Campo de San Isidro, Campo Tablado, Campo de los "bueis"(bueyes) o, popularmente ahora, del Instituto |
... Y HABITÓ LA TRISTEZA ENTRE NOSOTROS...
Antonio-Esteban González
Decididamente, eran años tristes. Y días aún más tristes.
Había pobres de caminos mil veces caminados en vano, que desgranaban su tristeza penosamente: "Una limosna por el amor de Dios", a cuya frase, con frecuencia, se les respondía: "Que Dios le ampare, buen hombre".
Las mujeres tenían también la tristeza reflejada en sus ojos secos de lágrimas y los niños -definitivamente los niños- eran niños tristes que jugaban en la tarde larga y lenta con tristes juguetes, aunque, a veces no había juguetes: un aro fabricado con la duela de un tonel o unas cajas de botas de invierno, compradas a los zapateros de Monforte y atadas con bramante las unas a las otras y que eran el tren de los niños pobres. De rodos los niños pobres.
Todo era triste y pobre -o casi todo- en la foto: el árbol, mudo testigo de un paisaje desolado y lunar, era un árbol triste. Hoy, el árbol no existe ni existen las casas, al fondo, a no ser la casa de Tomás Folgueral, único testigo de aquella desolación lunar.
Es, digámoslo ya, el Campo de San Isidro o Campo Tablado, antes de ser campo de Fútbol o Recinto Ferial o Instituto de Enseñanza Media.
No existen tampoco los postes de la luz que hay en el paisaje triste, bajo la dura luz de una tarde en la que unos niños intentaban ser niños -nunca sabremos si esos niños recuperaron su niñez y, tal vez, sería mejor no saberlo.
La foto no necesita más comentarios y quizá sobre lo que hemos escrito, porque la nostalgia es mala compañera. La nostalgia abre heridas que no se cierran o se cierran en falso, aunque se trate de la nostalgia de una tarde triste como esta.
Increible relato, espero que esos tiempos no se repitan aunque al final en la oscuridad siempre hay algo de luz como bien escribes
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