sábado, 22 de agosto de 2020

LUGARES EMBLEMÁTICOS DE NUESTRO PUEBLO Y ALREDEDORES 17. La Puerta del Sol (y 2)

2020. Vista panorámica actual de la Puerta del Sol en dirección a la Avda. Galicia. 
Fotografía de José Luis López


LUGARES EMBLEMÁTICOS DE NUESTRO PUEBLO Y ALREDEDORES

17. La Puerta del Sol (y 2) 

Por Pepe Couceiro

En cada barrio del pueblo, me destaca Roberto, los niños que pululaban por las calles en los años 50 y 60 siempre estaban muy atentos a cualquier novedad que se presentara y, en la plaza donde él vivía, estas primicias tomaban frecuentemente innumerables formas como, por ejemplo, la de unos peregrinos alemanes llegando a caballo, camiones de tres o cuatro ejes pasando por la General, la llegada del circo, etc. Algo frecuente era ver numerosos viajantes por la gran densidad de tiendas de la zona, pero una vez sí que fue novedoso ver a uno de color, negro se entiende, que se presentó en la droguería de Dª. Pilar y D. Mero; la voz se corrió tan deprisa que, en pocos minutos la entrada de la droguería quedó abarrotada de chavales arremolinándose para tratar de contemplar lo nunca visto, y prosigue Roberto ¡imagínate la cara de vergüenza de los dueños! Ante semejante panorama, Mero no tuvo otra alternativa que, con cajas destempladas, echarlos a todos de la entrada.

Algunos miembros de la familia de Juanjo Mourelo (derecha) en la terraza del Venecia en la Semana Santa de  2009

Cruzando la Avda. de Galicia llegamos al edificio que fue de D. Antonio y de Dª. Jovita Luna, la cual regentaba una tienda-bar de comestibles en el bajo, donde también se vendían otros artículos típicos de un humilde comercio de la época, como galochas, cuerdas, peonzas (ver fotografía); posteriormente, y durante un buen número de años, ese local fue ocupado por el Banco de Santander, después fue dependencia de la telefonía Movistar y, en la actualidad, una oficina de asesoría y servicios fúnebres (ver fotografía de la Carretera General). Antes de morir Dª Jovita, se hizo cargo del negocio su hijo Félix, padre de Guillermo y de Fernando (ver fotografías).

D. Félix Luna en los años 60 en su tienda de ultramarinos
 
D. Fernando Luna en una foto de 1971 en un campamento de la OJE.
Algunos miembros de la familia Luna en los alrededores del año 1973. De Izquierda a derecha arriba: Julio y Ramón, hijos de Julio (tío de Guillermo y Fernando) y Guillermo; abajo la otra hija de Julio, Irenita, la abuela de Guillermo, Jovita y su tío Manolo. Archivo de Manolo Rodríguez.

Después de la tienda de Jovita llegábamos a otro de los lugares emblemáticos del pueblo: El Venecia. Según nos cuenta otro amigo, Miguel Prieto, se fundó al mismo tiempo que el Bohio, en el que también intervino D. Rafael, y como socio D. Juan Santos, junto a un hermano de D. Rafael. Más adelante, D. Rafael y su hermano lo dejaron y se hizo cargo D. Juan Santos y su cuñada Dª. Carmen, la de Mediavilla, que lo consiguieron mantener durante, nada más y nada menos que tres décadas, hasta que comenzaron una serie de traspasos que lo llevaron hasta el amigo Mariano, quién hace pocas semanas lo dejó en nuevas manos. Recuerda Miguel las emocionantes partidas de póker y gilet que se disputaban en su sótano, donde fue testigo de excepción de algunas que duraron hasta 48 horas seguidas y, en una de ellas, presenciar encima de la mesa 700.000 de las antiguas pesetas, unos 15.000 € actuales.

Cruzando la calle De Las Carnicerías nos encontrábamos bodegas tan populares de las que volveremos a hablar más adelante como la de D. Heliodoro, la de Androllo (ver fotografías), etc., y, acercándonos a la actual calle Emperador Teodosio, muy frecuentado en la época, el bar La Ruta.

En el año 1969 irrumpió en los medios de la época una promoción de los populares refrescos Mirinda bajo el título: Mirinda Y...¡Musica!, donde podías hacerte con pequeños discos de vinilo (los de 45s),  con canciones de verano de las que se emitían constantemente por la radio. Aunque ninguno de nosotros tuviera tocadiscos, era ilusionante poder hacernos con estos preciados objetos pensando en el día que podríamos reproducirlos. Para conseguirlos teníamos que juntar cada una de las letras que componían la marca y que se encontraban ocultas bajo el plástico del interior de la chapa de cada envase, sabiendo que solo podías obtener una letra por refresco y, como resulta evidente, la mayor parte de ellas repetidas inmisericordemente. Por lo tanto, para hacerte con los discos, o comprabas muchos refrescos, cosa complicada porque no teníamos ni para un polo de hielo, o buscabas las chapas por el suelo. Durante los meses que duró aquella promoción recorrimos todos los bares buscándolas desesperadamente, especialmente en el bar La Ruta, donde tanto sus dueños, D. José María, su hijo Paco (Quico), como su popular y entrañable camarero, el querido zamorano Patricio, siempre se portaban cariñosamente con nosotros. Acudiendo a la memoria del amigo Antonio Carballo me recuerda a través de su hermano Roberto que D. José María y su mujer Dª. Rosa tuvieron muchos hijos, además de a Quico: Basi, Daniel, Carmen, Pili, Rosario, Lolo, Rosita y Toñín, aunque, me recalca, que es posible que se le haya olvidado alguno. Eran tantos que, cuando sus hijos invitaban a uno de los amigos, su madre no se percataba ante tal numeroso regimiento, como bien recuerda el propio Antonio cuando siendo niño fue invitado por su buen amigo Quico.

A ese mítico bar íbamos a buscar otras chapas que también coleccionábamos y, en esa excitante búsqueda, lo prioritario es que fueran atractivas y no estuvieran deformadas por el descorche, circunstancia que les daba mayor valor a la hora de jugárnoslas en los soportales de la Plaza Mayor. Lógicamente las más complicadas de adquirir eran las que todos queríamos, es decir, guapas y espalmadas (sin estrenar).  La lástima es que solo había un tipo de chapas en el pueblo que reunían las anteriores condiciones y eran con las que cerraban sus envases las Bodegas Rofemar, cuya sede se encontraba en el actual edificio del MARCA, y donde mis amigos y yo nos llenábamos los bolsillos cuando las bodegas pasaron a ser propiedad de mis tíos (ver fotografía). 

Logotipo de las Bodegas Rofemar que figuraba en el centro de las tan deseadas chapas.

En frente de La Ruta más tarde ponían sus puestos las pulperas Dª. Dolores, Dª. Pilar, Dª. Emiliana, Dª. Aquilina y el pulpero D. Anibal (Peleguín), padre de Dª. Anuncia, la panadera y que poseía, en lo que hoy la tienda de chuches, un pequeño bar (ver fotografía).
Mi querida abuela Dª. Dolores atenta al fotógrafo, mi tía Dª. Pilar, de espaldas, en sus puestos enfrente del bar La Ruta sobre el año 1970. Tanto ellas como las pulperas y pulperos que mencionamos más adelante no solían faltar a ninguno de los eventos que se celebraban, en la década de los 60 y 70, en esta plaza. Archivo de Pilar Fernández

Ya mencionadas, al lado de La Ruta había varias bodegas y la primera, con unas pronunciadas escaleras, era la de D. Heliodoro, posteriormente de D. Esteban, El Soriano. La siguiente era la emblemática de Androllo, regentada por D. Adolfo de Arriba Carrete y su mujer Dª. Luisa Vega López (ver fotografías). Dos de sus hijos, José Ramón (Ramón) y Álvaro (Varo) marcaron una época en la halterofilia berciana consiguiendo importantes triunfos en el equipo que entrenaba Santos Uría, puedo atestiguar de ambos su excelente bondad, compañerismo y envidiable humildad, como la que también exhibía el líder de ese equipo, nuestro gran campeón Matías Fernández.

La familia de D. Adolfo (Androllo) y de Dª. Luisa al completo en la década de los 60. De izquierda a derecha: Adolfo, Dª. Luisa, María Luisa, D. Adolfo, Álvaro (Varo) y José Ramón (Ramón). Foto archivo familiar
En esta imagen de mediados de los 70 podemos ver a mi tía Pilar sirviendo el pulpo a D. José Quiroga (padre de Tivo), hija y nietas de este. Al fondo, el bar La Ruta y la entrada a la bodega de D. Heliodoro o de D. Esteban; la de Androllo se insinúa a la derecha de la fotografía. Archivo de Pilar Fernández.

La siguiente fotografía, además de ser digna de exposición es una pequeña y humilde joya que representa la vida en la actual calle de las carnicerías allá por 1930, aproximadamente. Según José Manuel Cela, el hijo menor de D. Valeriano Cela y Dª Manuela Rodríguez (Lela), la consiguió, junto a su negativo, en una exposición de Ponferrada a la que acudió por casualidad y se interesó por ella porque aparecía su madre (Lela) inequívocamente. José Manuel es el más joven de los hijos de los entrañables D. Valeriano y Dª. Manuela, tras sus otros tres también modélicos hijos Valeriano, Luis, María Antonia (ver fotografía). Fue precisamente José Manuel quien proporcionó la foto posteriormente a Ubaldo quien la tuvo expuesta en su bar durante años ya que la señora del fondo con el pelo blanco era su abuela Dª. Olimpia, pero dejemos que José Manuel nos hable de ella con sus propias palabras:
La foto se llama "Feria de la Cruz de Mayo en Cacabelos" Se sacó hace casi 90 años, un 1 de mayo, en la actual C/Carnicerías -que vista la foto y atendiendo a la tradición de nuestra Villa, desde aquí reivindico que se cambie el nombre por C/Pulperas- Cuando hace unos años, la compré en una exposición solo sospechaba que la caldera a rebosar del primer plano era de mi abuela, Manuela Puerto. Cuando se la regalé a mi madre, ella y su prima-hermana Florisa me confirmaron que la niña que aparece girada era mi madre. Por muchas evidencias, pero la indudable era la secuela de la poliomielitis en su tobillo derecho que la marcó de por vida. Sirva de homenaje a sus trabajos cociendo pulpo durante muchos años, como su madre, como varios de sus hermanos, cuñados y sobrinos. La señora de negro que sube la calle, es la única que identificaron: era Olimpia, madre de mi madrina Cuca, de Nino, etc.

Preciosa y sugerente imagen de la Puerta del Sol en dirección a la calle actual de las Carnicerías en el entorno de 1930, con la plaza todavía sin asfaltar. En primer plano D. Manolín el Pobre y, al fondo, de negro y pelo blanco, Dª. Olimpia (la suegra de D. Ubaldo). Archivo de José Manuel Cela.

En los 60, Cacabelos fue uno de los pueblos con mayor número de pulperas en una amplia región. Mi amigo Luis Cela (ver fotografía), felizmente casado con otra buena amiga Rosario Núñez, me cuenta que se juntaban hasta 10 pulperas desde las proximidades de la fonda de D. Manuel Valín, del que hablamos en la primera parte de este post, hasta más allá de La Ruta y que las enumera con detalle: en frente de la fonda se ponía D. Teodoro (del Barco de Valdeorras), mi tía Dª. Pilar, Dª. Maruja la madre de Los Milanes, mi abuela Dª. Dolores; al nivel de la carnicería de D. Antonio Morete, la abuela de Luis Dª. Manuela (La Mioca), luego la tía de Luis Dª. Maruja, a continuación, la madre de Luis (Dª. Manuela), justo enfrente del garaje de D. José Maria (La Ruta); la siguiente era Dª. Aquilina, tía de Luis y madre de Carlos del que hablamos seguidamente, a continuación, tenía su puesto Dª. Olimpia, la madre del entrañable Nino El Carpintero, suegra de D. Ubaldo y madre de Dª. Pura y, por último, el Sr. Peleguín, del que hemos hablado anteriormente.

Una entrañable familia en la que faltarían dos de los hijos de Dª. Manuela Rodriguez (Lela) y D. Valeriano Cela: Valeriano (Chimano o Vallano, el que fuera enorme defensa de la Unión Deportiva Cacabelense) y José Manuel. De izquierda a derecha mi querida y dulce amiga María Antonia, mi amigo de mente prodigiosa Luis junto a su primo Andrés, el hijo de D. Maximiano. Foto del archivo familiar

De los pulperos y pulperas de antaño solo permanece nuestro amigo D. Carlos Rodríguez (ver fotografía) y su mujer Dª. Manuela, manteniendo viva la llama que le trasladó su abnegada madre Dª. Aquilina y su padre D. Carlos. Su figura, la de su madre y la de todas las personas que ejercieron con voluntad esta tan dura y digna profesión siempre estarán coligadas a esta plaza y calle aneja para siempre.
Carlos manteniendo la noble tradición familiar en 2016.

Varias generaciones fueron las que nos reuníamos en el bar El Bohío Club (ver fotografía). Este local debió abrirse al mismo tiempo del Venecia, probablemente a mediados de la década de los 60 y fundado por el visionario D. Rafael, tras dejar El Dorado, del que ya hemos hablado en el capítulo de la Carretera General. Este representativo bar era el más frecuentado en los 70. Los de mí generación y la del amigo Luis Lago lo teníamos como centro de reunión, donde nos concentrábamos alrededor de varias de sus mesas después de cenar para tomar algo y contarnos innumerables chistes y anécdotas hasta bien sobrepasada la medianoche.

Postal de 1967 con las calles Elías Iglesias (izquierda) y Emperador Teodosio y en la que se aprecia el taxi de Turo, con el techo de color rojo, el bar La Ruta a la derecha y el Bohio Club, con el cartel situado encima de los soportales, dando la bienvenida a los clientes. También observamos a uno de los agricultores hablando con una vecina mientras carga con una de las mochilas sulfatadoras que tanto se utilizaban en la época,

Poniéndose esta vez al volante de la narración nuestro amigo Roberto nos comienza diciendo que los autobuses de línea hacían su parada en esta plaza. Los que iban al Oeste lo hacían delante de la tienda de Dª. Amanda y D. Florencio, y los que iban al Este en el lado opuesto, delante de la báscula. Años más tarde ya paraban enfrente del Venecia. 

De una de las líneas con dirección a Fabero se encargaba la empresa Vázquez y Alonso, predecesora de la actual AUPSA; otra, la conocida como González de la Riva, iba a Becerreá, en la provincia de Lugo y, finalmente, la línea que hacía Villafranca y León era de la empresa Fernández, que luego fue adquirida por ALSA.

En aquellos peculiares autobuses viajaban no sólo personas, sino toda variedad de seres, tanto animados como inanimados. Por ejemplo, además de las cestas con las que la gente subía a la cabina de viajeros, tanto en otros compartimentos como en la baca también podían ir gallinas, cabras u ovejas con las patas atadas, incluso ataúdes. La baca del autobús tenía una barandilla a su alrededor con más de una cuarta de altura para almacenar mercancías junto a una escalera metálica para subir a ella y, en los que hacían el trayecto a Becerreá en la parte de atrás, un compartimento donde podían ir los cerdos (los de cuatro patas). Me sigue contando Roberto que, en esa época, había pocos automóviles particulares y mucha gente de los pueblos que acudía a Cacabelos, sobre todo los días de feria, a vender y comprar y, por tanto, necesitados a la hora de transportar sus propias mercancías, cosa que realizaban eficazmente los autobuses mencionados (ver fotografía). 

Uno de los autobuses de línea de 1935 parado en la Puerta del Sol, concretamente enfrente de la fachada oeste del ayuntamiento. Sentado podemos reconocer a un muy joven D. Dalmiro (Mero el cartero), y en medio, con las manos en las rodillas, D. Manuel (Charlot), entre otros que no hemos podido identificar. Foto archivo Pilar Fernández

A los niños de las generaciones de Roberto, Carlos, Juanjo, Luis y a los de la mía propia nos encantaban las aventuras y, por ende, aquellos enormes vehículos imaginándonos que recorrían diariamente enormes distancias atravesando multitud de preciosos y fascinantes paisajes y pueblos. En este sentido, Roberto me contó en su día una anécdota protagonizada por un niño lleno de esa desbordante imaginación llamado Martín, que entonces era conocido como Martinín; no obstante, en el dilatado plazo de tiempo que suele haber entre las entregas para su publicación en el blog de Carlos, trató de informarse mejor de tal historia preguntando al primo de Martinín. La idea fue de lo más acertada porque resulta que este primo es el insigne escritor cacabelense José Yebra, hijo de Dª. Milita la peluquera, quien tuvo la deferencia de preguntarle por la misma directamente a su protagonista y, de forma amable y altruista, relatárnosla con su perfecto estilo literario:

Todo lo que había acontecido con anterioridad no importaba. Sólo sabemos que en la primavera de 1963 mi primo Martín Yebra Vázquez se encontraba en Cacabelos al cuidado de mi madre, Emilia Yebra Quiroga – Milita, la Peluquera – y la madre de esta, nuestra abuela común, Luisa Quiroga Pol, todavía soltera la una y viuda ya la otra desde hacía muchos años.

Los sábados eran días de mucho ajetreo en la peluquería de Milita, y aquel mismo sábado una prima de mi madre viene a Cacabelos desde Fabero y aparece allí con su hijo pequeño, de unos seis años, con el objetivo de peinarse y dejar el pelo bien guapo, a la moda de aquellos primeros años 60 del siglo pasado. Nuestra abuela Luisa ayuda casi siempre a mi madre lavando cabezas, quitando rulos, dando conversación. Pero ¿qué hacer con un niño pequeño en una peluquería? Muy sencillo: «¡Martinín, ven, que hay aquí un niño que quiere jugar contigo». Y allí se pasan los dos rapaces unas buenas horas jugando a indios y vaqueros, leyendo tebeos, lo que se les fuese ocurriendo. Se hacen muy amigos en ese corto espacio de tiempo.

Al día siguiente, Martín, tras haber desayunado su correspondiente tazón de pan migado en leche fresca recién hervida – bueno, todo, todo, seguro que no, que era mal comedor, tanto, que incluso en ocasiones escondía los bocadillos de chorizo en oquedades que iba encontrando entre los ladrillos de algunas paredes maltrechas - … pues eso, que baja Martín a la plaza y mientras pasea y observa el ambiente del día, ve como llega un autocar a la parada. Corre muy decidido hacia allí y pregunta muy dispuesto al conductor «¿Este va para Fabero?», «Sí, sí, es el de Fabero», le responde sin prestar demasiada atención. ¡Era la suya! Aprovecha el descenso de varios viajeros por la puerta trasera para colarse sigilosamente en el autobús y esconderse allí agazapado al fondo del mismo. Más usuarios y usuarias van subiendo en Quilós, en Canedo, en Arganza. Un señor cargado con un capazo lleno de fruta se sienta al fondo, lo ve y le pregunta si viaja solo. «Sí, señor, voy a Fabero a ver a mi amigo».

Con las mismas, se va corriendo la voz dentro del autocar hasta que la misma llega a oídos del conductor, que en Vega de Espinareda avisa con disimulo a un señor que se apea allí, «Oye, avisa a la Guardia Civil, que llevo aquí un niño que viaja solo desde Cacabelos. Que avisen a los de Fabero, que creo que va hasta allí». Y llegan a Fabero, fin del trayecto. Justo en la parada se encuentra la pareja de la Guardia Civil esperando la llegada de mi primo Martín.

«Yo creo que hasta me llegaron a esposar y todo, como a un delincuente. Parecía El Lute, jajajajaja», me contó mi primo hace poco tiempo, aunque lo del Lute aconteció años más tarde siempre es una imagen mítica y recurrente al hablar de una persona esposada y flanqueada por la pareja de tricornio y capa.

Martín, que no había cumplido todavía los seis años, regresó casi como un héroe a la casa de su tía Milita y de su abuela Luisa, que no podían ya ni vivir con la preocupación, sin saber dónde estaría metido aquel niño tan vivaracho y aventurero. Tras una buena ración de suela de zapatilla que mi madre le propinó, le prepararon la merienda, seguramente un buen bocadillo de chorizo de la matanza, y puede que, hasta ese día, con toda la emoción, se lo hubiese zampado con muchas ganas.

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Las siguientes fotografías muestran el origen de la estatua del vendimiador, a partir de la cual se instauró el nombre actual de la plaza. En ellas podemos admirar el denodado esfuerzo de uno de nuestros artistas más insignes, D. Pedro García Cotado desde cuando la inició en 1981 hasta su multitudinaria inauguración en 1983 (ver fotografía).

      
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 Fotografías de 1981 con nuestro querido y admirado artista D. Pedro García Cotado con el bloque de 8 toneladas con el que comenzó a crear la estatua del Vendimiador durante el mes agosto. de En la segunda ya se aprecian las primeras formas tras el desbaste, concretamente en el mes de septiembre.



    
Volúmenes ya definiéndose en diciembre de 1981 y la escultura en fase avanzada en julio de 1982. Las cuatro fotografías componían una postal conmemorativa de su inauguración en 1983.

El día de San Isidro de 1983 se inauguró la estatua que daría nuevo nombre a la plaza en la que se ubicó, tras el anterior intento fallido de hacerlo durante las fiestas de la Pascua por culpa de la lluvia. Al fondo, a la derecha, podemos ver a algunos de los asistentes encaramados a las escaleras del Senado.

La Puerta del Sol o Plaza del Vendimiador siempre será recordada como el centro neurálgico de las celebraciones más importantes del año, donde nos hicimos las alegres fotografías generacionales delante de la estatua, donde recorrimos jovialmente sus bares y bodegas saboreando los más básicos placeres de la vida, donde nos reunimos alrededor de las mesas para charlar gozosamente con las personas más queridas, donde, en definitiva, cada cierto tiempo nos hemos tomado ese necesario respiro en la incontrolable vorágine de nuestra exigua existencia.
NOTA Y AGRADECIMIENTOS:
En primer lugar, pido disculpas ante los olvidos y errores que, a buen seguro, he podido cometer y, en segundo, mi agradecimiento a los habituales colaboradores y amigos de la foto, pero también a Antonio Carballo, José Antonio Balboa, Miguel Prieto, Tere La Tarula, Guillermo Luna, José Luis López, Ramón Asenjo, Luis Lago, Luis Cela, José Manuel Cela, Rosario Núñez y Ambrosio Pintor por sus impagables anécdotas y fotografías. Mi especial agradecimiento a José Yebra por hacernos llegar su entrañable texto sobre las aventuras de Martinín. Todos ellos, como siempre digo y no me cansaré de repetir, han sido los verdaderos valedores de esta nueva entrega. 

Cuatro de los asesores que he tenido la fortuna de tener a mi lado para poder contaros las anécdotas o enriquecer los textos con algunas de sus fotografías, altruistamente cedidas, con el único objetivo de que fueran disfrutadas por el máximo número de lectores. De izquierda a derecha: Manolo Rodríguez, Roberto Carballo, Carlos de Francisco y Juanjo Raimóndez (Mourelo). Fotografía de Carlos de Francisco.