ENCARNITA
Por Antonio Esteban González
No hace falta decir más.
Solamente Encarnita. Encarnita y, no, Encarna. Sin apellidos que, quizás, no
tuviera o que, quizás, se los haya llevado el tiempo para que perviva,
únicamente, su nombre.
Dicen los más viejos del
lugar que Encarnita doctoró en amores a muchos de los que hoy peinan canas. No
lo sé y, si lo supiera, no lo diría. Uno, ante todo, es un caballero, pero es
posible que fuera cierto y que en cualquier rincón escondido -en el río, bajo
los chopos elegantes que no contarán la historia de ningún amor o en un
bosquecillo cualquiera o en un vagón de madera arrinconado en una vía muerta de
Toral o de Ponferrada- Encarnita -eso
decían- doctoraba en amores prohibidos.
Pero, eso, tampoco lo sé.
Sí sé que los mozos de mi
generación y los que casi vestíamos pantalón largo, allá por los años sesenta
del siglo pasado, hablábamos de Encarnita y preguntábamos por ella y contábamos
lo que nos contaban que ¡quién sabe…¡tal vez no fuera cierto y solamente fuera
cierta nuestra imaginación desbocada, una imaginación de niños que crecíamos
sin conocer qué era aquello de lo que nos prohibían hablar. Pero vivíamos de
esa imaginación y, a veces, incluso, gentes como yo, escribíamos nuestros
primeros versos prohibidos. Así, la vida diaria no era tan aburrida.
Encarnita podría contar
muchas cosas, pero ya no está. Fue símbolo de un tiempo distinto, en el que los
sueños de la chavalería inocente, eran sueños en los que aparecía ella.
Hoy es sombra en la
sombra y su recuerdo -es posible- no significa
nada para muchos aunque, para otros, sí, porque siempre habrá alguien que
recuerde a esta moza morena y desgreñada que aquí se abraza -tal vez un abrazo desesperado- a un mozo, en una foto de Kiko, el
“Curioso”.
¿Doctoró en amores a
muchos impúberes…? Tal vez. Hoy la recordamos.
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