martes, 18 de febrero de 2020

LUGARES EMBLEMÁTICOS DE NUESTRO PUEBLO Y ALREDEDORES 9. La Carretera General (1)


Imagen aérea de Cacabelos en 1959 sin el Instituto, con la distintiva y solitaria tribuna
 de un campo de futbol ávido de importantes victorias que llegarían una década después
y un atrayente entorno de la zona de baños bajo el puente todavía impoluto. 
Fotografía del archivo de D. Manuel Rodríguez.



LUGARES EMBLEMÁTICOS DE NUESTRO PUEBLO Y ALREDEDORES

9. La Carretera General (1)

Por Pepe Couceiro

El pulso del pueblo podría tomarse en esta arteria, la más importante por concurrida y vertebradora. Acreditada por varios nombres desde la República, Gumersindo de Azcárate, Avda. de José Antonio, en la actualidad se la conoce como Avda. de la Constitución (hasta la Puerta del Sol) y Avda. Galicia, el tramo en dirección a la comunidad gallega. En cualquier caso, todos sabemos a qué vía nos referimos cuando hablamos de La Carretera General.

En la fotografía de 1959 ya se aprecia el estratégico asentamiento del pueblo a lo largo de uno de los márgenes del río. Vista desde las alturas, esta gran línea divisoria podría semejarse a un gran tronco en el que sus ramas laterales se corresponderían a las numerosas calles que nacen de ella y, acercándose hacia el puente, sus raíces colonizarían un río con sus salvajes alrededores y plenos de vida, como nunca lo han estado en nuestra historia reciente. En aquellos tiempos de armonía natural el hombre apenas había hurgado en unos entornos todavía vírgenes, a los que habría que sumar los prados húmedos que se extendían hasta El foyo. Al fondo, realzando holísticamente todo el conjunto, se alza la sempiterna iglesia de Las Angustias.

Cuando esa recta se llenaba de coches y personas ya se sabía que, o eran fiestas o ferias, tal como refleja la fotografía de la feria de mayo de 1985 captada por mi amigo Isidro. En la toma no se aprecian los puestos que se agolpaban mayoritariamente en la plaza o en el tramo hacia el puente.



Fotografía de Isidro Canóniga en un soleado día de las 
ferias de mayo de 1985 que abarca precisamente la zona
 que iremos describiendo a lo largo de estas líneas 
 

Los cambios tras 40 años se hacen notar si comparamos la primera fotografía con la siguiente del 2000.

Imagen del 2.000, con apenas variaciones en relación al momento presente. Fotografía procedente del libro León al Vuelo de Nardo Villaboy y Rafael Blanco. Ed. Diario de León (2.005). Proporcionada por D. Manuel Rodríguez.

Tras el obligado preámbulo ya podemos iniciar nuestro viaje por esta avenida comenzando en el hotel Miralrío, en dirección hacia la cooperativa y por la acera izquierda. En los años 60 este hotel, que regentaba D. Ángel, era uno de los pocos alojamientos públicos de la Villa, junto a las fondas de Peña, Mediavilla y de Dalia, La Corina, al lado del ayuntamiento. En este edificio de vistosas galerías y únicas vistas al río, hacían parada figuras importantes del deporte y de la cultura nacional. Durante todo el año su actividad era frenética y en los veranos se convertía en lugar de residencia de estudiantes franceses a los que acompañaba el Padre Rojas
 
El hotel Miralrío en 2007

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Justo al lado se localizaba la panadería de D. Agustín, de Quilós, que a veces atendía su nieto Tinín, un amigo con el corrimos alguna que otra aventura.

Nada más cruzar la carretera de Arganza, justo en la esquina de la actual calle de Las Angustias, nos toparíamos con la fonda El Túnel, regentada por el padre de Dª. Maruja La Ancaresa, la de D. Camilo (hijo). Más tarde, y antes de que D. Roberto abriera su establecimiento de motos y bicicletas, D. Francisco (El Marujillo) tuvo en ese mismo espacio un bar-tienda, atendida en numerosas ocasiones por su hijo Pedro, fallecido a una edad tan temprana que para unos niños que estaban comenzando a abrir su mente a este mundo nos marcó a fuego al mostrarnos una de las realidades menos placenteras de la vida. En la misma casa de El Marujillo se ubicaba la escuela particular de Dª. Carmen Ferreiro López, natural de Lugo, donde daba clases a los más jóvenes en la mitad de la década de los 50. Allí, por ejemplo, la generación de Manolo Rodríguez aprendió a dividir con decimales, el catecismo, las reglas de ortografía, realizar la prueba del nueve, etc. A continuación, se llegaba a la zapatería del padre de Miguelín y Benja (D. Marino) y después, a la sastrería Ceide. Una vez cruzada la plazoleta, el siguiente establecimiento ya era el bar El Dorado, en los bajos de la casa de D. Félix de Paz, donde antes había estado el Casino.

Nada más cruzar la perenne calleja te encontrabas con la mueblería Uría, en el mismo local que hasta hace poco estuvo ubicada la Pizzería Mc’Cua y, entre los años 34 y 39, un cine y salón de baile con una historia que nos recuerda Miguel Prieto (otro de mis apasionados informadores). 

En aquellos tiempos tres decididos cacabelenses se hacen empresarios y montan el primer cine del pueblo y, aunque el cine sonoro había aparecido en 1927, todavía en esos años seguían echando mayoritariamente películas mudas. A la empresa le pusieron de nombre PRIGARLÁN por sus tres primeros apellidos: Prieto, García y Landeira. El primero era el padre de Miguel Prieto, el segundo por Luis García Ojeda, natural de Cacabelos y que fuera alcalde de Ponferrada y, el tercero, por Landeira, el padre del eminente cirujano cacabelense D. José Landeira.

Dª. Asunción Alba, la madre de Miguel, le contaba a su hijo que en ese cine se hicieron muchas parejas porque, además del ambiente propicio en una oscuridad que cuidaba los detalles para una mínima privacidad, podían comunicarse a sus anchas entre ellos al no haber diálogos verbales. Por ello, la juventud de aquellos tiempos estaba tan ilusionada con ese cine que llegaron a componerle una canción en la que una de sus estrofas decía: PRIETO, GARCÍA Y LANDEIRA a la gloria irán por haber fundado la empresa PRIGARLÁN. En su interesante relato Miguel me sigue contando que sus padres se fueron de Luna de Miel a Madrid y su padre, como empresario del gremio cinematográfico y dando un paseo por la Gran Vía se detuvo en la Plaza de Callao y le propuso a Dª. Asunción entrar en el moderno y monumental Cine Callao. Antes de responder a la propuesta y fijándose en el nombre del cine, le contestó: ¡Prieto yo ahí no entro porque para ver cine callao lo veo en Cacabelos!

Como también se celebraban bailes en el cine-salón de su padre, recuerda que se colocaba un altavoz en la calleja adyacente como reclamo y, tanto él como otros jóvenes, que no llegaban a la edad para poder entrar, se ponían a bailar en ese mismo pasaje.

Cuando terminó la guerra se abrió otro cine en la acera de enfrente que se llamó Cine Carmina, por el nombre de pila de su propietaria, localizado en el local de la actual ferretería. Como Dª. Carmina perteneció al bando ganador de aquella irracional guerra entre hermanos, el Cine PRIGARLÁN fue quedándose sin espectadores y terminó cerrando. Con el paso de los años Dª. Carmina también echó el cierre a su negocio y se trasladó a Ponferrada donde inauguró el popular Cine Morán, justo en el mismo periodo en el que D. Luis Litán abría las puertas de su cine en Cacabelos y del que hablaremos largo y tendido.

Retomando nuestro placentero camino llegabas al mítico Café América (ver fotografía), anteriormente conocido como Gran Café América, administrado, cuando ostentaba ese nombre, por D. José Fdez. Vázquez (El Macurro), padre de mi recordado amigo D. José Manuel Fdez. (Pepe El Macurro). Siendo ya el Café América, en ese edificio y en su primer piso, estuvo la Academia Gil y Carrasco, regentada por D. Jesús Valcarce, D. Eloy Terrón, D. Pedro, entre otros. El Café América estuvo atendido por D. Domingo, hermano de D. Rafael el del Edén (también de El Dorado y de El Bohío) y su mujer Dª. Pilar. Tenía múltiples funciones además de como café: teatro, cine, espectáculos de variedades, etc. (ver fotografías). El Cine América fue el que reemplazó a otro cine anterior conocido como Cine Rodríguez de D. Hermógenes Rodríguez (ver el cartel).
El Café América, enfrente del parque, probablemente a finales de la década de los 50.





   
















Dos jóvenes y refinados camareros del Café América posando delante de la barra. Fotos de D. Francisco López El Curioso.


Una obra de teatro anunciada en el Teatro Cacabelense (Café América),
 nada más y nada menos que en el año 1933. Foto archivo de Manolo Rodríguez


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Otro cartel en el Programa de Pascua de 1936, esta vez anunciando la versión teatral del Gran Café América como Teatro Cacabelense. También se anunciaba la clínica veterinaria Ubaldo Santín, el abuelo de nuestro actual amigo José Luis (Ubaldo) y el comercio de los abuelos de María José, D. Antonio Luna y Dª. Jovita Luna, padres de D. Arturo (Turo). Archivo de Manolo Rodríguez.
 





Cartel anunciador de la película italiana Fedora, realizada en 1942 por Camillo Mastrocinque en el que se puede percibir arriba escrito con tinta china: Cine Rodríguez, que posteriormente se convirtió en Café América. Foto de Manolo Rodríguez.
Entre los cines PRIGARLAN, Carmina, Rodríguez, América y otro que se situaba en la plaza, el caso es que los cacabelenses de los años 30 y 40 no parece que se aburrieran mucho. Foto del archivo de Manolo Rodríguez.

Esta cafetería era muy frecuentada, no en vano disponía entre sus atracciones de un billar americano pequeño que aquí se le conocía como chapolín, una especie de billar con setas y dos agujeros opuestos y un muy cotizado futbolín. Los jóvenes de la generación de Carlos de Francisco, Miguel Prieto, Manolo Rodríguez y Roberto Carretón tenían que guardar cola para acceder a esos juegos, mientras sus mayores jugaban a las cartas o al dominó sobre aquellas singulares mesas de mármol blanco. Tanto en el Gran Café América como en el posterior Café América recalaban personajes importantes, entre otros, D. Santos, el singular médico que teníamos en el pueblo, D. Antonio Morales o D. Celso y D. Antonio, los curas de Carracedo y de la iglesia de las Angustias, respectivamente. 

D. Santos y D. Celso, en sus buenos momentos, plenos de energía y tratando de saborear al máximo la vida cuando frecuentaban lugares de ocio como el Café América, El Español, El Trabajo, etc. Foto de autor desconocido.
Uno de los mayores atractivos del Café América era su escenario para variedades en el que, de cuando en cuando, los clientes eran sorprendidos con la actuación de un mago y una seductora bailarina. 
Personalmente mis recuerdos en ese lugar se orientan a las horas que pasábamos delante de su televisión en blanco y negro. Los que no disponíamos de esa maravillosa caja mágica en casa nos acercábamos tímidamente a este café, y sin querer llamar la atención para que no nos echaran por no consumir, nos sentábamos enfrente y, con los ojos como platos, contemplábamos absortos aquellas emocionantes series del oeste o de espías como Jim West, Valle de Pasiones, El Fugitivo, Superagente 86, etc. Recuerdo que muchas veces esos extraordinarios momentos los compartía con Joaquín, el hijo mayor de D. Joaquín (Queixiños), a quien envío un abrazo donde se encuentre.
 
Siguiendo nuestro recorrido llegábamos a la carnicería de Morete (Carnecería, ponía el letrero) regentada por Dª. Jovita y D. Alvaro Morete (Varo). La relojería, que se mantuvo años en la acera de enfrente, se trasladó a este mismo espacio años más tarde, donde estuvo hasta su cierre definitivo por jubilación de nuestro querido D. Ricardo. El Sr. Mediavilla, el propietario de la Fonda Mediavilla, situada igualmente en la acera de enfrente, disponía de un pequeño taller al lado de la relojería, haciendo esquina con el jardín de la bodega de D. José Antonio El Niño. Este taller se convirtió luego en una tienda de ultramarinos muy estrecha donde el mencionado D. Plácido vendía las bacaladas que exponía a su entrada, entre otros artículos. Según cree recordar Manolo, en el espacio donde estuvo la relojería de Ricardo, anteriormente hubo una pequeña tienda donde vendían chucherías Dª. Florisa y su padre, D. Santiago El Poso. Dª. Florisa (La Posa) fue otra de las luces que iluminaron el entorno del pueblo por donde discurrió su vida. Como premio le fue otorgada la compañía de tres maravillosos hijos que la cuidaron como nadie hasta el final: Andrés, Maribel y María José.

Una preciosa y entrañable foto, probablemente en los inicios de los años 60, de dos seres excepcionales que aprecio por amigos: Andrés y Maribel, dos de los hijos de Dª. Florisa y de D. Andrés. Foto del archivo familiar.
En este paseo virtual pasaríamos por delante del jardín de la casa de D. Manuel El Alcalde (ver fotografía) con su bello edificio al fondo en el que Manolo, nuestro informante, vivió desde los 7 a los 15 años, momento en el que se trasladaron al edificio de la plaza. Tras ese traslado su prima Dª. Gelines y su marido D. Erundino pasaron a vivir en él y, a partir de ese momento, era suponer que de esa pareja de bondadosas personas surgirían unos modélicos hijos: Yolanda (ilustre e importante escritora a nivel nacional y gran amiga), Gonzalo y Luis Miguel.
Me continúa relatando Manolo que, en ese edificio, en el piso del corredor, se representó alguna obra de teatro (ver fotografía).  

           
             

























Recorte de la obra de teatro que se representó en su día en el edificio que fuera propiedad de D. Manuel, El Alcalde, y que se destruyó en el incendio del 30 de diciembre de 1970. La puerta de abajo es la que da acceso, en la actualidad, a la Bodega de Jorge El Niño.
 
Más tarde se habilitaron las escuelas de D. Heliodoro (padre de D. Isidoro, Dorito), dando a la calle de Santa María (hoy Las Angustias) y donde posteriormente impartió clases D. Venancio (el tío de nuestra amiga Lourdes Morete) y, en medio, la escuela de D. Marcelino, el tío de mi apreciada Mari Luz.  
El 30 de diciembre de 1970, uno de los incendios más recordados de la historia del pueblo se inició a la una de la madrugada en la ferretería de El Valenciano (ver fotografía), trasladándose al hermoso edificio de D. Manuel, del que solo se salvó su bodega (actual Bodega de El Niño). Nos sigue contando Manolo que todo el mundo participó en aquella infernal noche para lograr su extinción, organizándose en largas cadenas humanas hasta la reguera y el río, en este caso había que cruzar hasta el campo de la feria por una carretera que se iba cubriendo de hielo por el agua que se derramaba de los calderos. Nos sigue relatando que, en otro desgraciado momento de la noche, D. Víctor (Viruta) se rompió un brazo al caer desde el desván hasta el piso inferior. ¡Menudo fin de año me tocó! exclama Manolo en un momento de la narración, para continuar diciéndonos que, cuando los bomberos de Ponferrada llegaron al amanecer, como es costumbre, el fuego ya se había controlado. 
Paradójicamente, y en contraste con lo experimentado por Manolo y otras muchas personas que sufrieron ese suceso de adultos, de niño lo viví como una trepidante aventura. En aquellos días mi familia tuvo que desalojar los muebles su vivienda (pegada a la de D. Erundino) por temor a que el agua esparcida por los bomberos llegara a deteriorarlos irremediablemente. Precisamente a causa de esas inundaciones tuvimos que trasladarnos a la casa de mi abuela Dª. Nemesia (cruzando la actual calle de las Angustias) para quedarnos a vivir allí unos días con la maravillosa perspectiva de un cercano día de Reyes y con el mejor de los decorados navideños posibles, la nieve cubriendo todos y cada uno de los rincones del pueblo. Aquellos días, tanto para mí, para mí hermana como para mi primo-hermano Jose, se convirtieron en un inolvidable episodio de nuestras vidas. 
Poniéndonos en marcha de nuevo observamos, pegado al Jardín de D. Manuel Rodríguez, el comercio El Valenciano, un lugar que regentaban Dª. Gelines y D. Erundino, en el que se vendían artículos deportivos en general, pero sobre todo de caza y pesca junto a utensilios típicos de ferretería o prendas de vestir de todo tipo. Como ya hemos señalado, en este inmueble se inició el incendio sufriendo graves daños. En este sentido nuestro amigo D. Ricardo El Relojero me contó que, tras el fuego, su familia les cedió temporalmente, y con gran agrado, una parte de su establecimiento situado al fondo de la relojería para que pudieran seguir con el negocio hasta que se hicieran las reformas necesarias.

El comercio El Valenciano, un bazar de artículos de pesca, ferretería, prendas, etc.

En nuestro recorrido llegaríamos a la droguería de Elías Garnelo, abuelo de nuestra amiga Tere La Tarula. No había más comercios hasta que el padre de Juanjo Mourelo abrió la droguería abajo y una pequeña peluquería arriba, justo en la esquina de la casa de D. Florencio y Dª. Amanda, en cuya fachada, como ya hablamos brevemente en el texto sobre la plaza, un entrañable e inolvidable Servando colocaba y retiraba los paneles con los fotogramas de las películas que se proyectaban en el Cine Litán en los que figuraban aquellas palabras que hoy despiertan en nosotros una sonrisa: Autorizada para todos los públicos, mayores de 14 o de 16 años.

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