9. La Carretera General (2)
Por Pepe Couceiro
Cambiándonos de acera y de dirección, es decir, desde donde
finaliza la Puerta del Sol, actual Plaza del Vendimiador, hacia al puente,
comenzaríamos con el comercio-bar de D. Antonio Luna, que regentaba la abuela
de Dª. Maria José, la mujer de Manolo Rodríguez (ver la fotografía de la plaza
de la báscula).
Luego, en la calle Cuatropea, aparecía el local que posteriormente
sería ocupado por la cafetería Venecia y, a su lado, en la década de los 70, había
un antro subterráneo llamado La Cueva,
en el que podías encontrar diferentes juegos recreativos como futbolines,
máquinas pinball, etc., y en la que muchos amigos de nuestra generación pasaron
incontables horas.
El siguiente local tuvo una gran importancia y fue conocido
por muchos años como el Café Español,
centro de reunión de un buen número de personas del pueblo. La siguiente
fotografía muestra el ambiente festivo de un lunes de Pascua de 1961 en el que,
por delante de su terraza, se ve pasar la tuna o rondalla local.
La terraza del Café
Español en 1941.
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En el mismo espacio destinado al Café Español hubo
otro durante la república que se llamaba Café
Obrero o Café de Aurelio, por el nombre de su propietario. D. Aurelio
Núñez, el que está sentado, con boina, a la izquierda de la fotografía con la
silla al revés. Tras la Guerra Civil pasó a llamarse Café Español o Café
de Aniceto. D. Aniceto es el que se halla a continuación de D. Aurelio, con
la camisa blanca. D. Aniceto era hijo de D. Aurelio y padre de D. Ángel (Gelo),
el marido de Berta, Ceto, Manolita (la de Vitín), etc. A la derecha de D.
Aniceto se distingue a D. Ignacio Moyano Burgueño el cual, junto a su hermana
Dª. Emilita, estaban permanentemente detrás del mostrador de la tienda de Burgueño, un gran espacio dedicado a
tejidos, mercería, papelería, revistas, etc., situado en la plaza (actual
cafetería Siglo XIX). En este punto
Manolo me hace el simpático comentario de que el café de Cascote se llamaba El Trabajo
y el ubicado en la plaza, al lado de la farmacia de Víctor, en casa de su tía
Sara, se llamaba La Obrera, y
concluía: ¡Hay que ver qué laborioso
pueblo teníamos entonces!
En el centro de la fotografía, con boina, también aparece D.
Álvaro Morete, el padre del recordado Varito.
Detrás de él podemos reconocer a un sonriente hermano de D. Eumenio García (el
ilustre cacabelense gracias al cual disponemos de museo), D. Antonio García, El Sastre. De pie y apoyado en la pared
está Coré (Lindoso), hermano de Tinto (D. Isidoro) y de Dª. Encarnación.
Sentados y apoyados en la pared aparecen, desde el fondo hacia el primer plano
de la foto, D. Antonio Garay padre (con gafas), D. Manuel El Alcalde y, en primer plano, D. José Santos (con gafas y boina),
uno de los trabajadores del Ayuntamiento de la época.
A continuación del Café
Español, tal como se observa en la fotografía de la rondalla, distinguimos
la Fonda Mediavilla, regentada por Dª.
Amelia, mujer de D. Ángel Mediavilla y padres de Dª. Adelita (la mujer de Juan
el del Venecia) y de Dª. Carmiña. El Sr. Mediavilla
era el cámara del Cine Litán y también
llevaba un taller, del que ya hemos hablado anteriormente, situado casi
enfrente en el que arreglaba aparatos electrónicos sencillos como radios.
A continuación, en el espacio de la ferretería y luego
mueblería de D. Primitivo Pérez, padre de Tino y Pili, como ya hemos comentado
en la primera parte del texto, estuvo el Cine Carmina.
Siguiendo la dirección del parque y tras pasar el callejón
llegamos a la emblemática Casa Ubaldo ¡quién en el pueblo no ha oído hablar
de sus famosas tapas!
La singular casa de D. Ubaldo Santín de cerca, entre ambos callejones, probablemente en la década de los 50. Foto de Manolo Rodríguez. |
A continuación, tras otro callejón, llegamos a Casa Gato, una de las mejores casas de
comidas del pueblo en mucho tiempo. Solo su persistencia a lo largo de ese periodo
habla de lo bien que la familia supo conducir este negocio. Muy probablemente
los valores con los que fueron educados han tenido la culpa del trato a sus
clientes y, en este sentido, lo tenemos más claro cuando comprobamos quienes
formaban parte de las dos familias que acabaron uniéndose. La de Dª. Maruja (la
hija de D. Indalecio Yebra, el panadero que comenzó a elaborar los populares
panecillos en el día de las Candelas en su panadería, actualmente la de Pablo),
que tenía 5 hermanos: Dª. Luchi; Dª. Manuela (que emprendió, la pasada semana,
el mismo viaje que haremos todos), dueña de la prestigiosa panadería La Espiga de Oro; Dª. Adelina, Dª. Mari
Carmen y D. Indalecio (Tito, que fuera panadero de Vega de Valcárcel) y por
parte de la familia de D. Manuel Vázquez Gato (Pirolo), hijo de D. Félix
Vázquez, que tenía seis hermanos: Félix, Luis, Pepe, Sara, Lucrecia y Pili. El
caso es que solo gracias a un proceso generador de energía, semejante al que
tiene lugar en el interior de nuestra estrella pudo lograrse tal descendencia.
Una explosión de luz en la que cada una de sus partículas iluminó para siempre
el lugar donde acabó siendo depositada. Cada una de esas luminarias tiene nombre
y todo el pueblo sabe que nos estamos refiriendo a Mari Luz, Manuel, Celia,
Mari Carmen y Olga.
Después de Casa Gato
llegábamos a la primera relojería del padre de Ricardo, con aquel gran reloj de
péndulo en el escaparate (que se mantendría cuando se trasladó casi justo enfrente);
luego a la sastrería de D. Juan Luna (Juanín,
hermano de Pepe, Lecio, Toñita, Lita, Lilo, Lela, Lolo y Laila) y la peluquería
de D. Eduardo El Cholas y su mujer Dª. Angustias (Lila), con el padre de Dª. Paloma (D. Eduardo) y su hermano D. Andrés,
el marido de Dª. Florisa, ejerciendo de maestros peluqueros.
Pasando una nueva calle estaba la sierra de D. Luciano
Litán, donde hoy permanece el local de El
Gallego. Finalizaríamos el recorrido en el Campo Nuevo (actual parque municipal), donde se celebraban las
ferias del pueblo (ver fotografía), aparcaban los camioneros que transitaban
frecuentemente la Nacional VI mientras daban buena cuenta de las excelentes viandas
de Casa Gato, se instalaban las
atracciones y casetas de feria en las fiestas del pueblo y donde los alumnos de
las escuelas de D. Heliodoro o D. Marcelino bajaban en el recreo a jugar al
futbol.
Vista panorámica de un joven Parque Municipal, probablemente en la década de los 70, al cabo de pocos años de realizar la plantación de árboles. |
Retomando la misma acera, pero en dirección contraria (hacia
la cooperativa) y poniéndose de nuevo Manolo al volante me comenta que, una vez pasada la Puerta del Sol, hubo durante años una pintoresca gasolinera (ver
fotografía), que los de nuestra generación también llegamos a conocer y que
constaba de una columna con una palanca que había que accionar para cargar los
cilindros de gasolina y que, cuando había que cargar un mechero, podía cogerse
la manguera para aprovechar las gotas que quedaban en ella. Curiosamente,
cuando se abrían las portezuelas de la parte superior (dos hojas) aparecía
escrita la advertencia: PROHIBIDO FUMAR, estando detrás el letrero del estanco
que decía: TABACALERA S.A. Según Manolo, este detalle había sido recogido en un
chiste gráfico del periódico Proa, precursor del diario La Hora Leonesa y el actual Diario de León.
Después de la gasolinera y el estanco nos encontraríamos con
el comercio de D. Elmo, el padre de mis amigos Carlos, Mito y Blanca (ver
fotografía).
Luego llegaríamos a la casa de Los Lizáfaros (ver fotografía), una cariñosa familia a la que me
uní gracias a la amistad que siempre mantuve con Manolo, el hijo menor de otras
dos excepcionales personas: Dª. Teresa y D. Alfredo. Cada uno de los hijos de
esta admirable pareja: Mª. Teresa, Roberto, Edita, Cuqui, Margarita, Alfredo,
Martín y el propio Manolo, fueron educados bajo unos férreos valores de
libertad y autonomía, propiciando que se constituyeran en mundos independientes,
pero formando una indestructible unidad familiar. Esas personas irradiaron durante
generaciones simpatía, admiración, cultura y bondad a buena parte de su
vecindario, seguramente sin saberlo.
Después de la casa de mis amigos
llegábamos a la de Turo y es obligado detenernos en ella un rato porque,
en la década de los 50, nació un ángel que enseñó, y sigue haciéndolo, valiosísimas
lecciones a todos aquellos que estuvieran preparados para recibirlas. En aquella
casa, cada vez que pasábamos, día tras día, nos alegraba la vida el entrañable Toñín (Antonio Manuel). Era frecuente verlo en alguno de los balcones
saludando o atacando a los viandantes que, o bien le saludaban amorosamente o
le gastaban alguna broma que ponía a prueba su paciencia. Con el paso del
tiempo sus también inolvidables y cariñosos padres, D. Arturo y Dª. Josefa y
hermanas, Marijose y Rosi, descubrieron en él el más valioso de
los regalos, un regalo que había que ir desenvolviendo con amor y paciencia
para poder percibir y apreciar el diamante que residía en su interior. Con esa
única, maravillosa e intransferible experiencia se han quedado todos los que le
trataron. Ellos y solo ellos saben, con absoluta rotundidad, que no la
cambiarían por nada.
Nuestro querido y
entrañable ángel Toñín en dos
simpáticas instantáneas de 1957 y de 1959, en esta última al lado del taller de
El Guarni. Foto Manolo Rodríguez.
En nuestro caminar por esa acera nos encontrábamos con la particular
hojalatería de D. Francisco Carballo (Quico
Lobín) donde, además de hacer calderos, regaderas y otros artículos
domésticos, se sellaban los botes de hojalata que las amas de casa le llevaban
para conservar los chorizos.
Cuando uno de los hermanos Gallego hizo la pequeña casa de la esquina, abrió como pudo, en un
ínfimo espacio, la relojería D. Ezequiel Marcos. Pasando la calle que lleva a
la panadería de Pablo en la actualidad, llegaríamos al espacio donde se ubica
actualmente el Hotel Villa de Cacabelos,
en cuyo edificio anterior vivió una familia muy querida en el pueblo formada
por los hijos de Dª. Eudosia (Miguel, Manolín y Aurita), verdaderos apasionados
de la Unión Deportiva Cacabelense. El inmueble siguiente era donde se asentaba
el establecimiento de bicicletas de El
Guarni, de Villafranca y donde también vivía la familia de D. Antonio
Martínez y Dª, Ignacia García, padres de Toño, Maritea y mi querida amiga
Azucena, a quien envío un cariñoso beso se encuentre donde se encuentre.
A continuación, llegaríamos al estudio fotográfico de D.
Isidro González Canóniga (ver fotografía), el padre de mi querido amigo-hermano
Isidro Canóniga, que más tarde su extraordinaria y recordada madre, Dª. Josefa La Nina, convertiría en tienda de
comestibles tras el fallecimiento de su marido.
Me cuenta Manolo que, entre las
fotografías expuestas en el escaparate de ese estudio había un retrato de Richard Dean, nombre artístico del inimitable
cacabelense D. Horacio Guerra, el
cual había participado en la película: Molokai,
La Isla Maldita (Luis Lucía, 1959) sobre la vida del Padre Damián, en la
que nuestro divo aparecía tocando las campanas de la iglesia.
El edificio con el taller de El Guarni y la tienda de comestibles de Josefa La Nina, a su izquierda, probablemente en la década de los 70. Foto de D. Antonio Martínez. |
En ese punto de la carretera se reunieron varias familias a
las que siempre profesaré un cariño especial. La de la mencionada Dª. Josefa La Nina y sus hijos (Isidro y el siempre
añorado Fernando); la de Dª. Petronila, con sus hijos Maricha y Juanjo, amigo y
compañero de aquellas gloriosas botilladas en Madrid junto a su mujer
Marisa y otros buenos amigos, y la de Dª. Tina con sus hijos y amigos de toda
la vida: Marta y Roberto.
La calleja separaba la tienda de Josefa de la casa donde
vivía D. Vicente el veterinario, con sus hijos: José Luis, Vicente, Margarita,
Fernando y María Isabel. En ese piso vive actualmente otra querida familia del
pueblo, la de D. Secundino y Dª. Paloma, a quienes no tuve el placer de conocer
de cerca, pero sí los importantes logros de la ascendente carrera de su hijo
David. El mismo inmueble también fue habitado por nuestro añorado y querido D.
Isidoro (Dorito), el que fuera juez de Paz y que luchó denodadamente para
recuperar la vida de personas que tuvieron la desgracia de caer en la trampa de
la bebida.
Bonitos recuerdos de mi pueblo desdé la distancia, gracias Pepe
ResponderEliminarAunque no sé quien eres y también desde la distancia: de nada!!
ResponderEliminarsiempre será un placer contaros cosas con la ayuda de mis imprescindibles interlocutores amigos.