El café América con su toldo característico. A Curuxa Verde ocupó el local durante los últimos años hasta agosto de 2019 |
Se cumple hoy el primer aniversario del fallecimiento de Juan
Pintor Costero, Juanito. El pasado sábado celebró la Parroquia una misa funeral
por su alma.
Formaba habitualemte pareja de partida con Lolo Couceiro en
la última diaria que aún se jugaba en el Venecia en los años cercanos a la
jubilación del también difunto Juan Santos, regente del bar.
Finalizado el juego siempre quedaba un tiempo para discutir
con el compañero alguna jugada o echarle en cara la inoportunidad de tal o cual
salida de naipe. Una vez pasado el tiempo de reflexión la conversación tomaba otros derroteros menos serios: las noticias políticas, la
actualidad en el pueblo, alguna apostilla a lo que soltaba el locutor de turno
en la tele…
Una de aquellas tardes monopolizó el tema de la charla el
desaparecido Bar América de la Avenida de Galicia, anteriormente José Antonio
Primo de Rivera. Denominado inicialmente como Gran Café América y
posteriormente Café América. Fue un lugar mítico del ocio en Cacabelos. Además
de cumplir las habituales funciones de un bar de aquellos años, añadía la
clásica mesa de billar, otra de chapolín y una tercera de futbolín. Pero lo que
de verdad dotaba de singularidad a este local era su escenario situado al fondo.
Un escenario por el que pasaron orquestas, actores de teatro, cantantes,
bailarines –con mucho éxito algunas- y magos.
Sobre uno de esos últimos versó la historia que un día nos
contó Juanito con su peculiar forma de expresarse. No recuerdo el nombre del
mago, ilusionista o prestidigitador, pero sí que –según comentaba- solía
aparecer un par de veces durante el año por Cacabelos. Antes de la actuación en
el América se ponía en contacto con nuestro paisano –un niño todavía- para
convenir el momento en el que debía ofrecerse voluntario y participar en uno de
los trucos más emocionantes. Terminada la función, y cuando el público ya había
abandonado el local, recibía una peseta de propina en pago a su trabajo como
ayudante.
-Me colocaba enfrente
del público y me atravesaba la oreja con una aguja mientras comentaba al
público el milagro de hacerlo sin que yo notara nada, ni dolor ni pinchazo,
nada de nada. Yo no tenía que hacer ni decir nada, ni pestañear; narraba
Juanito gesticulando con los brazos como si la última actuación hubiese
sucedido minutos atrás.
Un año –continuó narrando Juanito- fui a verle por la tarde, la actuación era
por la noche. Y le dije que me tenía que pagar más, una peseta era poco. No le
gustó. Me dijo que por apenas un minuto estaba bien pagado. Insistí que me parecía
poco, llevaba varios años pagándome lo mismo. Pero el tío no quería bajarse de
la burra. Como no entraba en razones, y para que no me considerase tonto, le
dije enfadado:
¡Oiga, que duele! (Y es
que de verdad dolía -nos explicaba a los presentes en el bar- no había milagro).
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