sábado, 6 de marzo de 2021

LUGARES EMBLEMÁTICOS DE NUESTRO PUEBLO Y ALREDEDORES 19. El Camino de Santiago (La Calle de Las Angustias) (9)

 

Un representativo tramo de la calle Las Angustias en 2019, en él se agrupan recuerdos vividos con tal intensidad que quedaron grabados para siempre en mi memoria.

LUGARES EMBLEMÁTICOS DE NUESTRO PUEBLO Y ALREDEDORES

19. El Camino de Santiago (La Calle de Las Angustias) (9)

Por Pepe Couceiro

 

Y, anticipando mis disculpas por el próximo despliegue personalista, llegamos a la que considero mi calle, la última integrante de las tres que hacen el Camino de Santiago en el pueblo: Las Angustias.

El inefable ecosistema social que creamos y compartimos en la niñez, mis amigos y el que esto escribe, giraba entorno a esta travesía (ver fotografía), aunque también se prolongaba a las actuales conocidas como: Tras Sagrao, La Fuente, Avda. de Arganza, La Reguera, etc.

A la misma hora cada tarde, nada más traspasar el umbral de la puerta, se iniciaba una fascinante y nueva aventura. Sin tregua recorríamos una y otra vez aquellos idílicos decorados sustentados por alrededores naturales y, con la imaginación como ondeante bandera, cualquier objeto que llegaba a nuestras manos lo moldeábamos a nuestro antojo para satisfacer nuestros extravagantes deseos infantiles. Así, por ejemplo, la carretilla con la que mi padre y mis tíos transportaban los sacos de pienso desde su almacén la convertíamos instantáneamente en un fulgurante descapotable (ver fotografía). En él nos turnábamos para ejercer, o bien el agradable papel de acomodado piloto sentado en su extremo delantero, o del que todos huíamos, el que tenía que impeler el auto con la tracción de sus piernas, con las manos fuertemente agarradas a sendos mangos y, por si fuera poco, teniendo que imitar el estridente ruido del imaginario motor con sus potentes cuerdas vocales. Aquel, para nosotros, ilusionante utilitario pasaba en un suspiro de velocidad normal a supersónica con tan solo un movimiento de una invisible palanca de cambios que el reposado y tranquilo conductor accionaba provocando inmediatamente que el que empujaba cambiara de paso normal a ligero, cual amaestrado caballo jerezano en su alegre y elegante trotar. En el efímero tiempo que duraba ese momento todos disfrutábamos de lo lindo, pero tarde o temprano aparecía el problema de los frenos, sobre todo cuando el que lo impulsaba se venía arriba y, en la euforia que la velocidad causaba en sus sentidos comenzaba a aumentar las zancadas hasta perder el control. Ante esa situación, el chófer, ya con la cara en fase de descomposición, pulsaba frenéticamente el imaginario botón de frenado sin recibir respuesta por parte del compañero de retaguardia, que también anunciaba una incipiente histeria en su faz y que, por otra parte, ya tenía bastante con el susto que llevaba encima sujetando con la punta de sus dedos alguno de los asideros del desbocado auto. En décimas de segundo el desazonado piloto comenzaba a cubrirse la cabeza con los brazos porque, en su fuero interno, ya sabía que nadie lo libraría de un nuevo y antológico castañazo.

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La siguiente fotografía reúne en sí misma las agradables rutinas diarias, los gozosos sentimientos de los juegos y la pureza representada por tres inocentes infantes junto a una excepcional madre que, en esos instantes, repartía amorosamente a cada uno la ineludible y bien recibida merienda.

 

Imagen sobre la tierra de El Sagrao adyacente a la calle de Las Angustias en 1966. De izquierda a derecha: Diego Vizcaíno, Dª. Maruja López, mi primo hermano Jose Luis Alfonso y el que esto escribe
 

Este episodio, repetidamente representado por las calles del pueblo en periodo vacacional, tenía su culmen cuando las madres irrumpían en la zona de juegos bocadillo en la mano, mientras que sus hijos, totalmente abstraídos en sus excitantes desafíos, lo recogían en un acto reflejo, sin percatarse del amor que tal acción conllevaba. Con el paso del tiempo aquellas tiernas personalidades evolucionaron y sus cuerpos crecieron, y fue entonces cuando ya de adultos comprendieron el verdadero significado de aquel hecho cuando comenzaron a hacer lo mismo con sus propios hijos.

Externamente podría dar la impresión de que existían profundas diferencias entre los caracteres de aquellas madres que confluyeron en la misma época, experimentaron los mismos acontecimientos, sintieron las mismas emociones y hablaron la misma jerga berciana a lo largo de toda una vida, pero la realidad es que, en su esencia, sentimientos, frustraciones y alegrías eran prácticamente idénticas. La que tuvimos mi hermana y el que eso escribe, y a buen seguro las de la mayoría de los vecinos, resultaron ser el gran regalo de nuestras existencias (ver fotografías).

 

La amorosa madre de la fotografía anterior Dª. Maruja López, para más señas mi madre, siendo una joven adolescente en los alrededores de 1950, sujetando el vaso junto a su amiga del alma Dª. Camila López, la del Molino (derecha). Foto del archivo de Conchi Vázquez.

 

Fotografía del inicio de la calle de Las Angustias, de mediados de los 60, con la oficina de correos debajo de la que fue nuestra casa por un largo periodo de tiempo, los engalanados balcones de la casa de mi tía Hilaria y mi tío Eugenio y el ventanuco de la tienda de comestibles de Juanín. Las dos personas que caminan son mi hermana Pilar y mi madre Maruja que, sin darse cuenta, estaban siendo perpetuadas por la cámara de mi tío Diego. Fotografía del archivo de D. Diego Vizcaíno.

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El tramo de la siguiente imagen era de los más concurridos, el centro neurálgico de nuestro principal escenario de juegos, donde nos sentíamos seguros por la cercanía de nuestras casas y arropados por los cariñosos vecinos (ver fotografía).

 

Uno de nuestros incontables decorados en el punto de unión de tres importantes travesías en 1963, Las Angustias, Santa María y La Plaza Mayor. De izquierda a derecha: un fugaz amigo y también vecino del que no recordamos su nombre; el que esto escribe; mi primo Diego, mi querido y añorado primo Pepe (Pepito) y mi primo Víctor de la mano de mi hermana Pilar.

Diariamente nacía un natural deseo de conocer qué se escondía más allá de los confortables límites del barrio, y era normal enfrentarnos al dilema de decidir entre quedarnos a gusto y seguros en nuestros reductos o embarcarnos hacia nuevos derroteros para sentirnos más vivos ante lo inesperado y ante la inmensidad de lo que todavía nos quedaba por descubrir. En las escasas veces que optábamos por la exploración, era frecuente darnos de bruces con peleas o persecuciones; de algunas de ellas conseguíamos huir y llegar a casa indemnes, pero de otras éramos irremisiblemente cazados y aporreados sin piedad por chavales que integraban otras pandillas más asilvestradas y de mayor edad.

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Al final de las comuniones (ver fotografía), bautizos o bodas, enfrente del atrio de la iglesia, en el inicio de la calle de Las Angustias, los generosos padrinos lanzaban al aire caramelos y monedas, entre ellas perras chicas, perras gordas, contados reales, escasísimas de dos reales y alguna que otra peseta (ver fotografía), arrojada por error, tras escuchar a la muchedumbre repetir insistentemente:

 ¡Padrino roñoso, mete la mano en el bolso!

Tales eventos provocaban continuas avalanchas en cada lanzamiento, cuyos protagonistas infantiles, aunque también de mayor edad, se peleaban con ansiedad por apañar del suelo aquellos preciados tesoros que caían del cielo.

 

La esquina de la calle Las Angustias con la Plaza Mayor en los instantes posteriores al lanzamiento de monedas y caramelos al aire, a la salida de la iglesia en las primeras comuniones de 1959. Reconocemos a mi guapísima, querida y recordada prima Pili mirando hacia el objetivo de la cámara; mi prima Ana con el traje de comunión; la que nos parece su madre, Dª. Carmen, al lado del ventanuco de la tienda de Juanín; el niño con las manos en los bolsillos nos recuerda a Víctor El Carocas, y la niña con turbante, a la izquierda, a Amelita la de Manzano, mujer de Paco el de Carín. Foto del archivo de Pilar Fernández.

 


    Monedas de diez céntimos de peseta o perra gorda (izda.) y de 50 céntimos o dos reales (dcha.), como ejemplos de las que se lanzaban al aire por parte de los padrinos en bodas, bautizos y comuniones, aunque con las que eran más generosos eran con las de 5 céntimos (perra chica).

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En vacaciones todo se desarrollaba vertiginosamente. Sin darnos cuenta la noche nos alcanzaba inclementemente cuando mejor lo estábamos pasando y del más inconsolable abatimiento pasábamos, en segundos, a maquinar los planes del día siguiente; entre ellos y gracias a nuestras fervientes y sedientas mentes ávidas de aventuras se encontraba el devorar cuentos, tebeos y relatos de aventuras como las de El Capitán Trueno, El Guerrero del Antifaz, Roberto Alcázar, Tarzán, etc. que comprábamos en el quiosco de Pilar Valín, en la tienda de los Moyano o, en el caso de mi generación, algo más jóvenes, en la Librería García años más tarde. Como la economía no estaba para presumir, nos los intercambiábamos vehementemente, sobre todo los que tenían santos entre sus páginas, como así definíamos a los que llevaban dibujos o se plasmaban en formato de historietas. Recuerdo cómo los disfrutábamos sentados en nuestra tranquila y agradable sala de estar. Las actividades del intelecto, en la sosegada paz del hogar, se equilibraban con innumerables juegos y deportes al aire libre, haciendo buena la popular cita, Mens sana in Corpore Sano.

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A finales de los 50, los padres de los que serían muy buenos amigos se reunían años más tarde en el atrio de la Iglesia, suponemos que para dejar constancia de algún acontecimiento importante en el que participaron. En la fotografía siguiente pueden verse acompañados por los niños que asistían a las escuelas situadas encima de lo que hoy es la Bodega del Niño, intentando salir a toda costa en la misma.

Fotografía de 1958 en el atrio de la Iglesia Parroquial, donde se inicia la calle de Las Angustias, Al fondo la casa de mis tíos junto a su almacén. 1) Subasta; 2) El niño Manolo Rodríguez; 3) D. Demetrio Machín Llata, padre de los amigos Roberto y Marta; 4) el niño Luis Hernández Romo, el que fuera gerente de la cooperativa; 5) Desconocido; 6) el niño Fernando, hijo del maestro D. Francisco (Pabuxas); 7) D. Guillermo Luna Luna; 8) el niño Fernando González (El Pardal); 9) el niño Leandro Fernández, recientemente fallecido; 10) D. Vicente Cela; 11) el niño César Garnelo (Tarulo); 12) Mundo El Birloco; 13) D. Juan El Diecisiete; 14) Desconocido; 15) Desconocido; 16) D. Alfredo, el padre de mi cuñado Alfredo; 17) podría tratarse de D. Manuel El Pasín, pero no estamos muy seguros, y 18) Ilde El Peluquero. Foto del archivo de Alfredo López.

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En pocos metros pasábamos de la calle de Las Angustias a las huertas humedecidas por las entonces cristalinas aguas de la reguera, que lucía exuberantemente la vegetación de sus orillas, concretamente a dos señalados puntos donde nos solíamos reunir: la fuente de abajo (Tres Caños) y la de arriba (la del Puto) (ver fotografías). 

 Los hijos de Dora Pol y de José Uría: José Antonio y Consuelo en 1972; el primero observando al fotógrafo, y su hermana saciando su sed en la fuente de abajo, cercana a la reguera. Foto del archivo de Dora Pol.

 

Sentadas y relajadas en el muro que da a la fuente de abajo las amigas Lourdes Morete, Manoli Uría (hija de Dª. Manola Uría y de D. Francisco Blanco) e Isabel, la hija de un sargento de la Guardia Civil en 1976. Foto del archivo de Dora Pol.

 Fotografía de alrededor de los años 30. Uno de los parajes que más frecuentábamos de niños, un tramo de la reguera visto desde las cercanías de la calle de La Casería, en el que aprovechábamos para saciar la sed en dos fuentes todavía existentes; la que se ve a la derecha de la imagen corresponde a la de Arriba, y la situada pasado el puente del fondo (la de abajo). Podemos observar la gran anchura de la reguera en aquellos tiempos, de una mujer en plena faena con el lavado de ropa y del varal con el que se extraía y subía el agua desde la reguera para regar las huertas. Foto del archivo de Manolo Rodríguez.

 Tramo de la reguera en 2010, en dirección contraria al expuesto en la anterior imagen, con el puente de la calle La Casería al fondo, pero con la misma fachada de la fuente de Arriba (izqda.).

  

A estos parajes nos desplazábamos asiduamente y, con ramas en forma de “Y” cortadas de los árboles, tiras de goma e hilo de bramante, convertíamos unos simples tiradores en letales armas de caza, signo de prevalencia de nuestros instintos más primarios. Muchas de esas pequeñas piedras salían disparadas a tal velocidad que resultaba milagroso llegar a casa sin un rasguño. En caso de aparecer heridos, antes de que nuestra madre se pusiera a ejercer de afectuosa y amorosa enfermera, nos propinaba dos tortazos o zapatillazos, según viniera, para que tuviéramos más cuidado la próxima vez, además de incautarnos por periodo indeterminado o para siempre los objetos implicados en los hechos.

En el paso de la niñez a la adolescencia y para desgracia de los numerosos pardales (gorriones), preciosos y cantarines jilgueros, palomas o pegas (urracas), que tanto abundaban y que alegremente deambulaban por los cuantiosos árboles y arbustos del pueblo, se puso de moda el uso de la carabina de plomos o balines; y en un negro periodo del pueblo, con la instaurada costumbre de hacer empanadas con tan benefactores animales, los más salvajes comenzamos a abatirlos sin remordimiento. Tuvieron que pasar años para que comprendiéramos el privilegio que siempre tuvimos de disfrutar de tan agradable compañía y de la hermosa iniciación que estábamos recibiendo sin darnos cuenta: dar sin pedir nada a cambio. Solo me queda glorificar aquella maravillosa y excelsa lección.

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Las andanzas en el sagrao de la Iglesia, enfrente al almacén de mis tíos, ya fueron contadas anteriormente con mayor detalle y podéis recordarlas en los siguientes enlaces:

 

-                    https://castroventosa.blogspot.com/2020/01/lugares-emblematicos-de-nuestro-pueblo.html

 

-                    https://castroventosa.blogspot.com/2015/02/se-asoma-mi-ventana-pepe-couceiro.html

 

 

Continuará………………….



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