martes, 2 de junio de 2020

GENTE MARAVILLOSA: Ricardo El Relojero




GENTE MARAVILLOSA

Ricardo El Relojero

Por Pepe Couceiro

Es un gran honor presentar esta nueva serie con una de las personas más populares y queridas que ha dado nuestro pueblo: Ricardo Pérez González, El Relojero; y bien digo, que ha dado nuestro pueblo porque, aunque nació en Figueiredo, una pequeña aldea de la Ribeira Sacra (Lugo) en 1943, siempre se ha considerado cacabelense hasta la médula.

Ricardo en la actualidad, exhibiendo todavía su seductora mirada a los 76 años.


Las múltiples coincidencias por las que este hombre bueno acabó tomando tierra en nuestro pueblo se iniciaron con su abuelo, también relojero. Según nos cuenta Ricardo, a su abuelo le quedó en la retina un pequeño pueblo llamado Cacabelos colmado de una febril actividad, cuando un día en el que se celebraba la feria de la Cruz de Mayo recaló temporalmente en él, fijándose en un detalle que tendría una trascendental repercusión para el futuro de ese pueblo y el de sus habitantes: ¡no había relojeros! 

El padre de Ricardo trabajaba entonces en la fábrica de armas de La Coruña y sus médicos le aconsejaron alejarse lo antes posible de tanta humedad por el bien de su salud. Fue esa causa, sumada al detalle observado por su padre aquel día, lo que les hizo dar el gran paso de sus vidas migrando al Bierzo. Nadie se imaginaba entonces que un virtuoso del fútbol, pero también de la bondad y simpatía, llegaba a Cacabelos con tan solo unos cuantos meses de vida y que ya de joven comenzaría a aportar grandes dosis de vitalidad y nobleza en la atención a cualquier cliente que se acercara a su tienda.



Con Juan Luna El Sastre en la carretera general, enfrente de donde tuvieron tantos años su negocio de relojería, la fotografía se corresponde a finales de la década de los 40.

Ricardo en su primera comunión alrededor de 1950.

En cuanto Ricardo comenzó a mostrar sus dotes balompédicas en un conjunto de chavales cacabelenses llamado El Rayo, un directivo del Deportivo de la Coruña residente en Cacabelos quiso llevárselo a ese equipo situado en la máxima categoría del futbol nacional. Aunque su padre, D. Jesús, no puso reparos, su madre, Dª. Emilia, algo más pragmática, creyó que lo mejor para su hijo, con tan solo 16 abriles, era que se quedara en el pueblo aprendiendo el oficio familiar. 

D. Jesús y Dª. Emilia supieron inculcarle un puñado de valiosos principios de los que tanto escasean hoy día. Era frecuente que Ricardo presenciara cómo sus padres ejercían la generosidad y empatía con los clientes, ganándose su fidelidad para siempre. Con esta ejemplaridad cualquier hijo trasladaría esos valores a su vida, y en el caso de nuestro protagonista, también lo hizo de forma sobresaliente a sus prácticas deportivas.

Varios directivos de la Unión Deportiva Cacabelense, entonces en la categoría regional, le propusieron comenzar a jugar en el equipo local, pero en ese momento optó sabiamente por otros equipos cercanos que militaban en la tercera división, como la Ponferradina o el San Pedro, ambos de la misma localidad. Luego le tocó hacer el servicio militar en El Ferrol, enchufado como asistente del capellán por D. Antonio, el sacerdote encargado muchos años de la iglesia de las Angustias. Finalizada la mili fichó por el Laciana y posteriormente por el C.D. Bembibre, ambos también en tercera. En 1969 la Unión Deportiva Cacabelense ascendió por primera vez a tercera, evento que haría decantarse a Ricardo para formar parte de su equipo preferido, iniciándose a partir de ese momento una exitosa e ininterrumpida carrera de 7 años. 

El futbol le absorbió gran parte de los años de su juventud consiguiendo logros de gran calado, sobre todo para un pueblo cuyas gentes estaban tan necesitadas de una alternativa a la prolongada monotonía que aprisionaba sus vidas. Con el ascenso a tercera, junto con algo más difícil de conseguir, mantenerse dignamente en la categoría durante varios años, nos hizo sentirnos importantes y fue aquel momento en el que, para una buena parte del pueblo, el futbol comenzó a ser algo de primera necesidad emocional.

 Ricardo siendo ya un prodigio del balompié, exhibiendo su formidable talento en el manejo del balón.


Cumplidos los 33 años llegó cierto día en el que su cuerpo le susurró que ya era el momento de dejar definitivamente la práctica del futbol. Aunque ese hecho le supuso cierta frustración, su férrea voluntad y un excelente estado físico fueron determinantes para combatirla e iniciar una nueva etapa disfrutando de otras aficiones igualmente deportivas, aunque menos exigentes, como la caza, la pesca o el senderismo, en este último caso, incluso a niveles de alta competición. 

 En sus inicios como andarín o excursionista en el lago de La Baña, en la Sierra de Cabrera (León).


 Otra de sus aficiones preferidas: la caza, en una toma de agosto de 1996.


 Una de las aficiones favoritas de Ricardo, la pesca, junto a algunos amigos en Órdenes, un municipio de La Coruña, en los inicios de la década del 2.000. En el día que capturaron 14 truchas del tamaño que muestra la fotografía en el que la más pequeña llegó a pesar 3,5 Kg. De izquierda a derecha: Ángel el médico, Ricardo y los hijos del primero (Angelín y Borja).

 Cena de hermandad con el Club de Pesca Ribera del Cúa, cada uno de los componentes luciendo el trofeo ganado en un concurso del club en el que Ricardo fue ganador absoluto. Identificamos a la derecha a uno de los mitos que ha dado el futbol de nuestro pueblo, a la vez que un excelente pescador que nos dejó hace algunos años: Juan Carlos Montes.

 
Un inesperado día la vida le zarandeó bruscamente. Tras un dilatado periodo de tranquilidad en su existencia tuvo que arremangarse y comenzar una lucha sin cuartel para salvar su vida en unos duros, pero posiblemente también aleccionadores años. Tras una nueva victoria en su extenso historial, me comentaba con gran convicción que fue su devoción por la Virgen de las Angustias y la práctica deportiva lo que hizo inclinar la balanza y seguir acompañándonos unos cuantos años más para su satisfacción y la nuestra.

 Formando parte de los primeros miembros de la cofradía del Santo Cristo de la Plaza y Virgen de las Angustias de Cacabelos. De izquierda a derecha: Andrés, Teresa, Maruja, Ricardo, Tere La Porreta y Maruja La Ancaresa
 
Nunca podremos agradecer suficientemente al destino por habernos permitido conocer a una persona de tal excepcional calidad humana. Estaréis conmigo en que supone un gran placer encontrarnos con él en cualquier situación y lugar. Esa sensación que nos hace sentir tan bien cuando entablamos una conversación en la que percibimos, de manera incuestionable, su sincero cariño y amistad.

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