LUGARES
EMBLEMÁTICOS DE NUESTRO PUEBLO Y ALREDEDORES
12.
Burbia y Suertes
Por
Pepe Couceiro
Existen dos lugares en los Ancares que siguen avivando
nuestra pasión por la naturaleza cada vez que los visitamos porque, es entonces,
cuando nuestros entumecidos sentidos se despiertan de su prolongado letargo
urbano y quedan deslumbrados ante su indescriptible luminosidad y perfección.
Después de llegar a Pieros y dejar atrás
Pobladura, la Leitosa, bajar hasta la carretera de Villafranca del Bierzo que
nos conduce a Paradaseca, Veguellina, Aira da Pedra, llegaríamos hasta nuestro
primer destino: Burbia (ver fotografía); una aldea especialmente concurrida
durante el periodo veraniego y transformada ostensiblemente a lo largo de las
últimas décadas con diferencias importantes en relación a lo afinadamente
creado por sus primeros pobladores, pero felizmente enmendadas gracias a su hermoso
valle ensalzado por las aguas del río que lleva su mismo nombre.
.
En línea recta desde Burbia descubrimos otro
humilde paraíso conocido como Suertes (ver fotografía). Para acceder a esta
pequeña y apartada aldea solo tenemos que cambiar de cuenca. Podemos hacerlo
por una vía corta con la ayuda de un buen todoterreno subiendo una empinada
cuesta que nos lleva desde Burbia hasta Pereda de Ancares, giramos a la derecha
hasta Candín y cogemos el desvío hacia Suertes. Por la vía fácil y segura, pero
considerablemente más larga, partiríamos por la carretera asfaltada que sale de
Burbia y pasaríamos por Penoselo, San Martín de Moreda, Vega de Espinareda,
Sésamo, Puerto de Lumeras hasta llegar a Candín. La señera y menuda aldea de Suertes,
al contrario de Burbia, todavía mantiene su pureza gracias a su permanente aislamiento
y también a las generosas aguas del río de la Vega, nutriendo y resaltando el
exquisito y todavía virgen e inmaculado entorno que le rodea. El río de La Vega
es uno de los afluentes del Ancares, el río que verdaderamente baña la cuenca de
ese mismo nombre, y donde se ubica el lugar del que hablaremos seguidamente.
La siempre sugestiva aldea de Suertes al contraluz, con los anegados prados en primer plano en el invierno de 2019. Fotografía de Ignacio Couceiro. |
Al principio, en nuestra adolescencia, cuando la
autoridad nos permitía asentarnos en los prados con las socorridas tiendas de
campaña, con el previo permiso de sus propietarios, y encender fuego con las
precauciones debidas como, por ejemplo, rodearlo con grandes cantos rodados
para impedir su factible propagación; nuestra primera opción siempre era
acampar en Suertes (ver fotografías).
La cascada de Suertes vista desde el camino en su máxima plenitud de caudal durante el invierno de 2019. |
El camino que conduce desde Suertes a Guímara
totalmente inundado, discurriendo al lado del río a su izquierda en el invierno
de 2019.
En el paraje cercano a Suertes con los prados
repletos de narcisos anunciando la primavera de 2006.
|
Las dificultades que gradualmente se nos fueron
imponiendo y que especialmente sufrimos los humildes excursionistas y verdaderos
amantes de la naturaleza, nos indujeron a cambiar de modelo de permanencia en
el campo. En nuestro caso la providencia vino a vernos porque, en esa época,
nuestro amigo Isidro Canóniga estaba construyendo, no sin titánico esfuerzo,
una pequeña caseta en las proximidades de Aira da Pedra, en pleno valle del
Burbia (ver fotografía). En esta humilde casa de montaña sin luz, pero con el incomparable
medio que la rodea, ya pudimos permanecer tranquilos durante unas cuantas
décadas gozando libremente de la naturaleza en todo su esplendor, aunque solo
fuese por unos efímeros días al año.
En la primera vez que llegamos a Burbia, a
mediados de los 70, dimos con todo un milagro de armonía entre hombre y
naturaleza. Tras dejar atrás Aira da Pedra y después de varios kilómetros,
llegábamos a un puente casi natural con sus barandas cubiertas de oriundas
enredaderas (ver fotografía), como antesala de lo que nos encontraríamos a unos
pocos cientos de metros con las primeras casas del poblado de Burbia, una preciosa
travesía de adosadas pallozas como queriendo dar la bienvenida a los escasos
humanos que osaban llegar hasta esas alejadas y agrestes estribaciones (ver
fotografía).
El atractivo y
pintoresco puente que precede a la entrada de Burbia por el camino de Aira da
Pedra
|
Las pallozas que nos daban la bienvenida a mediados de la década de los 70 a la entrada de Burbia, a escasa distancia del puente de la anterior imagen |
El mismo encuadre que el de la toma anterior, pero en la actualidad. El espíritu con el que se erigieron tanto aquellas como las presentes edificaciones resulta evidentemente diferente. |
De realizar a pie las excursiones que emprendíamos
en los años 70, nos fuimos adaptando paulatinamente a las vertiginosas y
cambiantes circunstancias del momento, y ya en la siguiente década comenzamos a
realizarlas en algún que otro coche de amigos o en un destartalado todoterreno
familiar. Ese sería el caso de la que disfrutamos varios amigos durante el
verano de 1982 (ver fotografías).
Una de las numerosas
excursiones que realizábamos en los años 80. La presente corresponde a 1982 en
Burbia, con su iglesia al fondo. Posando delante de una de las, entonces
frecuentes pallozas, de izquierda a derecha: Toñi Tomé, Lourdes Morete, Pepe
Couceiro, Marina Rodríguez y Mari Luz Carballo.
En la misma excursión
de 1982, nuestro amigo y afamado cocinero Andrés preparándonos unas sublimes
truchas que el mismo había pescado en el río Burbia.
Posteriormente, durante los 90 y hasta la
actualidad nunca hemos dejado de visitar el mismo entorno, y a instancias de nuestros
hijos, emprender constantes y excitantes exploraciones del lugar.
El Burbia mostrando su naturalidad de siempre en la actualidad. |
La fachada de la iglesia de Burbia en perfecta armonía con la flora primaveral de 2018. |
Cuando en las cercanías de Burbia se juntan el otoño y una buena tormenta, el resultado es el que puede apreciarse en esta instantánea. |
Solo los afortunados madrugadores tendrán la oportunidad de atisbar algún corzo como el de la fotografía, en esa ocasión intentando saciar su sed en el Burbia. |
En estos lugares seguimos encontrando la paz y
la tranquilidad que necesitamos después de afrontar las contrariedades de la
vida de las urbes. Por ello, cada vez que los atisbamos en la lejanía, nuestra
alma se regocija y en cuanto penetramos en su interior, resulta inevitable
darnos un verdadero festín de pacíficas emociones que nos colma y, a la vez,
nos convierte, al menos durante esos breves días, en mejores personas.
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