Manolo enrollando la cuerda en el diminuto peón |
Viendo las fotografías casi seguro que no tendréis dudas en señalar
quién se lo pasó mejor: ¿el malabarista o los niños?
Fue empezar a bailar Manolo la pequeña peonza que había
llevado escondida en el bolsillo e inmediatamente concentrarse en torno a la
mesa los niños que estaban por la zona peatonal a la hora del vermú. Y, estos,
más que divertirse parecían asombrados ante el invento. Acostumbrados, claro
está, a tanto juego sofisticado, a pantallas plagadas de máquinas y personajes
del siglo XXV, no habían reparado en ese juguete que acompañó a nuestra
infancia en los soportales de la Plaza cuando llovía y en el jardín del centro
cuando el tiempo lo permitía: el peón. Con una cuerda y el peón la tarde se
podía hacer interminable.
El peón, la peonza de Manolo, fue la sensación en la mañana
del sábado. Un poco más de tiempo y lo vemos llevando tras de sí a todos los
niños cual flautista de Hamelín, mejor… de Cacabelos.
Con susto incluido, la peonza se coló en la alcantarilla pero Miguel la "salvó de las aguas" |
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