Alba y Marcos en el parque de Cacabelos |
Alba y Marcos han regresado a casa después de haber estado
casi un año estudiando en Canadá.
Era uno de los últimos días de agosto de 2016 cuando despedía
a estos dos jóvenes estudiantes del Instituto de Cacabelos. Se mostraban muy
animados y anhelantes por iniciar el viaje a tierras norteamericanas, donde les
esperaban nuevas familias y nuevo
instituto para cursar primero de bachillerato. Toda una aventura por delante.
Alba Fernández Rodríguez y Marcos Martín Mateos, gracias a su
currículum escolar y a superar las pruebas de selección, habían logrado sendas
becas de la Fundación Amancio Ortega que posibilitan estudiar un año entero en
el extranjero con todos los gastos pagados.
Alba a la orillacdel océano Atlántico en Canadá |
Y, como decía don Antonio Machado: todo pasa y todo llega. Al fin están de regreso y cargados de miles
de nuevas experiencias, con un montón de nuevos amigos y un progreso más que
notable en el dominio del inglés. Todo un bagaje social y cultural adquirido en
once meses y en edad muy temprana que, sin duda, marcará un antes y un después
en sus vidas.
Me intereso por el viaje de regreso de ambos. Alba lo realizó
sin novedad; sin embargo, el de Marcos fue algo más movidito: el retraso de la
avioneta que debía sacarle del pequeño aeropuerto de su ciudad canadiense
–Kimberley-, provocó la pérdida de la conexión Vancouver-París-Madrid, lo hizo vía
Vancouver-Londres-Asturias. Otra anécdota más que sumar.
Marcos disfrutó mucho de los deportes de la nieve durante su estancia en Canadá |
Quiero que hagan memoria y me cuenten cómo fue el primer
contacto y si sintieron en algún momento temor a no soportar aquella nueva
vida.
-Fue genial desde el
principio, dice Alba. Estuve
emocionada y con actitud muy positiva. El primer contacto con “mi familia” es
tan bueno que se me olvidan todos los temores. Tuve dos familias: unas semanas
con una hasta que llegara de vacaciones la que tenía asignada definitivamente.
Las dos fueron estupendas. Me sentí muy arropada.
Marcos reacciona con entusiasmo al hablar de su madre
canadiense:
-Sentí mucha empatía
con ella, nos convertimos en amigos, contaba con ella para todo y le consultaba
como lo haría con mi madre de aquí.
Estaba supercontento
pero me pregunté: seré capaz de aprovechar la experiencia. Tanía tanto por hacer
y tanto que hacer que se me abrió el mundo, tenía en mis manos todo lo que
deseaba hacer. Me decía: no me puedo ahora arrepentir de estar aquí.
Alba recuerda textualmente lo primero que le dijo su madre
dándole un abrazo y sonriendo:
-Tú eres la única
responsable. Haz que tus sueños se hagan realidad.
Hablamos de los estudios y reconocen que su nivel de inglés
ha subido muchos peldaños: “sobre todo el inglés de todos los días”, apostilla
Alba. Les pregunto por el resto de las asignaturas, por sus dificultades, por
el nivel …y rápidamente exclaman ¡no
había exámenes!, como quien se quita un gran peso de encima. Consideran
que, en general, las asignaturas que tuvieron que elegir –todas optativas,
excepto el inglés que, lógicamente, era asignatura obligatoria-eran bastante
fáciles.
Repasamos los horarios cotidianos de uno y otro:
-Yo empezaba las clases
–contesta Marcos- a las siete y media de la mañana porque tenía la de música
que me interesaba mucho. Comía a las doce y media, continuaba y a las tres terminaba
mi tiempo de clase. Tenía toda la tarde libre para hacer deportes, ir a los
clubes…Con el grupo de deportes hice muchas actividades y mis compañeros, que
se convirtieron en mi segunda familia, pusieron mucho interés en que conociese
el país.
-Mi horario escolar era
de nueve y veinticinco a tres de la tarde. En el tiempo libre hice mucho
deporte, aprendí a patinar sobre hielo y me apunté a una banda de música para
seguir mi formación musical. Me gustaba pasear, también ir al cine-
-Lo de pasear yo no
podía hacerlo con 25 grados bajo cero, remarca Marcos. Sí que practicaba esquí por la noche. Se hacía mucha vida por las
casas de los amigos.
-¿Qué extrañabais?
-¡La comida!
responde rápida Alba.
-¡La tortilla de
patatas de mi abuela!
dijo Marcos. Aquí era un poco
tiquismiquis, pero allí me fui acostumbrando a todo y comprobando que no estaba
tan malo.
Los dos reconocen también haber echado de menos a su familia,
a los amigos. No tanto las costumbres. Comentaba Alba:
-Aquí tenía la típica
rutina de estudio, clases, estudio, alguna salida con los amigos…Rompí con eso
y me organicé de nuevo. No tuve problema.
Marcos, como ya había comentado, se adaptó perfectamente a su
nueva vida siendo muy consciente de lo que significaba esa gran oportunidad.
Sin embargo, pasó por unos momentos de incertidumbre:
-Me dio un bajón en
marzo. Me parecía que no había logrado nada. La responsable –un tutor o tutora
de la organización encargada de velar por los alumnos- me ayudó a reconocer
todos los progresos que ya había logrado hasta esos momentos.
Y, fíjate, la despedida
fue el momento más difícil de mi vida: treinta personas con una pancarta
diciéndome adiós. No soy de llorar, pero lloré de una forma…
Como bien decía Alba, tenemos rutinas. Y es que estamos
hechos de rutinas como las que de nuevo han retomado ellos en España, pero
ahora con la madurez y la perspectiva que les ha proporcionado un año fuera de
casa estudiando en Canadá.
Grupo de amigos con Marcos en el centro |
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