La calle de Las Angustias en 1970. A la izquierda puede apreciarse la bodega-bar de El Portugués seguida de la de D. Gumersindo (Sindo) y Dª. Emilia (Milo), padres de nuestro amigo Gustavo. A la derecha, en primer plano la de Dª. Ovidia y de D. Tinto Lindoso y, al fondo, el edificio que con el paso del tiempo se convertiría en el actual M.AR.CA.
LUGARES EMBLEMÁTICOS DE NUESTRO PUEBLO Y ALREDEDORES
19. El Camino de Santiago (La Calle de Las Angustias) (12)
Por Pepe Couceiro
Si la anterior imagen conservara memoria y nosotros la capacidad de plasmarla y contemplarla sobre una pantalla, gozaríamos de infinidad de historias de unos tiempos en los que el ambiente que se respiraba era apreciablemente más vital y apasionante que el que acabó imponiéndose con el discurrir de los años.
En la contemporaneidad de esa fotografía, al estar tan atareadas, era costumbre que las madres mandaran hacer inoportunos recados a sus hijos infantes; para ellos inoportunos porque interrumpían cruelmente sus juegos en los momentos más álgidos. Aquellos molestos encargos, que realmente descongestionaban la febril tarea de las madres, en mi caso consistían en acercarse a comprar, bien a la tienda de ultramarinos de la esquina, la de D. Juanín; recoger la leche fresca al paraje de La Reguera o acercarse por vino y gaseosa a la bodega-bar de D. José, El Portugués.
D. José era todo un personaje difícil de olvidar, por su acento, el cual denotaba claramente su origen, pero también por su especial personalidad que transmitía humildad, ternura y simpatía (ver fotografía).
D. José El Portugués entre Ester G. Banfi (izquierda) e Isabel (derecha), la madre de Manolo en los inicios de los años 40. Foto del archivo de Manolo Rodríguez.
Su particular camioneta le daba la vida. Este pequeño furgón de trabajo era conocido en el pueblo como La Carraca del Portugués por su destartalado aspecto. Aparcada frecuentemente en el sagrao, era como contemplar una estampa del siglo pasado (XIX), un monumento ambulante ante el que nadie permanecía indiferente. El Portugués tenía en propiedad, además del bar, una carbonería contigua donde moldeaba el carbón fino prensándolo en forma de huevos y que se conocía como carbón de ovoides, tal como rememora el amigo Luis Cela. Según me apunta Roberto Carballo, D. José murió en Madrid y está enterrado en el cementerio de La Almudena, y tanto en su enfermedad como a su entierro, únicamente estuvo acompañado por dos grandes almas del pueblo: Dª. Angustias y su marido D. Heliodoro (el propietario de la bodega al lado de la de Androllo).
Más tarde, en el mismo establecimiento donde D. José elaboraba los ovoides de carbón, dos de los más grandes futbolistas que jugaron en la Unión Deportiva Cacabelense, Batalla y Caramés (https://castroventosa.blogspot.com/2020/05/lugares-emblematicos-de-nuestro-pueblo.html), inauguraron un bar al que pusieron por nombre Bacara (BAtalla CARAmés). En él, los jóvenes entre los que me encontraba, elegíamos las canciones que más nos gustaban a cambio de un duro que echábamos en la ranura correspondiente de una ostentosa máquina, pulsando seguidamente los botones con los que identificábamos el vinilo que deseábamos escuchar.
Tras el Bacara se situaba la casa de Gustavo Abelaira, donde vivió unos cuantos años (ver fotografía anterior), el buen amigo y mejor persona, que ya nos habló de sus experiencias en la calle Santa María, ahora nos recuerda su paso por Las Angustias:
«De esa época recuerdo la mini movida del Bacara de Batalla; Las Vegas de Luso y Carmen, posteriormente de su hija Mari y su marido Manolo; Dª. Marina y sus hijas Elisita y Conchita. Puedo percibir el olor a vendimia procedente de las bodegas del padre de Susana Carballo, la de Jorge El Niño, la de D. Justo. Pero, sobre todo, recuerdo a D. Dámaso el cura quien me indujo al gusto por la lectura y el ajedrez; con él disfruté mucho con sus viajes al río de Pereje, Ponferrada, León, etc.»
En la casa de Gustavo, donde su padre tenía una carnicería a mediados de los 60, se localizaba la Fragua de Balbino. Me vuelve a recordar Luis Cela que esa fragua ardió, hecho que impresionó vivamente a las generaciones de entonces. El caso es que el avispado dueño solicitó una colecta entre los vecinos del pueblo para poder reconstruirla, pero en vez de cumplir su palabra se largó con lo recaudado al barrio de Compostilla (Ponferrada).
Para finalizar el recorrido por este lado de la calle, antes de llegar al callejón se encontraba la casa de la abuela paterna de Los Pácaro, otra de las familias más populares del pueblo.
Volviendo a la fotografía de 1970, pero por su lado derecho, adyacente al sagrado de la Iglesia, podemos intuir la emblemática casa de mi familia (ver fotografías). Nunca olvidaré el almacén de productos del campo y piensos situado en la parte baja de esa vivienda porque allí disfruté de lo lindo en la grata compañía de mis amigos y primos; era donde me refugiaba del tremendo frío de aquellos gélidos inviernos, cuando nos paseábamos en pantalones cortos y donde cabizbajo acudía en los momentos menos alegres para sentir la reconfortante y cálida compañía de mi padre y tíos.
A juzgar por el alegre semblante de las caras de mis tíos, padre y abuelos, corrían buenos tiempos en los alrededores de 1950. De izquierda a derecha y de arriba abajo: mis tíos Pepe (Panzán) y Alfredo; mis abuelos Dª. Nemesia Sánchez y D. José Couceiro; abajo, a la izquierda, mi tío Víctor (Tito) y mi padre Paco y, en primer plano, mi tía Eugenia y mi tío Toño (Parrachondo).
En su interior jugábamos al escondite o a los pistoleros entre enormes sacos de pulpa que previa y laboriosamente habían ordenado y apilados a gran altura mi padre y tíos, concretamente al fondo de aquella reconvertida bodega. Era habitual que, en algún momento de nuestra abstraída vorágine de la batalla, Tito, Toño o mi padre la interrumpiesen con evidentes signos de enfado al ver sus sacos desperdigados por el suelo, los cuales, segundos antes, habían sido arrojados a los enemigos desde las almenas de un improvisado castillo.
En el puente dos de mis tíos en compañía de quienes fueron muy populares vecinos del pueblo. De izquierda a derecha: Gatuño y Pituso, ambos peluqueros; mi tío Toño; Francisco José, un primo de mis tíos fallecido en accidente cuando solo contaba 24 años, mi tío Lolo y Erundino, marido de Gelines y padres de la distinguida escritora y amiga Yolanda Alba.
Mi querido tío Tito en una sugerente y hermosa fotografía de 1960 leyendo placenteramente junto a la ventana del despacho de la casa de mis abuelos.
Me recuerda Manolo Rodríguez que los de su generación, también en su infancia, hacían sus peligrosos pinitos subiéndose a los mañizos de sarmientos, que en algunos puntos del pueblo se apilaban al aire libre y que se conocían como medas. A pesar de su inestabilidad era normal trepar por ellos y, una vez en lo más alto, pronunciar enfáticamente aquellas peliculeras frases como: «fuera de mi castillo, que dijo el rey que era mío». Me sigue contando que de aquella algún escalabrao pasó por la farmacia de D. Eusebio o por la de Dª. Amparo y que, en esta última, Dª. Elisita le hiciera la cura correspondiente, a la vez que lo remataba anunciando la terrible profecía que siempre acababa cumpliéndose:
«Ay "queridín", cuando llegues a casa, la "somanta" que te van a dar... ».
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Desde que tengo uso de razón, que tampoco hace tanto, era costumbre el trajín de visitas que hacíamos a la casa de mis tíos (ver fotografías), pues solo teníamos que bajar las escaleras y cruzar la calle. Para mi hermana y para mí resultaba excitante subir a esa mansión, sobre todo en días festivos, pues las posibilidades de que nos cayera alguna propinilla o regalo inesperado se incrementaban notablemente.
El que esto escribe con cuatro años en 1961, en el mismo despacho de la fotografía anterior desde el que podíamos contemplar el atrio todavía de tierra, al fondo la tienda de la familia Burgueño-Moyano, actual Café Bar Siglo XIX y, a la derecha, el inicio de la calle Las Angustias.
En una de las incontables y obligadas visitas a la casa de mis tíos en 2007, en plena calle de Las Angustias.
Para finalizar mi alocución sobre una de las casas que más importancia tuvieron en mi vida, me gustaría agradecer lo mucho que me dieron mis tíos y, sobre todo, mi padre, y no me refiero a lo material. Es cierto que gracias a ellos pude estudiar, pero he valorado mucho más haberme proporcionado las pautas para desenvolverme dignamente por los más áridos recovecos de la vida. Como lo hicieron mis abuelos con ellos, me entregaron ese adusto cariño que solo valoras en la madurez cuando, con la mente más lúcida comprendes que, al haberme desalojado tantas veces de mi zona de confort, me estaban preparando para la dureza de un largo camino.
He tenido el mejor padre; duro y poco cariñoso, pero al que no cambiaría por nadie. En su breve existencia fue lo que mi hermana y yo necesitábamos, auténtica bondad, honestidad y nobleza; por ello y por otras mil cosas más no dejo de darle las gracias cada día.
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La siguiente imagen está realizada en un edificio, actualmente desaparecido, que se localizaba al final de la calle Calexa Sixtina, a la izquierda en dirección a la reguera, en el espacio que luego se dedicó a gimnasio y a los entrenamientos de halterofilia (https://castroventosa.blogspot.com/2019/05/viaje-al-origen-de-la-halterofilia.html). La instantánea muestra a varios residentes de las calles que nos ocupan, entre ellos mi padre (Paco) y mis tíos Pepe y Alfredo, los tres con el mismo tipo de jersey que mi amorosa abuela confeccionaba a sus hijos. En esa imagen tenían alrededor de 10 años y realizaban el 4° grado en la escuela que impartía el maestro D. Augusto Balboa Válgoma, abuelo del amigo colaborador e historiador José Antonio Balboa. Frente a ella se localizaba la escuela de niñas de Dª. Maximina. La escuela cuarta era la del último grado, porque luego, según me indica Roberto, el que superaba ese nivel ya podía aprender un oficio.
Grupo de niños en las escuelas en 1937. Los que hemos podido reconocer son los siguientes: 1) Don Augusto Balboa Válgoma; 2) Francisco López López (El Curioso), fotógrafo; 3) Baldomero Raimóndez Alba el de Peña, padre de Juanjo Mourelo; 4) Mi tío Alfredo Couceiro Sánchez; 5) Mi tío José Couceiro (Panzán); 6) Genaro Luna Quiroga; 7) Manolo Núnez; 8) Mi padre Francisco Couceiro; 9) Antonio González (El Perón); 10) José Sernández López (Pepe Litán); 11) Manolo Lago; 12) Antonio González Puerto (Toño el Pardal; 13) Pasín; 14) Julio Luna Luna; 15) Fernando Martínez, hermano de Dª. Elisita la de la farmacia y de Dª. Conchita e hijo de Dª. Marina, entre otros que no hemos podido reconocer. Gracias a Manolo Rodríguez, Antonio El Pardal, Roberto Carballo y Antonio Carballo por ayudarme en las identificaciones.
Adyacente a la casa de mis tíos se encontraba la perteneciente a una de las familias más célebres: Los Lence. Uno de ellos, Joaquín (Quino), se hizo popular con su especial bodega (ver fotografías), localizada detrás de las casas que relacionamos a continuación (ver fotografía).
Quino en su juventud junto a Margarita y Manolo El Alcalde en la bodega de este (la del Niño actual) en 1975. Foto del archivo de Manolo Rodríguez.
Vista parcial de la pintoresca bodega de Joaquín Lence en 2001, muy próxima a la calle de Las Angustias. Fotografía del archivo de Carlos de Fco.
Toma realizada desde la parte posterior de la iglesia en 2010, con su calle lateral, la parte trasera de la casa de mis tíos, la siguiente es la de la familia Lence y, al fondo, la entrada a la bodega de Quino Lence.
Tras el callejón de Lence (ver fotografía) llegamos al que fuera hogar de Dª. Ovidia y de D. Tinto (Lindoso).
El callejón de Lence, actual calle de la Fuente, en una imagen nocturna de 2015, con la misma luz y aspecto que tenía cuando excitadamente lo recorríamos jugando al escondite, a tres navíos o a las guerras sin muertos. Nunca olvidaremos que esa lúgubre travesía nos conducía al más sublime parque de atracciones jamás soñado: al barrio de la reguera, que en aquellos años exhibía su mayor esplendor natural con sus huertas y los muros de piedra que las rodeaban repletos de vida.
Continuará……
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