NIÑAS
Por Antonio Esteban
Era el año del Señor de mil novecientos cincuenta y dos. 20 de julio. Ellas eran niñas todavía y, al igual que los adultos, se fotografiaban para recordar el momento con sus calcetines blancos y sus blusitas de organdí. Quizá fuera domingo. O no. No sé o, tal vez, se fotografiaran después de alguno de aquellos momentos mágicos -mágicos para ellas- a los que llamaban “teatro”. Me explico. Se reunían varias amigas y alguna decía: “¿Por qué no hacemos un teatro?. Cobramos la entrada a cinco céntimos. Una “perrina”. Y como para la niñez no hay nada imposible, hacían la función en el portal de la casa de alguna de ellas. Se vestían con las ropas de la abuela. Tocaban las castañuelas o la pandereta y recitaban alguna de las poesías que habían aprendido en la escuela de la villa. Lo de “Bendita sea tu pureza / y eternamente lo sea / pues todo un Dios se recrea / en tan graciosa belleza…/, por ejemplo. Y para finalizar, a coro, una canción que, aquel día fue Desiderio, Desiderio, siempre triste y siempre serio. Pero en aquella ocasión el espectáculo terminó mal. El sobrino de don Desiderio, el cura, estaba a la expectativa e interrumpió el acto final gritando que a su tío no se le insultaba. Ahí terminó la función. Posiblemente estas niñas -modositas- sean las artistas de aquella tarde. De izquierda a derecha y, de arriba abajo: Dalita, la sobrina de Dalia la Corina, Pili, la de “La Ruta”, Chuchas, la de Perejón y, abajo, Gelines, la de Quindós, Lupe y Marieli, hermana de Dalita. Sesenta y ocho años atrás. Ayer, como quien dice.
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