Esta es la cuarta y última entrega de las Memorias de otro tiempo escritas por Pepe Couceiro para la sección Se asoma a mi ventana... de este cuaderno. Es la última de esta primera serie, pero con seguridad Pepe nos volverá pronto a envolver en la nostalgia con otras de sus memorias.
MEMORIAS DE OTRO TIEMPO:
LOS MEJORES VERANOS DEL MUNDO
Los veranos que
marcaron nuestra adolescencia fueron los más azules y luminosos. En parte
porque nuestras jóvenes mentes enfocaban únicamente actividades lúdicas y porque
nadie nos cargó de excesivas responsabilidades. A la luz de un ambiente
vacacional único, las numerosas pandillas se adueñaban de las calles.
Días antes de iniciarse,
nuestros pensamientos ya estaban urdiendo y proyectando la primera marcha a la
montaña, casi siempre con un primer destino: “La Leitosa”, unas pequeñas
“Medulas” localizadas cerca de Paradiña. Con un espíritu cargado de ilusión y
las mochilas “hasta las cejas”, iniciábamos
la primera etapa con la ascensión a Pobladura al ritmo de canciones de los
Beatles, Elton John, Santana, Supertramp, etc., canciones que, con el paso del
tiempo, formarían parte de la banda sonora de nuestras vidas. Aprovechando el
privilegio de haber nacido en uno de los parajes más bellos de la geografía
española recorrimos los pueblos más pintorescos de Los Ancares con nuestras enormes
mochilas en un tiempo en el que por sus viejos caminos de tierra solo se
atrevían a transitarlo todoterrenos que hacían de repartidores del pan o de
transporte del correo. Ejerciendo de exploradores nos convertíamos en una
curiosa novedad para las gentes que vivían en esos pueblos perdidos. En nuestra
retina siempre quedará grabada la familiaridad con la que fuimos recibidos por
esas humildes personas, a veces en sus propias casas y sin pedir nada a cambio.
También será difícil olvidar sus ingeniosas y ancestrales costumbres, actualmente
abandonadas o desaparecidas.
Durante dos o tres días
entregábamos nuestro destino a la naturaleza y ella, a cambio, nos devolvía de
forma altruista sus maravillosos paisajes, inolvidables aromas o exquisitos
recursos en forma de truchas que pescábamos en el río Burbia a su paso por
Veguellina; pero también nos enviaba sus temibles tormentas en forma de torrenciales
lluvias, truenos y rayos, con los que alguno de nosotros experimentamos momentos
de verdadero pánico en la soledad del monte.
Nuestro amor por la
naturaleza y las salidas a la montaña se lo debemos, en gran medida, a los
fundadores de la agrupación “Los Montañeros del Cúa”. Gracias a ellos pudimos
disfrutar de las primeras mochilas y tiendas de campaña de la historia del
pueblo. En su compañía conocimos los lugares más emblemáticos, aprendimos a
manejar los aparejos y a convivir con personas de edades y temperamentos
diferentes.
Los
exploradores y aventureros que figuran en la foto, en una de nuestras primeras
excursiones a “La Leitosa” en junio del año 1974 son, de izquierda a
derecha: el servidor que escribe, Jaime Alija, el queridísimo y añorado Víctor
Antonio Mauriz, Toño Alija e Isidro Canóniga.
Cuando regresábamos de
la montaña nos desprendíamos del agobiante calor bañándonos en las aguas del
puente o en las de la “burra” de Pepito. El ambiente debajo del puente era
comparable a cualquier playa de Torremolinos pues también disponíamos de nuestro
propio chiringuito: el bar “La Pista”, situado próximo a la zona de baño, en el
que además de refrescarnos por dentro, nos deleitábamos con la música ambiental
del momento sentados en su agradable terraza. En este sentido, muchos
preferíamos las canciones de los “Credence” que eran reproducidas en el enorme
radio-cassette que Norberto transportaba diariamente hasta la playa fluvial y
con el que, posiblemente sin saberlo, les daba a las tardes un sabor
especial.
Nuestros paseos
vespertinos más allá de la iglesia de La Angustia eran innegociables. Uno de
esos años la canción “Wish You Were Here” de Pink Floyd sonaba a todas horas
creando una atmósfera insuperable. Después de cenar nos reuníamos en las
terrazas del desaparecido Edén o del Bohío y, con el sonido de los Indios
Tabajaras de fondo y contando chistes sin parar, llegaba la medianoche sin apenas
darnos cuenta.
Los domingos, aunque no
teníamos cine de verano, disponíamos de dos maravillosas salas representadas por
los cines Faba y Litán donde nuestros sueños se hacían realidad en los 90 inolvidables
minutos que duraba cada película. No solo disfrutábamos el tiempo de su
proyección sino que sus maravillosos efectos sobre nuestras mentes podían persistir
meses, años e, incluso, toda la vida.
Además de divertirnos
con las actividades más habituales de este gozoso periodo siempre surgían otras
de carácter extraordinario, al menos para alguno de nosotros; como las
excavaciones arqueológicas que se llevaron a cabo durante el verano de 1975 en
la “Peña del Castro”. Para los que rápidamente nos apuntamos como voluntarios
era indescriptible la ilusión con la que cada día subíamos a ese emplazamiento
lleno de historia en busca de vestigios de otra época, a veces de varios miles
de años de antigüedad. Fueron momentos sublimes, difíciles de describir con
palabras, no solo por la tremenda ilusión que suponía el poder realizar un
hallazgo importante, sino por el ambiente inolvidable que se generó en torno a esa
búsqueda, tanto fuera como dentro del recinto arqueológico.
Aprendices
de “Indiana Jones” a finales de agosto del año 1975 en las excavaciones
oficiales de la “Peña del Castro” bajo la dirección del entonces profesor y
actual catedrático D. Tomás Mañanes Pérez. Fotografía propiedad de Manuel
Rodríguez (segundo por la derecha).
El ardiente sol de
mediados de agosto daba la bienvenida a unas grandiosas fiestas de San Roque que
atraían un verdadero gentío procedente de todos los rincones del Bierzo. Unas
fiestas a las que también se sumaban los cientos de golondrinas que cubrían la
casi totalidad de los cables de la luz de la calle Santa María. En un flujo
constante, la gente llegaba hasta la plaza de San Roque creando un ambiente
festivo indescriptible. Los numerosos y atractivos juegos al aire libre, la excelente
calidad de las orquestas, el baile vermut, la multitud de personas bailando en
las inmediaciones del templete, las mesas plegables de madera que se
distribuían en las cercanías de la barra del bar y un espíritu familiar que
todavía estaba presente en el pueblo, hacían de estas fiestas las más
atractivas y esperadas del verano. Al finalizar la velada, ya de madrugada, era
tradicional refrescarnos en el río ante el persistente calor a esas horas de la
noche. Nos desnudábamos encima del puente, arrojábamos la ropa al césped y, en “pelota
picada”, nos lanzábamos sin contemplaciones a las todavía templadas aguas del
Cúa.
Ambiente
que se formaba alrededor de los numerosos juegos que se practicaban en la plaza
de San Roque. La fotografía corresponde al mes de agosto del año 1981
AGRADECIMIENTOS:
Mi gratitud a Carlos de
Francisco por ofrecerme su blog y poder revivir aquellas experiencias que
indudablemente marcaron la vida de un buen número de cacabelenses y que
contribuyeron, al menos en gran parte, a ser lo que somos. Mi agradecimiento también
a todos los que vivieron conmigo aquellos mágicos momentos, siendo un verdadero
honor haber podido compartir con ellos esa parte de mi vida.
Entras anteriores:
Se asoma a mi ventana Pepe Couceiro con "Una nueva perspectiva" Se asoma a mi ventana Pepe Couceiro con "Creando y compartiendo pequeños mundos" Se asoma a mi ventana Pepe Couceiro con "Memorias de otro tiempo"
Entras anteriores:
Se asoma a mi ventana Pepe Couceiro con "Una nueva perspectiva" Se asoma a mi ventana Pepe Couceiro con "Creando y compartiendo pequeños mundos" Se asoma a mi ventana Pepe Couceiro con "Memorias de otro tiempo"
Pepe!!! Què alegrìa me da leer esto desde la distancia!!! ja ja ja ! Cuantos recuerdos, erais los mayores y os admiràabamos!!! qué infancia maravillosa!!! GRACIAS por esta sorpresa maravillosa!!!!!!!!! Un abrazo!!! Y otro a ti, Carlos!!!
ResponderEliminar