viernes, 20 de marzo de 2015

Se asoma a mi ventana Pepe Couceiro con "Los mejores veranos del mundo"

Esta es la cuarta y última entrega de las Memorias de otro tiempo escritas por Pepe Couceiro para la sección Se asoma a mi ventana... de este cuaderno. Es la última de esta primera serie, pero con seguridad Pepe nos volverá pronto a envolver en la nostalgia con otras de sus memorias.

MEMORIAS DE OTRO TIEMPO:
LOS MEJORES VERANOS DEL MUNDO
Los veranos que marcaron nuestra adolescencia fueron los más azules y luminosos. En parte porque nuestras jóvenes mentes enfocaban únicamente actividades lúdicas y porque nadie nos cargó de excesivas responsabilidades. A la luz de un ambiente vacacional único, las numerosas pandillas se adueñaban de las calles. 

Días antes de iniciarse, nuestros pensamientos ya estaban urdiendo y proyectando la primera marcha a la montaña, casi siempre con un primer destino: “La Leitosa”, unas pequeñas “Medulas” localizadas cerca de Paradiña. Con un espíritu cargado de ilusión y las mochilas “hasta las cejas”,  iniciábamos la primera etapa con la ascensión a Pobladura al ritmo de canciones de los Beatles, Elton John, Santana, Supertramp, etc., canciones que, con el paso del tiempo, formarían parte de la banda sonora de nuestras vidas. Aprovechando el privilegio de haber nacido en uno de los parajes más bellos de la geografía española recorrimos los pueblos más pintorescos de Los Ancares con nuestras enormes mochilas en un tiempo en el que por sus viejos caminos de tierra solo se atrevían a transitarlo todoterrenos que hacían de repartidores del pan o de transporte del correo. Ejerciendo de exploradores nos convertíamos en una curiosa novedad para las gentes que vivían en esos pueblos perdidos. En nuestra retina siempre quedará grabada la familiaridad con la que fuimos recibidos por esas humildes personas, a veces en sus propias casas y sin pedir nada a cambio. También será difícil olvidar sus ingeniosas y ancestrales costumbres, actualmente abandonadas o desaparecidas.
Durante dos o tres días entregábamos nuestro destino a la naturaleza y ella, a cambio, nos devolvía de forma altruista sus maravillosos paisajes, inolvidables aromas o exquisitos recursos en forma de truchas que pescábamos en el río Burbia a su paso por Veguellina; pero también nos enviaba sus temibles tormentas en forma de torrenciales lluvias, truenos y rayos, con los que alguno de nosotros experimentamos momentos de verdadero pánico en la soledad del monte.

Nuestro amor por la naturaleza y las salidas a la montaña se lo debemos, en gran medida, a los fundadores de la agrupación “Los Montañeros del Cúa”. Gracias a ellos pudimos disfrutar de las primeras mochilas y tiendas de campaña de la historia del pueblo. En su compañía conocimos los lugares más emblemáticos, aprendimos a manejar los aparejos y a convivir con personas de edades y temperamentos diferentes.



Los exploradores y aventureros que figuran en la foto, en una de nuestras primeras excursiones a “La Leitosa” en junio del año 1974 son, de izquierda a  derecha: el servidor que escribe, Jaime Alija, el queridísimo y añorado Víctor Antonio Mauriz, Toño Alija e Isidro Canóniga.

Cuando regresábamos de la montaña nos desprendíamos del agobiante calor bañándonos en las aguas del puente o en las de la “burra” de Pepito. El ambiente debajo del puente era comparable a cualquier playa de Torremolinos pues también disponíamos de nuestro propio chiringuito: el bar “La Pista”, situado próximo a la zona de baño, en el que además de refrescarnos por dentro, nos deleitábamos con la música ambiental del momento sentados en su agradable terraza. En este sentido, muchos preferíamos las canciones de los “Credence” que eran reproducidas en el enorme radio-cassette que Norberto transportaba diariamente hasta la playa fluvial y con el que, posiblemente sin saberlo, les daba a las tardes un sabor especial. 
Nuestros paseos vespertinos más allá de la iglesia de La Angustia eran innegociables. Uno de esos años la canción “Wish You Were Here” de Pink Floyd sonaba a todas horas creando una atmósfera insuperable. Después de cenar nos reuníamos en las terrazas del desaparecido Edén o del Bohío y, con el sonido de los Indios Tabajaras de fondo y contando chistes sin parar, llegaba la medianoche sin apenas darnos cuenta.
Los domingos, aunque no teníamos cine de verano, disponíamos de dos maravillosas salas representadas por los cines Faba y Litán donde nuestros sueños se hacían realidad en los 90 inolvidables minutos que duraba cada película. No solo disfrutábamos el tiempo de su proyección sino que sus maravillosos efectos sobre nuestras mentes podían persistir meses, años e, incluso, toda la vida.
Además de divertirnos con las actividades más habituales de este gozoso periodo siempre surgían otras de carácter extraordinario, al menos para alguno de nosotros; como las excavaciones arqueológicas que se llevaron a cabo durante el verano de 1975 en la “Peña del Castro”. Para los que rápidamente nos apuntamos como voluntarios era indescriptible la ilusión con la que cada día subíamos a ese emplazamiento lleno de historia en busca de vestigios de otra época, a veces de varios miles de años de antigüedad. Fueron momentos sublimes, difíciles de describir con palabras, no solo por la tremenda ilusión que suponía el poder realizar un hallazgo importante, sino por el ambiente inolvidable que se generó en torno a esa búsqueda, tanto fuera como dentro del recinto arqueológico.



Aprendices de “Indiana Jones” a finales de agosto del año 1975 en las excavaciones oficiales de la “Peña del Castro” bajo la dirección del entonces profesor y actual catedrático D. Tomás Mañanes Pérez. Fotografía propiedad de Manuel Rodríguez (segundo por la derecha).

El ardiente sol de mediados de agosto daba la bienvenida a unas grandiosas fiestas de San Roque que atraían un verdadero gentío procedente de todos los rincones del Bierzo. Unas fiestas a las que también se sumaban los cientos de golondrinas que cubrían la casi totalidad de los cables de la luz de la calle Santa María. En un flujo constante, la gente llegaba hasta la plaza de San Roque creando un ambiente festivo indescriptible. Los numerosos y atractivos juegos al aire libre, la excelente calidad de las orquestas, el baile vermut, la multitud de personas bailando en las inmediaciones del templete, las mesas plegables de madera que se distribuían en las cercanías de la barra del bar y un espíritu familiar que todavía estaba presente en el pueblo, hacían de estas fiestas las más atractivas y esperadas del verano. Al finalizar la velada, ya de madrugada, era tradicional refrescarnos en el río ante el persistente calor a esas horas de la noche. Nos desnudábamos encima del puente,  arrojábamos la ropa al césped y, en “pelota picada”, nos lanzábamos sin contemplaciones a las todavía templadas aguas del Cúa. 

Ambiente que se formaba alrededor de los numerosos juegos que se practicaban en la plaza de San Roque. La fotografía corresponde al mes de agosto del año 1981

AGRADECIMIENTOS:
Mi gratitud a Carlos de Francisco por ofrecerme su blog y poder revivir aquellas experiencias que indudablemente marcaron la vida de un buen número de cacabelenses y que contribuyeron, al menos en gran parte, a ser lo que somos. Mi agradecimiento también a todos los que vivieron conmigo aquellos mágicos momentos, siendo un verdadero honor haber podido compartir con ellos esa parte de mi vida.
Entras anteriores:
 Se asoma a mi ventana Pepe Couceiro con "Una nueva perspectiva" Se asoma a mi ventana Pepe Couceiro con "Creando y compartiendo pequeños mundos" Se asoma a mi ventana Pepe Couceiro con "Memorias de otro tiempo"

1 comentario :

  1. Pepe!!! Què alegrìa me da leer esto desde la distancia!!! ja ja ja ! Cuantos recuerdos, erais los mayores y os admiràabamos!!! qué infancia maravillosa!!! GRACIAS por esta sorpresa maravillosa!!!!!!!!! Un abrazo!!! Y otro a ti, Carlos!!!

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