Toda la flota de carros para la venta de helados Fuquín |
HELADOS A TRES PESETAS
Por Antonio Esteban González
Arévalo. Julio. Mil novecientos
cincuenta y seis. Ardía, bajo los soles del
verano, la meseta castellana. Era un sol penitencial y blasfemo, por
definirlo de alguna manera.
Aguardábamos, en la estación, el
tren que nos llevaría a la capital de la provincia, -cincuenta kilómetros- mis compañeros y yo cantando aquello que
tanto gustaba a los curas: “¡Qué buenos son..¡.¡Qué buenos son los hermanos
salesianos que nos llevan de excursión…¡”. Porque íbamos de excursión a Ávila
para ver las murallas y, sobre todo, para rezar a Santa Teresa, a quien Franco
había quitado su brazo incorrupto.
Mi amigo Antonio Gallego que era,
según don Blas Calejero, el profesor, un genio en matemáticas, compró un helado
de cucurucho -tres pesetas de entonces y
un céntimo de euro, hoy- para
saborearlo, una hora después, a la llegada a Avila. Lo dejó en el
portaequipajes y, naturalmente, a los cinco minutos no había helado.
La anécdota me sirve para hablar
de aquellos helados que saboreábamos hace sesenta años, como los que fabricaba
“El Fuco” y vendía Ricardo, por mal nombre “Ganahoras”, a quien se ve en la
fotografía, en las fiestas de los alrededores. Eran helados naturales, sin
aditivos, de fresa o de nata o de vainilla, muy diferentes a los helados
industriales de hoy, que, además de grasas vegetales, llevan goma garrofín,
goma guar y carragenados.“Fuco no conocía estos ingredientes y los helados
sabían a vainilla o a fresa. Eran helados de cucurucho o al corte, que costaban
tres pesetas.
Nos quedan, hoy, eso sí los
anuncios de estos helados:
“El helado de fresa nunca faltará
en la mesa”.
“¿Helados de cucurucho..?. A
todos nos gustan mucho.
“En las bodas, no es disparate,
un helado de chocolate”.
No sé
si estarán de
acuerdo conmigo, pero creo que, hoy, -verano, 2016- todos añoramos, un poco los helados que
fabricaba “El Fuco”.
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