Esta semana es el poeta y ensayista peruano Alfredo
Alencart quien nos hace llegar su experiencia ante el cuadro “Urueña” expuesto
en la Retroespectiva de José S. Carralero en el Museo Municipal.
Alencart reside en Salamanca donde es profesor de
Derecho del Trabajo de su Universidad y cuenta con una amplia y reconocida obra
literaria:
En
2005 fue elegido miembro de la Academia Castellana y Leonesa de la Poesía y
desde 1998 es coordinador de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos, que
anualmente organiza la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura.
Ha
recibido, por el conjunto de su obra, el Premio Internacional de Poesía
“Medalla Vicente Gerbasi”, otorgado en Caracas por el Círculo de Escritores de
Venezuela; y también el Premio de Poesía “Juan de Baños” 2009, otorgado en
Valladolid por los grupos literarios Sarmiento y Juan de Baños, en colaboración
con La Obra Cultural del BBVA.
En
poesía ha publicado La voluntad
enhechizada (Verbum, 2001. Hay versión
portuguesa: O feitiço da vontade , 2004,
con traducción de António Salvado),
Madre selva (2002), Ofrendas al tercer hijo de Amparo Bidon (2003),
Pájaros bajo la piel del alma
(Trilce, 2006, con el pintor Miguel Elías), Hombres trabajando (2007, con el pintor Luis Cabrera), Cristo del alma (Verbum, 2009), Estação das tormentas (2009, con traducción de Álvaro Alves de
Faria), Savia de las Antípodas (Verbum, 2009, con el pintor Miguel Elías y
traducciones de An Oshiro y Juan W. Bahk) y
Oídme, mis Hermanos (Verbum,
2009, con traducciones de Herbert y Sigrid Becher). Hay un libro sobre su
obra, Pérez Alencart: la poética del
asombro (Verbum, 2006) del escritor
venezolano Enrique Viloria.
Su
poesía ha sido traducida al portugués, alemán, inglés, ruso, japonés, italiano,
árabe, serbio, francés, hebreo, búlgaro, estonio, vietnamita, indonesio, rumano
y coreano.
Carralero, pintor de estas tierras
La Pintura,
en su magna expresión, se asemeja al más conmovedor Salterio: inunda las
sensibilidades del ser humano, lo remece en su visión exiliada, lo sume en un
absorto silencio que dice mucho para luego cantar o manifestar lo deleitoso,
desenterrando aquello que está más atrás del paisaje y de las figuras. Por
ello, el pintor-pintor debe tener arte para renunciar al arte banal, a lo
mimético propio para el decorado.
Estoy en Cacabelos, el hermoso corazón del Bierzo
leonés, y es el día 16 de mayo, viernes por la noche. Y estoy en el Museo
Arqueológico de Cacabelos (M.AR.CA.), sentado mientras contemplo y entro en
comunión con el clarividente cuadro ‘Urueña’, otrora pintado por José Carralero
por encargo de las Cortes de Castilla y León para presidir su entrada
principal.
Antes de sentarme me acerco para tocar su piel, para
que el tacto tome su lugar, su disparadero al entrañarlo, para que la vista lo
recorra muy de cerca y lea los estupendos versos que lo acompañan, escritos por
mi querido amigo Carlos Aganzo, adalid de los poetas que acompañan, ya para el
Tiempo, la obra de uno de los más notables pintores que ha dado Castilla y
León. Dicen los versos finales de Aganzo: …¡Cómo juega la tarde con tus muros/
a reflejarse en oro!/ ¡Cómo rompe el milano/ la voluntad oscura de las horas/
por dejar el paisaje detenido/ en su tiempo sin tiempo!/ Hay un cielo de plomo,
una promesa/ de voces interiores/ en cada luz que guarda la muralla./ Es tiempo
todavía/ de darle al sol desnudo el corazón.
Pues el corazón es lo que damos a este poeta del
pincel, Carralero de Cacabelos, su lugar de nacimiento y adonde ha vuelto
siempre, pero ahora con una imponente Exposición Retrospectiva que estará
abierta durante cuatro meses y que cubre todas sus etapas en esto de la
pintura, que en su caso no es una vocación sino un destino.
Estoy en Cacabelos, cuyo alcalde, Adolfo Canedo, se
empeñó en honrar a uno de su más distinguidos paisanos. Y veo al cuadro, y me
giro un momento para ver hacia otra sala, y oír cómo el pequeño gran Pepe
explica ciertas claves que solo el pintor conoce respecto al proceso de creación
de sus obras. Yo me alejé de aquel grupo
privilegiado para así poder estar en soledad sonora con ‘Urueña’, es decir con
esta Castilla eterna que me acoge desde hace seis lustros, y que ya es tan mía
como lo es para Carralero, Fonseca, Muñoz Quirós, Colinas, Aganzo, Tundidor,
Quintanilla Buey, Frayle, Verde, Velasco Plaza, García-Camino, Tanarro,
González Guerrero, Alonso, Amat, Ledesma, Sagüillo…
De ellos, de los poetas, había hablado sólo unas
horas antes, en Ponferrada y dentro de las IX Jornadas de Autor que el
Instituto de Estudios Bercianos había organizado en homenaje a Carralero, Mar
Palacio al frente, sumándose al “Año Carralero” propiciado por el alcalde
Canedo. Otra visión, la de los poetas que admiran a este maestro y que dicen,
al unísono: Nuestra voz te encuentra/ en el paisaje,/ Carralero germinado/ de
esta tierra-madre que desteta/ con el
hervor de un álamo/ y la piedra imán/ sobre la sien herida…
En Cacabelos vi feliz, como un niño (como su nieto
Jaime), a mi viejo amigo Pepe Carralero, Premio Castilla y León de las Artes.
Allí estaba con su infatigable Macarena, comisaria de la Retrospectiva que
incluye un ejemplar catálogo.
Allí empezó todo, y allí ha vuelto para homenajear a
sus paisanos.
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