martes, 15 de mayo de 2018

Imágenes y recuerdos de Cacabelos (CCCXIV)


Gemiro y Carito con San Isidro. Delante Marcos y Dani




UN HOMBRE LLAMADO ISIDRO DE MERLO Y QUINTANA

Por Antonio Esteban González
La Historia   -o la leyenda-  dice muchas cosas de Isidro, el labrador, a quien   -eso parece-  los ángeles ayudaban a roturar las tierras mientras él se dedicaba a visitar iglesias.

También cuenta la leyenda   -o la Historia-  que nuestro héroe era conocido entre sus compañeros de trabajo como persona que solía llegar tarde a sus quehaceres. No obstante, Iván de Vargas, su amo que, por cierto, era leonés, lo tenía en gran estima y cuando casó el santo con su novia de siempre, María Toribia, a la que conoció en Torrelaguna, los envió a Talamanca en donde tenía una casa de labor para que, desde allí se ocupasen del trabajo del campo.

Más tarde, Isidro y María Toribia, tuvieron un hijo al que bautizaron con el nombre de Illán.  Illán, un día, durante sus juegos, cayó a un pozo muy profundo, pero María Toribia que sabía de la amistad de su esposo con Dios Padre, le pidió que salvase a Illán. Isidro así lo hizo. Las aguas crecieron rápidamente en el pozo hasta llegar a la boca y allí llegó, sano y salvo Illán.

Esta es, a grandes rasgos, la historia de Isidro, el labrador que murió en Madrid muy longevo: noventa años y a quien el pueblo, enseguida, comenzó a venerar como santo, a pesar de que Alonso de Villegas lo considera   -ignoro los motivos-     un santo extravagante, pero, como decía un torero. “Es que hay gente pa tóo”.

Mención aparte merece la esposa de Isidro, María Toribia, a quien fray Domingo de Mendoza, que desenterró unos huesos en Caraquíz, dijo que pertenecían a María de la Cabeza, esposa del santo madrileño.

Todo esto que hemos contado, seguramente no les importaba a Carín y a Gemiro que, muy serios, llevaban las andas del santo y entraban a la Iglesia ni, tampoco, a Marcos, el hijo de Mundo, el ebanista y a su primo Dani, más atentos al fotógrafo que a la procesión. Ellos esperaban sobre todo, la fiesta en el Campo y comer -si les dejaban- un bollo preñao.

Una foto que se aparta de las fotos típicas de san Isidro, pero que nos acerca a otra época, no muy lejana.

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