Lagar de las Angustias y subida al puente sobre el Cúa en Cacabelos |
NIEVE
Permítanme que me sienta niño en Toral. Nieve. Blanca. Inmaculada, no hollada por los pies de nadie, ni siquiera por la rueda del coche de don Antonio Carnevali, director de Cementos ”Villafranca”, que era el propietario del único coche que había en Toral. Y árboles sin hojas y un cielo blanquisucio del que, posiblemente caerían más copos.
Esta foto me recuerda, nostálgicamente, mi niñez con la nariz pegada a los cristales del comercio de mis padres y con la bufanda de lana anudada al cuello y las botas y los calcetines, tejidos a mano, viendo caer la nieve, intentando contar los copos . Esperábamos con ilusión que la nieve cuajase para hacer aquel muñeco al que civilizábamos con unos botones grandes -los ojos- Una zanahoria robada en la cocina era la nariz y una rama de árbol, la boca . Y, si era necesario, una escoba y aguardábamos de nuevo la nieve para que el muñeco siguiese con vida, una vida ¡ay¡ efímera porque al día siguiente o al día siguiente del día siguiente, el muñeco ya no estaría.. Se habría ido al mundo de los muñecos de nieve donde viven y mueren los sueños. Y, otra vez la escuela y la merienda de pan con chocolate y, al acostarnos aquello de santa Mónica bendita, madre de san Agustín, a Dios entrego mi alma, que yo me voy a dormir, pensando en el muñeco de nieve que, seguramente, habría desaparecido y soñábamos con otro muñeco o con una bola tan grande que impidiese el paso a los camiones que venían de Cacabelos. Pero los camiones pasaban. Ya no había nieve y volvíamos a soñar con ella porque, al año siguiente, -¡ojalá¡- volvería a nevar.
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