La abundancia de agua que nos está cayendo este
invierno, además de aumentar considerablemente el caudal del Cúa, ha provocado
una notable subida del nivel de la charca de San Bartolo. Como se puede
apreciar en la fotografía, sus aguas sobrepasan los límites a los que nos tienen
acostumbrados.
No entiendo muy bien por qué nos hemos acostumbrado siempre el uso
despectivo de la palabra charca para referirnos a ese singular humedal que
tanto hemos disfrutado en tiempos pasados. ¿Quién concede el título de charca,
laguna o lago? ¿Qué medidas se exigen para pertenecer a una u otra categoría?
Me viene a la
memoria El inglés que subió una colina
pero bajó una montaña, divertida película inglesa interpretada por Hugh
Grant. En ella se narra la pequeña historia de un pueblo que presume de tener
la primera montaña de Gales. Unos cartógrafos dictaminan que le faltan 15 pies
para ser montaña, es una colina. Todo el pueblo, gente muy testaruda,
colaborará para conseguir elevar la colina hasta alcanzar la medida
reglamentaria exigida para ser montaña.
Seguramente nada podremos hacer por cambiar la
denominación, pero a mí me suena mal charca.
Si elevamos su categoría y pronunciamos en voz alta “Lago de San Bartolo o Laguna
de San Bartolo”, parece que se nos ensanchan los pulmones. No en vano ese lugar
ha sido emblemático para muchas generaciones de cacabelenses en sus años de
infancia y juventud.
Hace pocos días recordaba el cacabelense Luciano López
Sernández desde tierras mañas las nevadas caídas en nuestro pueblo en los años
de su infancia (también la mía) y la alegría que suponían para los niños.
Seguramente tampoco habrá olvidado las fuertes capas de hielo que se formaban
en las aguas de los últimos arcos del puente, hasta el punto de permitirnos
patinar sobre ellas.
Y ya que estamos evocando el pasado- vivimos en la
nostalgia- muchos tendréis presentes aquellos primeros baños de la temporada en
San Bartolo. Allá por el mes de abril o principios de mayo las aguas del Cúa
bajaban todavía muy frías, incluso las que permanecían retenidas no eran aún
muy apetecibles. Así que la mejor manera de satisfacer los deseos de darse un
baño era toda una aventura: escapar a San Bartolo, meterse en la charca
desnudos y justificar al regresar a casa la ligera capa de barro que cubría tu
cuerpo (el agua no estaba precisamente limpia ni había duchas al salir).
Los más expertos conseguían capturar buen número de
ranas y posteriormente solían vender al dueño de algún bar o en domicilios
particulares. Las ancas de rana eran ya un bocado muy apetecible. Incluso los
patos salvajes anidaban y anidan (en ocasiones) entre los juncos.
Charca, laguna o lago de San Bartolo. Un pequeño
espacio de Cacabelos que no deberíamos olvidar.
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