Foto del archivo de Tilde Castillo |
MARGA,
CARLOS Y UN CABALLITO DE CARTÓN
Por Antonio Esteban
Lo juro. Créanlo. Créanme, Yo nunca tuve, de niño, un
caballito de cartón sobre una peana de madera y con ruedas.
Y no lo tuve a pesar de
que mis padres regentaban un comercio -CASA AMERICA- en
Toral y el día cinco de enero -fecha mágica en el calendario escolar- todos los años, vendían los juguetes que los
niños pedían a los Reyes Magos hasta que supieron/supimos que los Reyes Magos
no eran quienes traían en las alforjas de los camellos, juguetes para la
chavalería, entre otras cosas, porque, por aquella época, no existían -o ya no vivían- los Reyes Magos. ¡Qué pena…¡
Yo y mis amigos -mis amigos y yo- a pesar de escribir, con suficiente
antelación, una carta plagada de faltas de ortografía que entregábamos, en
mano, a Epifanio, el cartero, nunca tuvimos un caballito de cartón y no lo
tuvimos, porque Jaime Artazcoz, el viajante de Ibi, nunca trajo caballitos de
cartón en su muestrario.
A mí me dejaban, al lado
de los zapatos, una escopetilla que disparaba corchos o una trompetilla de un
solo sonido o un rompecabezas o la biografía de Gengis Khan y, por todo eso,
creo que Marga y Carlos, los hijos de Tilde y de Bernardo fueron unos niños muy
felices, como lo eran en su medida, los niños de entonces o como lo son los de
ahora con su tableta, su móvil de última generación o su reloj digital. Al fin
y al cabo todos fuimos niños alguna vez.
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