Quino el herrero delante de su casa en Cimadevilla |
Ayer enterrábamos a Quino el
herrero, Joaquín Pestaña Guerrero, uno de los pocos personajes que ponía una
nota diferente a Cacabelos y el primero en saludar a los peregrinos que bajaban
desde el campo de San Bartolo hacia Santiago de Compostela.
Era un hombre de fácil
conversación. Siempre estaba dispuesto para hablar con unos y con otros a su
paso por delante del taller. Me hacía gracia su forma de recibir las opiniones
ajenas como si las aceptase plenamente:
-¡Ay amigo! Así me gusta, pero…y a continuación expresaba sus argumentos
contrarios a lo escuchado. Una forma de rebatirlos con su particular educación.
Recordaba tiempos de su niñez
repartiendo el Diario Pueblo –periódico sindicalista
fundado en 1940- a los suscritos de
Cacabelos porque su familia tenía en aquellos años la exclusiva de la
distribución. También evocaba el trabajo en la Minero de Ponferrada haciendo el
viaje todos los días en bicicleta o las fiestas de su barrio: El corpus, San
Roque…con alguna que otra barrabasada que con el tiempo ya solo provocan risa.
La última charla que mantuve con
él fue el siete de noviembre pasado con motivo de la celebración del magosto en
la residencia El Humeral. Allí vivó los últimos años Se mostraba contento y
animado, como en otras ocasiones en las que le pregunté por su salud y su nueva
casa. El afecto y buena atención de la dirección y empleadas fueron decisivos
para su total adaptación al régimen residencial. Solamente se quejaba de los
problemas con las piernas que le obligaban a utilizar una silla de ruedas, pero
aún sentado en ella se lanzaba a echar un baile si había una buena moza que se
lo pidiese. Enseguida aparecían chiribitas en sus ojos ante la presencia de una
hermosa mujer.
En 1977 Prada había comprado e
iniciado la restauración del caserón de Cimadevilla que siglos antes había albergado
el Hospital de San Lázaro. Pared con pared tenía Quino su taller de herrero, un
buen punto de observación de las obras de la futura Moncloa. Pasaban los días, los
meses e incluso los años y las obras no
concluían. La complejidad y la duración de las obras –concluirían en 1982- le daban pie a repetir el mismo comentario:
-Esto va a ser como La Moncloa, en referencia al palacio madrileño
que en aquellos años –comenzaba la democracia- se acababa de destinar a residencia
de los presidentes de España.
Tantas veces repitió la frase que
el mismo Prada aceptó el nombre para designar su proyecto hostelero. No hacía
falta pensar mucho más. Más tarde se prolongó con el título de
San Lázaro, La Moncloa de San Lázaro, para marcar bien las diferencias
y disipar dudas con La Moncloa de la capital, no fuese a haber alguna confusión
a pesar de la distancia. Cada uno lo suyo.
Todos conocíamos su manía –el que
esté libre de pecado…- de guardar todo cuanto considerase ser útil todavía o poder serlo en el futuro, pero sobre todo
acumulaba periódicos, revistas,
boletines informativos, publicidad impresa…que saturaban su casa:
-Te tengo que enseñar un libro que tiene todo lo que se sabe –me dijo
varias veces- la historia, las matemáticas, las enfermedades…todo. Cuando lo
encuentre, te lo dejo. Te va a gustar.
-Será una enciclopedia, sugería
yo.
-No, es un libro con todo, todo,
todo lo que quieras saber, todo.
No apareció. Nos tocará repasar
sus páginas con Quino ya en otro lugar.
Gracias por estas bonitas palabras sobre mi tío. Un hombre cariñoso, humano, cercano, humilde, educado, amable y sobre todo, de un gran corazón.
ResponderEliminarTe quisimos mucho y te seguiremos queriendo estés donde estés. Un beso muy grande de tus sobrinos y tus sobrina-nietas desde Donosti. Igor, María, Elene y Malen.
dep quino un gran vecino, amigo y buena persona.
ResponderEliminarQuino siempre estará en el recuerdo de mi familia.
ResponderEliminarDa recuerdos a Leles y a Concha cuando te encuentres con ellos, seguro que volverán a sonreír cuando os encontréis y pasaréis largas tardes de charlas como hace años.