Carralero y Amando de Miguel ante el retrato que se puede contemplar en el MARCA |
El Ayuntamiento de Cacabelos, pone en marcha hoy el
comentario de la semana de un cuadro de
la exposición del Museo Arqueológico. Comenzamos por “ Retrato de Amando de
Miguel “ por el propio retratado.
Sociólogo zamorano, Amando de Miguel realizó
estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (Nueva York). Fue profesor
visitante en las universidades de Yale y Florida (Estados Unidos) y en el
Colegio de México. También es diplomado por la Escuela de Organización
Industrial de Madrid y Catedrático de Sociología de la Universidad Complutense
de Madrid.
El retrato del alma
Contemplo todos los días el retrato que mehizo
Carralero hace 18 años; se dice pronto. Me maravilla cada vez más. “Ese soy
yo”, me digo, por mucho que mi físico, como es natural, ha seguido su curso.
“Ese eres tú”, me dicen los amigos que lo ven. La conclusión es que el pintor
penetró en mi alma. Si fuera un poco más materialista diría en mi carácter o en
mi personalidad.
El género pictórico del retrato admite tres
posiciones del modelo, de mayor o menor dignidad o según se sitúe en el plano
de la mirada del observador respecto al retratado: 1 ecuestre, 2 pedante, 3
sedente. A su vez, cada una de estas tres formas presenta dos variantes: (a)
vestido para la ocasión, (b) con ropa de andar por casa o por la calle. En
todas las posibles combinaciones se
excluye la representación de la figura humana que no sea la de
indentificarla con nombre y apellido. Caben algunas otras versiones y
gradaciones, pero casi todos los retratos de la Historia caben en la
clasificación anterior.
Es claro que el retrato que me hizo Carralero en
1996 me representa en posición sedente y con un atuendo que decimos informal.
Estoy sentado, además, como realmente lo hago en mi sofá favorito, un Chéster
auténtico. Parezco sentarme un poco por
debajo de la línea que traza la mirada del pintor y del observador. No se ha
buscado una especial dignidad del retrato. La indica mi postura desmadejada,
repanchingada incluso, en la que eternizó el pintor para mayor gloria suya. Es
evidente que el modelo se siente orgulloso del maestro.
Me hallo confortablemente sentado frente a una chimenea que no se percibe en el
cuadro, que hay que adivinarla. Casi siempre escribo en esa postura, sobre una
tablilla; si es ante la lumbre, en invierno, mejor. Las mesas a mi alrededor
sirven para amontonar libros, papeles y recado de escribir. Es algo que se
adivina vagamente en el fondo cárdeno de la composición.
La impresión de confortabilidad se subraya por el
atuendo holgado que llevo, camisa y pantalón de una talla mayor de la que me
corresponde. Al ser yo más bien cuellicorto, voy mejor descorbatado. Es así
como me gusta, quizá la rebelión retardada de aquel recuerdo adolescente, en el
que hasta la clase de gimnasia la dábamos con corbata. ¿Cómo no identificarme
con el intrépido Guillermo Brown, siempre luchando contra su cuello de
celuloide?
Pero el alma está en la cara y en las manos, como trata de mostrar el cuadro. No hace
falta mucha ciencia fisiognómica para llegar a esa conclusión. Tiendo a
inclinar la cabeza, y eso que el pintor, en las largas sesiones no hacía más
que enderezármela una y otra vez. Le bastaba un gesto convenido para que
volviera yo a colocar la testa en su
sitio. Esa propensión a dejar caer la cabeza la atribuyo a mi carácter
dubitativo, inseguro. Tampoco hace falta llegar a demasiadas interioridades. La
cabeza un poco gacha es la que cumple para
leer o escribir, los dos menesteres más afines con mi vida de ocio o de
negocio.
Creo recordar que el pintor detuvo el tiempo al
mantener una posición en la que yo escuchaba a alguien. Naturalmente se trataba
de la disertación de Carralero sobre el arte pictórica y, tras ella, todo lo
humano y parte de lo divino. Certifico que el retratado aprendió mucho de
aquellas sesiones.
Junto al rostro, las manos, que tan explicativas son
en el cuadro. No es por casualidad. También aquí el pintor sagaz supo entender
que en una parte oculta de mi personalidad termina en la yema de los dedos como
si fuesen antenas. La mano izquierda se
adelante ingrávida al primer plano, mientras que la derecha trata de asir,
defensivamente, el brazo del Chéster. Así caí en el sofá, y el pintor no me
permitió adoptar otra postura más preparada. En efecto, de esa forma me dejo
caer muchas en el asiento. Reconozco que para el observador puede parecer una
actitud de desplante, como si quisiera decir “aquí estoy yo”. Mi interpretación
es que esa postura se deriva de trabajar sobre un sillón más que sobre una
silla. A veces me siento un tanto avergonzado cuando en una casa ajena caigo de
esa misma forma desmayada en la butaca que me ofrecen.
A través del cuadro se trasluce ese diminuto mundo
en el que me considero tan recogido. Se percibe un fondo de libros y carpetas.
Así en casi todas las habitaciones de la casa. El material impreso es parte
sustancial de mi vida. Me angustia dormir en cualquier lugar donde no halle un
abarrote de libros. Ahora entiendo por qué, cuando tuve que pasar por la
cárcel, logré colocarme de bibliotecario. Fue el momento de más radical soledad
de mi vida. Los libros y papeles constituyeron entonces mi principal
protección. En este caso el pintor los vió con una luz morada, como si fuera el
fondo de sus paisajes.
Algo tendría que decir sobre el aurea de soledad que
se adivina en el retrato. En efecto, se pinta en un momento en el que volvía a
estar afectivamente solo. Tampoco era nada nuevo. La soledad ha sido siempre mi
vieja compañera de fatigas. Nadie tiene la culpa de mi dificultad para
comunicar mis sentimientos. La soledad ha sido como mi sombra, tan personal la
considero. Es más, haciendo virtud de la necesidad, he llegado a imaginar que
esa condición puede ser también algo benéfico. Hay también una soledad buscada
y difícil de conseguir, que podríamos llamar solicitud. Ese podría ser el
título del cuadro: “Solitud”. O también, más descriptivo, “Retrato de un
escritor solitario que escucha”.
Camelot, mayo de 2014
Este cuadro figura en la lista de los que los
visitantes pueden encontrar en la exposición Retrospectiva, José CARRALERO en
el M.AR.CA. TuEspacioCultura.
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