Ya han pasado unos años desde la fecha del
fallecimiento de Ermitas, pero su recuerdo está aún muy presente en la memoria
de muchos cacabelenses y, por su puesto, en la de sus hijos y nietos.
Había
nacido en Villanueva, muy cerca de Toral de los Vados, el pueblo de Manuel
Yebra, su padre. Su madre, Obdulia Lobato, era oriunda de nuestro vecino
Pieros. En Cacabelos se casó con Enrique Gallego Fernández y fruto de su
matrimonio son su hijos Elita y Rosendo. Probablemente los más veteranos
recordaréis la panadería que regentaban muy cerca de la capilla de San Roque.
Ermitas
guardaba para los allegados su pasión por la poesía. Su familia conserva con
enorme cariño algunas de sus composiciones dedicadas preferentemente a loar el
amor a sus seres queridos y a revelar el
dolor por los fallecidos. En otras exalta la belleza del Bierzo y, en
particular, la de Cacabelos. Incluso ganó un concurso de poesía convocado para
ensalzar las virtudes
de la confitería La Florida de Ponferrada.
También su hijo Rosendo se nos revela, después de
tantos años, como artista dedicado a la
música. La pasada Navidad ya pudimos escuchar su actuación como solista en la
Parroquia durante el concierto ofrecido por Ecos de Bérgida, agrupación coral a la que pertenece. Sería una buena ocasión aprovechar la próxima Semana Santa para que interpretase una de sus saetas en esta tierra alejada de la de María Santísima.
A continuación transcribo una de las poesías de
Ermitas que describe con sencillez paisajes de Cacabelos y el cariño a su
hogar. En ella encontraremos expresiones y palabras ya poco usadas (roldana, por ejemplo)
que le dan un valor añadido a unos versos brotados del corazón.
Otoño en Las Angustias |
MI HUMILDE HOGAR
Añoro
y recuerdo mis años pasados,
cuando
yo tenía sonrisa en mi cara,
salud
y alegría,
cuando
caminaba al salir el día,
escuchando
el ruido
del
agua que pasaba,
por
aquellos molinos que nunca paraban.
Cruzaba
las Angustias y siempre miraba
al
viejo jardín y a los viejos negrillos,
que
me recordaban los años felices,
cuando
entre ellos bailaba.
Y
seguía mirando a los pocos chopos
que
iban quedando; porque el sol,
el
viento, la tormenta y el agua
pudrían
sus troncos y destrozaban sus ramas.
Sentía
el ruido de viejos motores,
unas
veces de coches, otras de tractores.
Y
yo caminaba sin pararme a nada,
contando
los pasos que mis piernas daban
para
poder saber lo que me llevaba.
ir
a aquel pueblo que abandoné,
y
hasta aquella casa que me vio nacer.
Y
cuando volvía sudando y cansada,
en
lo alto del puente me paraba
para
ver el paisaje que el Cúa me daba
y
ver a sus peces debajo del agua.
Y
seguía andando por la calle arriba
para
llegar pronto a lo que más quería:
a
mi humilde hogar y a mi vieja casita,
donde
descansaba cuando iba rendida.
Y
desde el corredor o desde la escalera
hablaba
con mi esposo, le miraba al pozo
y
a mi hermosa higuera.
Hoy
todo se acabó, fue como una nube
que
se ha esfumado. Mi esposo se fue
y
no ha regresado.
La
roldana y el pozo también se callaron.
Mi
hermosa higuera ya tiene otro amo.
Y
mis ojos alegres, tristes se quedaron.
Recuerdo en memoria de mi querida tia.
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