Una vista parcial del cementerio de Cacabelos |
Después de una noche de lluvia y
de hallowines asustando por las calles, amaneció un día de Todos los
Santos con niebla para convertirse más tarde en una agradable jornada otoñal.
Muchos cacabelenses pasaron por el camposanto para rezar y
recordar a sus s difuntos. Durante estos días ha sido un continuo
ir y venir de gente para adecentar y decorar las lápidas y los nichos. Este
año, y debido al puente, se ha notado un aumento en el número de visitas. Mucho
turista suelto que se habrá hecho notar
sobre todo en los establecimientos de hostelería. Estos, imagino, habrán
aprovechado bien las jornadas de trabajo.
Tampoco se quedarán mancos los confiteros. La tradición
obliga y los parroquianos obedecemos. Es casi una obligación degustar unos buñuelos que, por cierto, se
elaboran de muy buena calidad en Cacabelos.
Capítulo aparte merece el tema floral. Mis recuerdos de
infancia y juventud contemplan un cementerio repleto de familias ante las
tumbas de sus difuntos esperando la llegada del sacerdote. Éste, revestido con
una capa pluvial negra y acompañado de dos monaguillos, iba recorriendo todo el cementerio. Se
detenía frente a cada tumba y rezaba los responsos, tantos como difuntos
hubiese enterrados. Mientras, los monaguillos ejecutaban perfectamente el guión
establecido: uno sostenía firmemente la cruz parroquial y el otro ofrecía a los
presentes la boca abierta de una bolsa, también de tela negra, como la capa,
para que fuesen introduciendo en ella las limosnas. Se decía entonces que
cuanto más dinero iba cayendo en la bolsa, más responsos iban cayendo a los
difuntos. Quizá fuese uno más de los sambenitos que les ponían a los curas.
Las flores siempre estaban presentes. Ramos de
crisantemos(los más abundantes), de clavelinas, de gladiolos o de rosas. Todas las flores de andar por casa; es
decir, cultivadas en la casa de cada uno. Aún no conocíamos las
floristerías.¡Qué lejos quedaban todavía los tiempos de comprar flores! Cómo
imaginar entonces que llegaríamos a tener dos floristerías en el pueblo. Y
menos todavía que se llegarían a adornar las tumbas con majestuosos ramos y
con sofisticados centros florales de la
más variada gama. A veces hasta uno parece contemplar una competición entre
familias o vecinos por tener los ramos más granes y caros.Cosas de eso que
llaman progreso, supongo yo. Aunque hay quien justifica o justificaba muy bien
el gasto que esto suponía para la economía familiar.
Una convecina nuestra, por desgracia ya fallecida, ante la
pequeña reprimenda que una amiga le echaba por haberse gastado una cantidad
considerable de pesetas en un ramo para la lápida de su difunto marido, casi se
disculpaba:
-¡Mujer! Ahora es lo único que me gasta en el año.
Bien mirado podría ser una razón muy convincente que apenas admitiría más discusión sobre el asunto.Descansen en Paz
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