viernes, 12 de junio de 2020

Lugares emblemáticos de nuestro pueblo y alrededores: 12 Burbia y Suertes


LUGARES EMBLEMÁTICOS DE NUESTRO PUEBLO Y ALREDEDORES

12. Burbia y Suertes

Por Pepe Couceiro

Existen dos lugares en los Ancares que siguen avivando nuestra pasión por la naturaleza cada vez que los visitamos porque, es entonces, cuando nuestros entumecidos sentidos se despiertan de su prolongado letargo urbano y quedan deslumbrados ante su indescriptible luminosidad y perfección. 

Después de llegar a Pieros y dejar atrás Pobladura, la Leitosa, bajar hasta la carretera de Villafranca del Bierzo que nos conduce a Paradaseca, Veguellina, Aira da Pedra, llegaríamos hasta nuestro primer destino: Burbia (ver fotografía); una aldea especialmente concurrida durante el periodo veraniego y transformada ostensiblemente a lo largo de las últimas décadas con diferencias importantes en relación a lo afinadamente creado por sus primeros pobladores, pero felizmente enmendadas gracias a su hermoso valle ensalzado por las aguas del río que lleva su mismo nombre. 

El pueblo de Burbia en la actualidad
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En línea recta desde Burbia descubrimos otro humilde paraíso conocido como Suertes (ver fotografía). Para acceder a esta pequeña y apartada aldea solo tenemos que cambiar de cuenca. Podemos hacerlo por una vía corta con la ayuda de un buen todoterreno subiendo una empinada cuesta que nos lleva desde Burbia hasta Pereda de Ancares, giramos a la derecha hasta Candín y cogemos el desvío hacia Suertes. Por la vía fácil y segura, pero considerablemente más larga, partiríamos por la carretera asfaltada que sale de Burbia y pasaríamos por Penoselo, San Martín de Moreda, Vega de Espinareda, Sésamo, Puerto de Lumeras hasta llegar a Candín. La señera y menuda aldea de Suertes, al contrario de Burbia, todavía mantiene su pureza gracias a su permanente aislamiento y también a las generosas aguas del río de la Vega, nutriendo y resaltando el exquisito y todavía virgen e inmaculado entorno que le rodea. El río de La Vega es uno de los afluentes del Ancares, el río que verdaderamente baña la cuenca de ese mismo nombre, y donde se ubica el lugar del que hablaremos seguidamente. 

La siempre sugestiva aldea de Suertes al contraluz, con los anegados prados en primer plano en el invierno de 2019. Fotografía de Ignacio Couceiro.

Al principio, en nuestra adolescencia, cuando la autoridad nos permitía asentarnos en los prados con las socorridas tiendas de campaña, con el previo permiso de sus propietarios, y encender fuego con las precauciones debidas como, por ejemplo, rodearlo con grandes cantos rodados para impedir su factible propagación; nuestra primera opción siempre era acampar en Suertes (ver fotografías). 
En uno de los prados de Suertes en 1989 con mi cuñado Alfredo Carballo disfrutando de un placentero secado al sol sin el incómodo bañador junto al que esto escribe que, en el momento de la instantánea, preparaba un rústico e inestable cobertizo.

Un buen desayuno para afrontar el ajetreado día siempre se agradece, en este caso en las inmediaciones de Suertes en 1991. De izquierda a derecha: Roberto Carretón, Toño Alija, Pepe Couceiro, Alfredo Carballo e Isidro Canóniga

El agua del río de la Vega como distintivo del paraje cercano a Suertes en invierno de 2019.

La cascada de Suertes vista desde el camino en su máxima plenitud de caudal durante el invierno de 2019.
La envejecida población de los pueblos de los Ancares obliga a jugarse la vida con excesiva frecuencia ante las ineludibles tareas campestres. En esta ocasión dos vecinos de Suertes soslayando las mínimas normas de seguridad ante la necesaria poda anual de los frutales. Fotografía del invierno de 2019.
El camino que conduce desde Suertes a Guímara totalmente inundado, discurriendo al lado del río a su izquierda en el invierno de 2019.

En el paraje cercano a Suertes con los prados repletos de narcisos anunciando la primavera de 2006.
Las dificultades que gradualmente se nos fueron imponiendo y que especialmente sufrimos los humildes excursionistas y verdaderos amantes de la naturaleza, nos indujeron a cambiar de modelo de permanencia en el campo. En nuestro caso la providencia vino a vernos porque, en esa época, nuestro amigo Isidro Canóniga estaba construyendo, no sin titánico esfuerzo, una pequeña caseta en las proximidades de Aira da Pedra, en pleno valle del Burbia (ver fotografía). En esta humilde casa de montaña sin luz, pero con el incomparable medio que la rodea, ya pudimos permanecer tranquilos durante unas cuantas décadas gozando libremente de la naturaleza en todo su esplendor, aunque solo fuese por unos efímeros días al año. 

Vista aérea de la caseta de Isidro al lado del río Burbia en el verano de 1991. Allí gozamos, y seguimos haciéndolo, de momentos irrepetibles en pleno contacto con la siempre reconfortante naturaleza.

En la primera vez que llegamos a Burbia, a mediados de los 70, dimos con todo un milagro de armonía entre hombre y naturaleza. Tras dejar atrás Aira da Pedra y después de varios kilómetros, llegábamos a un puente casi natural con sus barandas cubiertas de oriundas enredaderas (ver fotografía), como antesala de lo que nos encontraríamos a unos pocos cientos de metros con las primeras casas del poblado de Burbia, una preciosa travesía de adosadas pallozas como queriendo dar la bienvenida a los escasos humanos que osaban llegar hasta esas alejadas y agrestes estribaciones (ver fotografía).

El atractivo y pintoresco puente que precede a la entrada de Burbia por el camino de Aira da Pedra

 
Las pallozas que nos daban la bienvenida a mediados de la década de los 70 a la entrada de Burbia, a escasa distancia del puente de la anterior imagen

El mismo encuadre que el de la toma anterior, pero en la actualidad. El espíritu con el que se erigieron tanto aquellas como las presentes edificaciones resulta evidentemente diferente.

De realizar a pie las excursiones que emprendíamos en los años 70, nos fuimos adaptando paulatinamente a las vertiginosas y cambiantes circunstancias del momento, y ya en la siguiente década comenzamos a realizarlas en algún que otro coche de amigos o en un destartalado todoterreno familiar. Ese sería el caso de la que disfrutamos varios amigos durante el verano de 1982 (ver fotografías).


Una de las numerosas excursiones que realizábamos en los años 80. La presente corresponde a 1982 en Burbia, con su iglesia al fondo. Posando delante de una de las, entonces frecuentes pallozas, de izquierda a derecha: Toñi Tomé, Lourdes Morete, Pepe Couceiro, Marina Rodríguez y Mari Luz Carballo.

En la misma excursión de 1982, nuestro amigo y afamado cocinero Andrés preparándonos unas sublimes truchas que el mismo había pescado en el río Burbia.

Posteriormente, durante los 90 y hasta la actualidad nunca hemos dejado de visitar el mismo entorno, y a instancias de nuestros hijos, emprender constantes y excitantes exploraciones del lugar.

El Burbia mostrando su naturalidad de siempre en la actualidad.
 
La fachada de la iglesia de Burbia en perfecta armonía con la flora primaveral de 2018.

Helechos y agua, elementos eternamente inseparables en el valle del Burbia.

Una panorámica otoñal del valle de Burbia en la actualidad
El Burbia en su travesía estival con sus tranquilas y pacificadoras aguas

Cuando en las cercanías de Burbia se juntan el otoño y una buena tormenta, el resultado es el que puede apreciarse en esta instantánea.
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Solo los afortunados madrugadores tendrán la oportunidad de atisbar algún corzo como el de la fotografía, en esa ocasión intentando saciar su sed en el Burbia.
En estos lugares seguimos encontrando la paz y la tranquilidad que necesitamos después de afrontar las contrariedades de la vida de las urbes. Por ello, cada vez que los atisbamos en la lejanía, nuestra alma se regocija y en cuanto penetramos en su interior, resulta inevitable darnos un verdadero festín de pacíficas emociones que nos colma y, a la vez, nos convierte, al menos durante esos breves días, en mejores personas.

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