lunes, 10 de agosto de 2020

LUGARES EMBLEMÁTICOS DE NUESTRO PUEBLO Y ALREDEDORES 16. La Puerta del Sol (1)


Imagen aérea actual en la que divisamos la calle de los Morales (izda.), al lado del edificio en el que asomaba la escalera en la que muchos vecinos dirimieron sobre el futuro del pueblo y del planeta (Senado); la Avda. de la Constitución y, a su derecha, la calle Elías Iglesias. Fotografía de Guillermo Luna.


LUGARES EMBLEMÁTICOS DE NUESTRO PUEBLO Y ALREDEDORES
16. La Puerta del Sol (1)

Por Pepe Couceiro

El intenso tráfico que circulaba por la más importante vía del pueblo, antes de ser aliviado primero por el desvío de la N-VI y, posteriormente, por la autovía, era visiblemente sosegado en el punto del que nos toca hablar en esta ocasión, la ya conocida en aquellos tiempos como Puerta del Sol, Plaza de Calvo Sotelo o, en la actualidad, Plaza del Vendimiador. En esta concentrada encrucijada, los carros, tractores o vehículos en general, eran obligados a aminorar su marcha, bien para cambiar de dirección repartiéndose destinos por las diferentes calles o por la gran afluencia de personas que cruzaban la acera en varios de sus puntos. En este reducido espacio se generaba, y todavía sigue percibiéndose, el mejor de los ambientes con la llegada del buen tiempo con los forasteros regresando de vacaciones para pasarlas junto a familiares y amigos y, ya de paso, acabar disfrutando de los hermosos recuerdos que no hubieran podido sentir en otro entorno que el que rodea a nuestra villa.

Manolo Rodríguez inaugura el inicio de nuestro viaje y comienza diciéndonos que, en la década de los 50, siendo todavía niño, periódicamente a la derecha de la báscula o en la plazoleta donde Gatuño tuvo su última peluquería, se asentaba un quincallero, también llamado gomero que, a modo de los top-manta actuales, colocaba en el suelo platos, vasijas, tarteras, etc., que ofrecía a cambio de trapos, trozos de metales, etc. En este sentido recuerda que más de una bombilla del alumbrado público fue maltratada, aposta, por alguna pedrada o balín de escopeta para aprovechar su casquillo y ofrecerlo en aquellos atrayentes y ventajosos trueques para sendas partes; también me subraya que, para entender esas vandálicas acciones, había que ponerse en la piel de los que vivieron aquellos tiempos tan duros como fueron los de una interminable postguerra.
En alguno de los balcones de aquellas casas bajas, la del balcón con una ventana pequeña al lado de la siguiente fotografía, concretamente donde D. Antonio Morete y Dª. Maruja tuvieron su carnicería, se colocaba una colcha colgante para que hiciera las veces de telón de fondo en aquellos hipnotizadores espectáculos de los titiriteros ambulantes. Nada más llegar al pueblo se corría la voz entre los vecinos que iban pregonando: ¡hoy hay títeres! Me sigue compartiendo que el público concurría en masa a aquellos acontecimientos, tanto niños como adultos asistían emocionados a las representaciones de cante, baile, actuación de payasos, trapecistas o de la popular cabra que subía diestramente por una pequeña escalera. Los había que llevaban su propia silla y eran los primeros en llegar para pillar la tan deseada primera fila. Al final de la actuación uno de los integrantes de aquella fascinante compañía se encargaba de pasar la gorra.

D. Antonio Morete y Dª. Maruja eran los padres de D. José Antonio Morete, del que ya hablamos en el capítulo sobre el Puente y el Río; aquel al que se le ocurrió, a finales de la década de los 50, bañarse sin bañador en la presa de D. Reinaldo, detrás de la fábrica de harinas de Barredo en la Angustia y que acabó convirtiéndose en uno de los más reconocidos y populares alcaldes.

Me continúa abriendo su memoria Manolo diciéndome que, donde se halla la actual vinoteca, vivieron los padres de Eutiquio, Rosi, etc. (Dª. Maruja y D. Alberto Costero). A la izquierda de la de Morete se encontraba la casa de Dª. Minia, todos ellos Basantes y, en el extremo, dando a la actual calle Elías Iglesias, la librería Valín

Vista de los soportales de la Puerta del Sol, probablemente a finales de los años 40, con el inicio de la calle Elías Iglesias al fondo a la izquierda y lo que parece un callejón en medio. Archivo de Manolo Rodríguez.
Cuando todavía no existía el mercado de la Plaza de Abastos (inaugurada en 1957), en el espacio que comprendía entre la báscula y los actuales estanco y librería, se llegó a constituir en un verdadero mercado, de hecho, en los tiempos que duró, se la conocía como La Plaza del Mercado.
Allí se organizaban, eso sí, las ferias de ganado con un ambiente como el que muestra la fotografía de 1956. En ella se aprecia la báscula a la izquierda y a mi tío Pepe (Panzán) junto a sus amigos D. Félix Luna y su mujer Dª. Raquel, a la derecha.

Feria de ganado en la Puerta del Sol en 1956, alrededor de la báscula (izqda.). Archivo de Manolo Rodríguez.
Fotografía de finales de los años 50 en la que se aprecian cambios en la báscula, con la calle Elías Iglesias a la izquierda. Foto de autor desconocido.

A la izquierda de la báscula comenzó a verse el quiosco de D. Valeriano Vega, marido de Pilar Valín (ver fotografía), antes de trasladarse a los pocos años y definitivamente a la librería actual. 

Una imagen aérea de 1957 en la que contemplamos tres de las plazas más emblemáticas del pueblo, la Plaza Mayor, la Puerta del Sol, con la báscula y el quiosco a su lado, y la Plaza de Abastos en un primer plano. Fotografía de Manolo Rodríguez.
Según me cuenta Roberto Carballo, una de las personas relevantes del pueblo era D. Manuel Valín, el padre de Pilar Valín, abuelo de Dª. Pilar Valín, esposa de D. Virgilio, el que fuera maestro en Cacabelos durante muchos años y bisabuelo de Dª. María Jesús Valín, la que actualmente regenta la librería. D. Manuel fue uno de los canteros que construyó la torre de la Iglesia de la Plaza y tenía una fonda en el mismo local (ver fotografías).
D. Manuel Valín de Paz junto a su biznieto, mi amigo de pachangas baloncestísticas: Vale Vega Fernández, antes de pegar un buen estirón. A su lado el tocayo del primero D. Manuel Quiroga, el padre de Dª. Pilar La Juanita. Foto del archivo de Valeriano Vega Fdez.

Anuncio publicitario de la fonda que regentaba D. Manuel Valín de Paz en el interior del programa de fiestas de la Pascua de 1945 en el espacio que se conocía en la época como Plaza del Mercado.
 
Después de inaugurada la Plaza de Abastos vecinos y autoridades se trasladaron a la Puerta del Sol para hacer lo mismo con la calle Elías Iglesias. En la imagen siguiente, que ya se publicó en su día en el capítulo dedicado a la Plaza Mayor, podemos identificar los edificios de la época en la Puerta del Sol: la casa de Dª. Amanda con los carteles de las películas que echaban en el Cine Litán; a su izquierda se distingue el letrero de la casa y droguería de Mero y Pilar; en el centro, al fondo, una Plaza Mayor profusamente engalanada para la ocasión y, a la derecha, la fachada lateral del ayuntamiento por su cara oeste, la cual podemos ver de frente en otra de las fotografías en la que nos detendremos más tiempo. 

La Puerta del Sol en un lunes de Pascua de 1957, con las autoridades dirigiéndose a inaugurar la calle Elías Iglesias. Reconocemos a D. Faustino, el del Ayuntamiento, D. Juan, D. Anibal y D. Dalmiro (Mero), a mi primo Alfredo en su niñez, a la derecha de la imagen con jersey claro y pantalón corto, D. Francisco El Marujillo, D. Antonio Morales, D. Ángel Fernández El Juez, el gobernador D. Luis Ameijide Aguiar, D. Ricardo Sierra, entre otros muchos que no hemos podido reconocer. Amenizando el evento la maravillosa Banda de San Quintín, para muchos el mejor de los espectáculos, el que daba mayor colorido y contraste en aquellas inolvidables fiestas.
 
Imagen de unos instantes después de la anterior fotografía, con la gente cantando el Cara al Sol al principio de la recién estrenada calle Elías Iglesias, adyacente a la Plaza de Calvo Sotelo. Podemos observar las escaleras de El Senado al fondo. Archivo de Pilar Fernández.

Años antes de 1957, cuando se pavimentó la Plaza de Calvo Sotelo, el alcalde de entonces, D. Manuel Rodríguez, le contó a su hijo, nuestro amigo Manolo, que ese día se enterró un recipiente, botella, o algo semejante con unas monedas y un escrito indicando la fecha del acontecimiento, a efectos de facilitar el trabajo de los arqueólogos del futuro.

Cruzando la calle Elías Iglesias, en la casa que sigue a la del estanco (ver fotografía), se situaba la barbería de D. Tito Raimóndez Peña, como puede percatarse por el letrero. Tito era hermano de Mero, Luso, etc., y su mujer, Dª. Elida, era hermana de Dª. Lola, Dª. Pili y Dª. Emi, esta última mujer de D. Eumenio García, dueño de la librería García, del que hemos hablado en el post dedicado al museo y del que volveremos a hacerlo más adelante. El letrero del primer piso delata la existencia de otra peluquería, esta vez de señoras. Según me apunta Manolo, a la izquierda, por donde sale el caño de la estufa, era donde D. Genaro El Chusco puso un comercio de ultramarinos, que más tarde lo ostentaría Dª. Lelita, la mujer de D. Carlos Pintor (padre), el de la gasolinera de la esquina del estanco, suegros de D. Eutiquio.
El edificio siguiente al del estanco en los años 50, con la barbería de D. Tito Raimóndez Peña y la peluquería de señoras arriba, es el que ocupaba el solar actual, al lado del mural con la voluptuosa y sensual dama. Fotografía de autor desconocido.

Cruzando la Avda. de la Constitución nos topábamos con las escaleras que, en un indeterminado momento de su historia, fueron declaradas como El Senado y del que ya hablamos en el capítulo dedicado a la Carretera General, pero de obligada mención aquí por su ubicación. En este importante lugar de encuentro, tanto jóvenes como jubilados de varias generaciones se sentaban a charlar sobre lo divino y lo humano o, simplemente, a otear pasmados el horizonte que ampliamente se desplegaba desde ese estratégico altillo (ver fotografía). Me señala Manolo que, bajo esas escaleras, en un reducido lugar al que se accede por la pequeña puerta que puede apreciarse en la fotografía, D. Felipe guardaba las pieles de la matanza, motivo por el que sus alrededores quedaban saturados de aquel nauseabundo olor. D. Felipe trabajaba en la carnicería de D. Antonio Morete y era uno de los hermanos de Alfredo El Mineiro (padre de Ramón Asenjo).

Fotografía de, aproximadamente, mediados de los 60 de las escaleras del Senado que expusimos también en el capítulo dedicado a la carretera, pero ahora con el nombre de sus protagonistas. De arriba abajo de izquierda a derecha: D. Fidel El Rucho, D. Juanito Subasta y D. Fernando El Risco; D. César Juanillo, D. Tino Núñez, D. Ignacio el de Perejón y D. Juan (Diezciciete). Foto del archivo de D. Tino Núñez.


Retomando la simpática anécdota que el padre de Roberto y Antonio, el singular e inolvidable D. Antonio El Carretón, en su día les contó a ambos y que ya mencionamos en el capítulo sobre la Carretera General; aquella en la que, para proclamar la Segunda República sacaron los Santos de la Iglesia de la Plaza y fueron colocados en las escaleras de El Senado. Pues Roberto me la amplía diciéndome que los Santos pasaron allí toda la noche y, al día siguiente, un muy popular vecino del pueblo que vivía cerca del actual Bohío y que por aquel entonces tenía unos 15 años, salió de su casa sobre las cinco de la mañana en una noche muy cerrada para ir a buscar los bueyes porque ese día concreto tocaba arar. Ante la dura jornada que le esperaba y para ganar tiempo lo hizo sin desayunar llevándose un cacho de pan con tocino que iba cortando en trozos con su navaja sobre la rebanada. Medio dormido y de sopetón se encontró con los Santos en la escalera que parecían mirarle inquisitivamente. Tras unos instantes de parálisis integral, arrojó el pan, la navaja y el tocino saliendo despavorido hacia su casa pensando atropelladamente que solo tras su puerta estaría a salvo.

Pasada la calle de Los Morales nos encontrábamos con el edificio del Ayuntamiento antiguo, concretamente con su parte lateral oeste, ya mencionada anteriormente. En los años cuarenta y cincuenta, en esa fachada que muestra la siguiente fotografía, se situaban, me recuerda Manolo, dos churrerías, una en la esquina de la izquierda, justo antes de entrar en la plaza, de su abuelo Francisco El Portugués, que atendía junto a Dª. Teresa, su segunda mujer, y otra, en este caso regentada por Dª. María, en la esquina de la derecha, antes de que existieran las de la carretera y la de Dª. Josefa (Cachinín) en la plaza.  En ambas ofrecían unas pequeñas copas de aguardiente a primera hora de la mañana para los que madrugaban en invierno y tenían que ir a trabajar temprano desplazándose, en muchos casos en bicicleta, no pocos de ellos sin dinamo, acudiendo para alumbrarse a un candil de carburo.

Poniéndose esta vez en la dirección Roberto me cuenta que nunca olvidará cómo Dª. María, la churrera, velaba por la seguridad de cada niño cuando tenían que cruzar la carretera. Las frases más pronunciadas por esta buena mujer eran: ¡Niño no cruces!, ¡Niña cruza ahora! Evidentemente la realidad de la época era bien diferente a la actual; en esos tiempos cada niño no solo tenía una madre sino cientos repartidas por todo el pueblo y que, además, nos trataban amorosamente, salvo cuando infringíamos las mínimas reglas que todos conocíamos por la educación recibida de nuestros mayores y, si tal cosa ocurría, continúa relatándome Roberto, eran igual de severas que la propia armándose con la zapatilla en mano.


En frente de este edificio, en los años 30, hacían parada los autobuses de línea como veremos más adelante, y en él se localizaba el servicio de Telégrafos (ver fotografía). 

Fachada lateral del ayuntamiento en 1967, con el letrero de Telégrafos en los bajos del edificio. A la izquierda y al fondo puede percibirse la emblemática churrería móvil de Dª. Josefa. Archivo de Manolo Rodríguez.

A cargo de él estaba D. Antonio Alonso, conocido familiarmente como Antonio El Telegrafista (ver fotografía), uno de los personajes que, junto a su mujer (Dª. María Jesús) e hijos (Toño y Mª. Jesús) recordarán todos los que hayan vivido aquellos años en el pueblo (ver fotografías).

D. Antonio Alonso el telegrafista y su aprendiz D. Luis Lago en una fotografía de 1969. Allí también trabajaron, a las órdenes de D. Antonio: D. Santiago, D. Martín y D. Gonzalo. Archivo de D. Luis Lago.
Los dos hijos de D. Antonio el telegrafista: Toño (izquierda) y María Jesús (del brazo de Tito). Al lado de Toño está Marití (una de las hermanas de Margot, librería García) y, agarrado del brazo de Mª. Jesús, un jovencito Tito que, años más tarde, se convertiría en el reconocido historiador cacabelense: D. Vicente Fernández. Cuatro jóvenes desbordantes de alegría dispuestos a celebrar por todo lo alto la boda de sus íntimos amigos Pilar y Ramón, en un espléndido día de mayo de 1972. Archivo de Pilar Fernández.

Imagen aérea de 1972, con el puente, el Campo Nuevo sin árboles, la Plaza Mayor con unos jóvenes magnolios y la Puerta del Sol con su báscula, apenas perceptible tanto por su sombra como por la de los edificios cercanos. Archivo del Ayuntamiento de Cacabelos.

Carlos de Fco. cree recordar que, al lado del local de telégrafos, había otro donde los de Peña tuvieron un bar primero y luego la representación de máquinas de coser Alfa. Años más tarde, ese sitio pasó a ser la sede de la OJE (Organización Juvenil Española), que luego se trasladaría donde Coneja puso el taller de bicicletas. Precisamente en ese local cercano a la plaza, los de mí generación pasábamos horas y horas jugando al ping pong y, en el mismo espacio, con la dirección postal de Puerta del Sol nº 1, también estuvo inscrita la sede de la Agrupación Montañeros del Cúa. Posteriormente, se le dio la utilidad de impartir clases gratuitas a las chicas que hacían el Servicio Social, algunas de las cuales las daba nuestra querida y recordada Margarita durante uno de aquellos veranos, tal como su marido Carlos nos recuerda. Para finalizar me subraya que, en este mismo lugar, se instaló la primera aula que tuvo el colegio de Cacabelos dedicada a niños con necesidades educativas especiales.

Detrás del edificio, donde se distingue el buzón de correos de la foto, hubo en esos tiempos un pequeño local que, durante años, estuvo habilitado como cárcel y que, posteriormente, se convirtió en un atractivo y muy concurrido museo municipal, sobre todo en las fiestas de Pascua, gracias al esfuerzo y pasión que durante décadas le dedicó de forma altruista la agrupación El Pedrusco encabezada por D. Eumenio García Neira (ver la 13ª entrega de esta serie:

Cruzando la entrada de acceso a la Plaza Mayor, en la esquina de Cascote, los domingos y días festivos nos encontrábamos con los puestos ambulantes de chucherías, castañas asadas, regaliz, borrachos, etc., entre ellos el de Dª. Isidora, suegra de D. Bernardo El Pardal, según me recuerda el amigo Roberto. D. Bernardo es el padre del amigo Fernando (Nando), Lola, Tusa y Dori, y estaba casado con Dª. Pilar, la hija de Dª. Isidora. Antes de Dª. Isidora el puesto lo asumió la conocida como Loba Marina. El último que lo tuvo fue D. Francisco El Pitorro y su mujer Dª. Joaquina, a los que también ayudaban sus hijos: Sara, Manolo y Josefina. Ni que decir tiene que esos puestos eran los más queridos y frecuentados por los niños, y no tan niños, de esa época. Desde aquí, los que vivimos esas experiencias en esa fase de nuestra vida, queremos enviarles nuestro sincero agradecimiento por haberlos hecho realidad.  

Inmediatamente después llegábamos a la casa de la Dª. Amanda y de D. Florencio (ver fotografía).

La casa de Dª. Amanda y de D. Florencio a la derecha durante los años 50. A la izquierda de la carretera el edificio de D. Antonio Luna. Foto de autor desconocido
La muy querida Dª. Amanda Martínez (ver fotografía), la mujer de D. Florencio Pombo (Cascote), padres de Víctor, Luis, Berta y Miguel Ángel (ver fotografía familiar), tenían una tienda de ultramarinos en el bajo de su casa que también daba a la Plaza Mayor. En la década de los 50, cuando la plaza del mercado se localizaba cercana a la báscula, la entrañable Dª. Amanda solía poner su puesto de pescado. La destacable virtud que ha pasado desapercibida de esta excepcional persona ha sido su discreta generosidad con las personas más necesitadas, sobre todo en los duros tiempos de la postguerra. Sin embargo, lo que sí recordamos los que la conocimos, eran aquellos simpáticos momentos en los que ponía de manifiesto su personalidad cuando, bien desde alguno de los balcones de su casa o desde el puesto del mercado llamaba a su marido con su portentosa voz gritando: ¡¡¡Florencioooo!!!

Dª. Amanda en su juventud, allá por 1921, junto a su amigo D. Luis Rodríguez, tío de Manolo Rodríguez, en una de las ferias de mayo a las que acudían los clásicos fotógrafos para ganarse unos cuantos reales con fotos como la que nos regala Manolo. Archivo de Manolo Rodríguez.
 
La familia de Dª. Amanda y de D. Florencio al completo en los años 60. De izquierda a derecha y de arriba abajo: Víctor, Berta, Luis, Dª. Amanda, Miguel Ángel y D. Florencio. Foto del archivo familiar.

Me comenta Carlos que, en el mismo local donde D. Florencio y Dª. Amanda tenían la tienda de ultramarinos, tuvieron anteriormente el Café Pombo. en el cual se recogían los paquetes que venían facturados en los coches de línea que tenían parada enfrente del establecimiento. 

La droguería de Mero y Pili, padres de Juanjo Mourelo (ver fotografía), fue inicialmente una barbería y, como ya hemos contado, estaba adosada a la de Dª. Amanda (ver fotografía de la carretera). En esa tienda, según Carlos de Fco., Mero también recogía y repartía los paquetes que traía de Madrid la empresa de transportes Vallejo en su destino hacia La Coruña.

(Continuará)

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