Banfi y Pepín en su taller el año 1956 |
MANOLITO Y PEPÍN (O VICEVERSA)
Antonio-Esteban González
Manolito González Banfi y Pepín Quiroga -o viceversa- eran amigos y, más que amigos, socios.
Ayer, dos personas podían ser socios con un simple apretón de manos y amigo de sus amigos, sin pedir nada a cambio. Hoy, ya se sabe, uno es amigo de sus amigos, hasta que a uno de los dos se le acaban los euros y se bebe la penúltima copa -de gin tonic, que está de moda- y, a continuación, cada cual se va a sus quehaceres que, tal y como están las cosas, es ir a firmar la boleta del paro.
Pepín Quiroga y Manolito González Banfi -o viceversa- siguen siendo amigos ahora, después de muchos años, porque Manolito -que sigue siendo Manolito y no Manuel y Pepín, que es Pepín y no José- viene todos los veranos a Cacabelos, pasea con su amigo y recuerdan las cosas que han recordado muchas veces, aunque vistas desde la perspectiva que proporcionan los años, las canas y la experiencia.
Tarjeta comercial de la empresa de Banfi y Pepín |
Ellos eran socios en una sociedad muy peculiar en la que los dos repartían afanes y sudores, a partes iguales, y se anunciaban diciendo que estaban en Cacabelos y que Cacabelos pertenecía a España.
Manolito y Pepín -o viceversa- se dedicaban al noble oficio de domesticar la madera: daban forma a guitarras, bandurrias, laúdes y mandolinas y ¿quién afinaba aquellos instrumentos?. No lo sabemos, pero los instrumentos de Pepín Quiroga y de Manolito González Banfi sonaban bien, sin afinarlos, porque ellos conocían perfectamente los sonidos de la madera noble.
Después, cada uno se dedicó a otros menesteres y hoy, como todos, añoran el tiempo que se ha ido, con ritmo de tango.
Esta foto que pertenece al archivo particular de Pepín Quiroga. me ha servido para recordar a dos socios que, sin embargo, eran amigos: Manolito y Pepín. (O viceversa. Es decir, Pepín y Manolito).
sin duda los amigos son los tesoros que aveces no sabemos valorar
ResponderEliminarY desde las postreras generaciones seguimos siendo partícipes y manteniendo viva esa ilusión. Robar a la madera su silencio, domándola, dulcemente, para oír al final su voz surgida desde lo más hondo de su médula, del corazón del bosque que la vio nacer. Felicidades por el artículo.
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