sastrería Sarmiento.
Y aquí podemos dar por finalizado este extenso recorrido por un
lugar tan simbólico y tan lleno de vida como lo fue y sigue siéndolo La Carretera General (ver fotografía). Sabemos
que una experiencia vivida por un colectivo se convierte en algo subjetivo y,
por tanto, diferente cuando es relatada por cada uno de sus miembros. Por esa
razón me gustaría que se comprendiera mi personal punto de vista en todas las
vivencias que he ido enumerando a lo largo del texto. Por otro lado, podéis
intuir la imposibilidad manifiesta de hablar de todos los amigos, personajes y
establecimientos que han ido apareciendo a lo largo de tantas generaciones. En
este sentido, nuestro principal objetivo siempre fue abrir, en otro lugar
emblemático del pueblo, unas puertas que llevaban tiempo cerradas para dejar
entrar esa ligera brisa de aire fresco que nos estimula la evocación de unos momentos
que compartimos con tantos vecinos y que nos hicieron sentir emociones únicas.
Con eso, tanto a nivel personal como por parte de mis amigos apuntadores, nos
habremos dado por satisfechos.
Fotografía actual en un nublado día de unas ferias de mayo. Foto de Manolo Rodríguez. |
NOTA: En realidad el
mérito del texto ha sido mayoritariamente de mis cuatro confidentes amigos:
Manolo Rodríguez, Carlos de Francisco, Roberto Carretón y Miguel Prieto. Si os
ha gustado es porque me he servido de su prodigiosa memoria, de las anécdotas
que me han contado y de las fotos cedidas con todas las facilidades y, si os
los cruzáis, deberíais felicitarles y agradecerles efusivamente su gran esfuerzo
porque ha sido su pasión por el pueblo la que ha hecho posible este escrito y
tan profusamente documentado.
En la identificación de
algunas fotografías también han colaborado mis primos Víctor y Gutis Couceiro,
Mari Carmen La Gata, Margot García, Toño Martínez y Pilar Sernández. Muchas
gracias sinceramente a todos por vuestra desinteresada ayuda.
Gracias, Pepe, por estos recuerdos. Me agrada recordar a mis primos, Luis Litan y Víctor Mauriz. Eran primos lejanos, pero cercanos en el corazón. Si existen los ángeles, Víctor era uno.
ResponderEliminarY no me olvido de Adela, que me cuidó tanto cuando me fui a estudiar a Salamanca. Me hacía comer hasta reventar!!
ResponderEliminarMaria Jose, y la tía Adela ¿ no te ponía agua con azúcar después de las comidas? De niña ese era el final de todas las comidas en su casa,al menos cuando yo iba a comer.
EliminarYo también quiero agradecer a Pepe este reportaje que trae al presente nuestro pasado y el de nuestros seres queridos que, aunque ya no están entre nosotros siguen presentes en nuestras vidas.Muchísimas gracias.
ResponderEliminarHola María José. Aunque escribo por el placer de alegraros el día, es muy reconfortante recibir comentarios como los tuyos o de otros vecinos y amigos porque me animan a seguir haciéndolo. Por lo tanto, gracias también para ti e igualmente para los que disfrutáis con cada entrega. Mi agradecimiento seguro que también es compartido por mis amigos: Manolo Rodríguez, Carlos de Francisco, Roberto Carballo y Miguel Prieto.
ResponderEliminarMuchas gracias,amigo Pepe,por hacernos llegar esos recuerdos tan maravillosos,y por tu generosa entrega a tu pueblo y tu gente. Gracias
ResponderEliminarGracias por este reportaje, suscribo las palabras de mi hermana Pili, ¡¡ Cuantos recuerdos de nuestra infancia!!, gracias por mantener vivo el pasado de nuestro pueblo y de nuestros seres queridos.
ResponderEliminar