YO
TAMBIÉN FUI AL CAMPAMENTO
Por Antonio Esteban
Hay ocasiones en las que
uno no está para nada y, esta, es una de ellas. Me explico, si es que puedo
explicarlo, que no lo sé. Verán: tengo en mis manos una de las fotografías más
nostálgicas que han aparecido en esta sección y, lo que son las cosas, a pesar
de intentarlo, no sé qué escribir sobre ella. Lo he intentado -lo juro- una, dos, tres, cuatro, cinco y hasta en
siete ocasiones y las musas, que como todo el mundo sabe, son quienes inspiran
al escritor, están de vacaciones y aquí estoy, con el folio en blanco, delante
de mí.
He intentado pergeñar un
texto sobre la OJE y los campamentos adonde íbamos de adolescentes y en donde,
en aquellas mágicas noches con una miríada de estrellas en el cielo azul, en
los fuegos de campamento, cantábamos canciones que hablaban de almogávares o de
compañeros ausentes y no he logrado hilvanar un texto coherente, tal vez porque no había invocado, como a ellas les
gusta que se las invoque, por sus nombres, a las musas: Calíope, Cliom Erato,
Euterpe, Melpomene, Polimnio, Talía, Terpsícore o Urania.
Así que me limito a decir
que la foto fue hecha en La Vecilla y que en ella están, de izquierda a
derecha, arriba: Jacinto Hernández Romo, Manolo, el “Risco”, Pepín Neira y Roberto Machín y, abajo, Luis Cascallana,
Pepe Couceiro, Isidro, el fotógrafo y Manolo Lizáfaro. Todos, perfectamente uniformados
y llevando, garbosamente, sobre la cabeza, la boina azul.
Quizás, al ver la foto,
sentirán eso que yo, con frecuencia, llamo nostalgia y que hoy -porque fui a
los campamentos- también siento.
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