Como
si de un óleo se tratara, la peña en pleno otoño en una vista desde la
carretera de Arganza/Foto Pepe Couceiro
LUGARES EMBLEMÁTICOS DE NUESTRO PUEBLO Y ALREDEDORES
2.
La Peña del Castro
Por
Pepe Couceiro
Si me remonto a mi niñez puedo
escuchar, en boca de mi padre, una historia de celtas y romanos que combatían a
golpe de espada para conquistar la cima de lo que se conocía como la Peña del
Castro. Esa historia que tanto me fascinó fue haciéndose más consistente al
quedarme embelesado por aquellas películas de romanos que echaban en los cines
Litán y Faba. El resultado no pudo ser otro que, cada vez que contemplaba aquel
cerro desde cualquier posición del pueblo, en mi imaginación comenzaban a
librarse épicas batallas en sus laderas dejando, en vez de sangre, un rastro de
espadas, escudos, cascos, etc., que permanecerían ocultas bajo el suelo esperando
ser descubiertos por mí cuando me hiciera arqueólogo.
En ese deseo perseveré
hasta los 18 y fue entonces cuando en agosto de 1975 se iniciaron las primeras
excavaciones del castro dirigidas por un joven doctor vallisoletano llamado Tomás
Mañanes Pérez y a las que me apunté sin dudarlo (ver foto).
Apasionados
por la arqueología en la meseta del castro dentro de una de las calicatas de
las excavaciones de agosto de 1975. De derecha a izquierda: Manolo (Charlot),
Manolo Rodríguez, Pepe Couceiro, Miguel Alba acompañado de varios de sus
vecinos de Pieros. Foto: Manolo Rodríguez.
Aquellos sueños de la
infancia comenzaron a desmoronarse cuando me di cuenta que realmente la
arqueología consistía en hacer horas y horas agachado dentro de una calicata con
una espátula y un pincel, en vez de algo al estilo Indiana Jones. No obstante,
la anécdota más significativa que recuerdo sí fue de película. Tras varias
semanas sin toparnos con nada interesante, al menos para una mente a punto de
salir de la adolescencia, en uno de los almuerzos y sentados al lado de uno de
los taludes de la muralla, me fijé en una forma perfectamente redondeada que
resultó ser la única moneda romana que descubrimos, mejor dicho, que descubrí. Nunca
supe a qué emperador estaba dedicada, pero en esos momentos era lo de menos, lo
importante es que mi mermada autoestima había experimentado un subidón y
durante días me mantuve flotando sobre aquella meseta. Este suceso, en aquella
época y siendo adolescente, resultaba impagable y fue por ello por lo que,
cuando tuve que marcharme, lo hice con el mejor sabor de boca posible y en la
actualidad, siempre que mi mirada se cruza con el castro, me acuerdo con agrado
de aquella experiencia en la que un grupo de apasionados vecinos de Pieros y
Cacabelos emulamos durante unas semanas a los más legendarios arqueólogos.
La historia de este pétreo
perenne centinela del bajo Bierzo, tan codiciado por todos los pueblos de la
antigüedad merecía ser relatada con el mayor rigor y para ello nada mejor que contar
con dos grandes historiadores de reconocido prestigio que ha dado nuestro
pueblo: José Antonio Balboa de Paz (Toño) y Vicente Fernández Vázquez (Tito).
Fue Toño con el primero que me topé y aprovechando su pasión y el excelente
café que degustaba en el Siglo XIX iniciamos un apasionante viaje a través del
tiempo.
La ocupación de este
estratégico cerro se inicia en la edad del hierro, probablemente por pueblos de
orígenes celtas como lo indica el vocablo Bérgidum,
topónimo como se conocía a este promontorio desde tiempos remotos. A
finales del siglo I d.C. Roma conquista el Bierzo y los pobladores de todos los
castros son obligados a trasladarse a orillas de los ríos o en las llanuras
para su más eficiente control. Es fácil de imaginar que, en esos tiempos
efímeros de paz, esa zona de la llanura al lado del Cúa podía ofrecer de forma
natural y generosamente todo tipo de alimentos frente a la escasez del castro. En
nuestro caso ese lugar estaba situado en lo que actualmente se conoce como el
paraje de la Edrada, en los alrededores del cementerio, donde en la actualidad
puede contemplarse uno de los yacimientos arqueológicos más importantes de la
comarca.
Una
vista diferente de nuestro Castro, con los cipreses del cementerio asomándose,
como queriendo ganar protagonismo en la toma, en la zona donde estuvo situada Bergidum flavium, justo ahí, en los
alrededores del cementerio, en el paraje conocido como La Edrada.
Tanto el Bérgidum del castro como la ciudad de la
llanura, Bérgidum Flavium, se erigen
como importantes centros en la gestión de las explotaciones auríferas de la
zona (Médulas, La Leitosa, Cáscaros de Pradela, Ancares, etc.) y la villa Bérgidum Flavium se va constituyendo
paulatinamente como una ciudad de cierta importancia llegando a ser municipio.
Nuevamente llega la
inseguridad a finales del siglo III d.C., por la invasión de pueblos que
también tenían el mismo afán de conquista que los romanos y las gentes de esa
ciudad vuelven al Castro, momento en el que tiene lugar el amurallado de la
misma (ver fotos), una muralla, como me señala Toño, similar en sus
características a las de Astorga, León o Lugo. Es probable que esta ocupación
se haya mantenido hasta bien entrada la Edad Media con la presencia, en la
misma, de pueblos como los suevos, visigodos y más tarde musulmanes.
Aspecto de la parte oeste de la muralla en un buen estado de conservación. |
Transcurrida la Edad
Media y en un periodo de tranquilidad se vuelve a abandonar hasta finales del
siglo XII, principios del XIII, cuando los reyes leoneses intentan su
repoblación sin éxito. A partir de entonces, el castro es un lugar ocupado por
viñas y, aunque sigue habitado hasta el siglo XIX, lo es con un exiguo número
de personas dedicadas principalmente a la agricultura.
Por todo ello el Castro
de la Ventosa se ha ido constituyendo como un símbolo de nuestro pueblo, de su
pasado, pero también de su presente, al poder observarlo todos los días desde
cualquier posición. Nos sirve tanto de orientación como de placentera
contemplación con la llegada del otoño o de las primeras nieves. Ha acompañado
durante milenios a nuestros antepasados y seguirá haciéndolo con nuestros
descendientes quién sabe cuántos más. Desde su meseta, aquellas gentes
precursoras de lo que hoy somos observaron las mismas estrellas y
constelaciones que podemos contemplar hoy día (ver foto) y su vida, como la
nuestra actualmente, también giraba a su alrededor. Concedámosle un mínimo de
nuestro tiempo a su conservación en pago a lo que significa y significará para todos
los bercianos.
Foto
nocturna de la Peña del Castro con la muralla en primer plano y el centro de la
Vía Láctea al fondo, el mismo espectáculo que contemplaron nuestros ancestros en
cada momento de su historia.
Una
vista desde el Castro en la actualidad con el puente y la iglesia parroquial
como protagonistas.
NOTA: Deseo expresar mi
sincero agradecimiento al Doctor en Historia Jose Antonio Balboa de Paz por sus
importantes y rigurosos datos históricos en los que se ha basado el grueso del
texto.
Gracias Pepe!!! Un gusto leerlo!
ResponderEliminarGracias Yolanda. !Cómo se nota la amistad!
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