LA BODA DE MARIBEL Y TINO
Por Antonio Esteban González
Una boda -y
permítanme decirlo con todos los respetos-
de las de antes. Boda con cura incluido y monaguillos que, casi siempre,
recibían una sustanciosa propina de los generosos -que no tenían nada que ver con
Generoso- padrinos.
La boda de Maribel y Tino
-los años no han pasado para Maribel que está hoy tan guapa como
ayer- había sido una boda como eran las
bodas hace años: por la Iglesia porque, por aquel entonces, las bodas se
celebraban en la Iglesia y no, como hoy, en los Juzgados. (Las bodas son un
contrato entre ambos contrayentes y, si se celebran por la Iglesia, son
difíciles de romper porque media la Rota Romana y, bien sabido es, que la Rota,
por mucho que digan, no rompe -y se
llama Rota- casi nada aunque el
matrimonio se vaya a pique).
Pero, a lo que íbamos: había sido una boda como tenía que
ser: entremeses variados, marisco, merluza dos salsas, -a la vinagreta y con salsa mahonesa, salsa a
la que algunos llaman mayonesa y otros bayonesa, pero que tiene su origen en
Mahón y, de ahí, mahonesa- cabrito y una
tarta nupcial de seis pisos sustituyendo al célebre “brazo de gitano” que se
hacía en casa. Y, naturalmente, vino Fontousal clarete o tinto.
En la foto podemos ver a los novios, -Tino y Maribel- muy elegantes y a Bernardo que aguarda el
reparto de la tarta y a Julia, dueña del local en donde hoy abre sus puertas
“El Refugio de Saúl”, en la Calexa Xistina
-creo que debería llamarse Calexa Sixtina- y a Luís, el electricista, que también
asistió a la ceremonia y al banquete.
Solamente me resta decir aquello que se decía antes: “fueron
felices y comieron perdices y a mí no me dieron porque no quisieron…” (Bueno,
no me dieron, porque yo no asistí a la boda).
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