sábado, 7 de febrero de 2015

Se asoma a mi ventana Pepe Couceiro con "Memorias de otro tiempo"



MEMORIAS DE OTRO TIEMPO: Las primeras vivencias

José Francisco Couceiro López

Como si un viaje a través de un “túnel del tiempo” se tratara, pasábamos de nuestro inconsciente nacimiento a la infancia en un “abrir y cerrar de ojos”. Esa etapa llegaba con una particular percepción de nuestro pueblo al que otorgábamos una dimensión física infinita y donde, a medida que nuestros sentidos se desarrollaban, observábamos una verdadera amalgama de barrios, calles, familias y personas diferentes entre sí. Nuestro mundo, compuesto inicialmente por familiares se ampliaba poco a poco a amigos que vivían en casas cercanas a las nuestras. Ampliar las fronteras de ese mundo más allá de unas pocas calles era complicado, sobre todo si se trataba de barrios diferentes entre los cuales y desde tiempos pretéritos existían unas diferencias tribales irreconciliables que en ocasiones se dirimían en auténticas batallas campales. A esa edad nosotros no éramos conscientes de esos enfrentamientos que conoceríamos años más tarde.
Cada día, al descender sobre el inexplorado territorio de la calle, nos encontrábamos, sin esperarlo, con un mundo de aventuras, juegos y nuevos descubrimientos que compartíamos con nuevos amigos. En un improvisado “campo de futbol” enfrente de la sacristía de la iglesia, conocido por aquel entonces por “El Sagrao”, disputábamos emocionantes partidos frecuentemente interrumpidos por los inoportunos “embarques” de la pelota en alguno de los balcones cercanos o porque el portero, en un alarde de intrepidez y/o chulería, se tiraba al suelo como si de un mullido colchón se tratara; todo por atrapar el balón antes de que entrara en la portería y recibir, por parte de sus compañeros de equipo, las alabanzas que tal hazaña merecía.
En la foto se ven las "lanzas" de la verja a las que alude Pepe
De todas las situaciones, la menos deseable se originaba cuando el juego se detenía definitivamente al quedar el balón ensartado a modo de “pincho moruno” en una de las lanzas que rodeaban el “atrio” de la iglesia. Si la pelota era de goma el desencanto se limitaba a parar el partido antes de tiempo, pero si el balón era de reglamento, auténtico lujo de aquellos tiempos, a la decepción de dejar de jugar se unía el dolor de esa pérdida, que sobretodo reflejaba la cara de su dueño.



En mitad de los juegos o partidos siempre aparecía la maravillosa figura del “ángel avituallador” en forma de nuestra madre bocadillo en mano llevándonos la merienda, indispensable refrigerio a media tarde para poder llegar hasta la cena. Muchas de las veces el relleno consistía en media libra del popular chocolate “La Mina” que sobresalía ostensiblemente fuera del pan que la envolvía. 
Maruja, la madre de Pepe, repartiendo la merienda
Imagen captada en “El Sagrao” de la iglesia en el año 1966, posiblemente por mi tío Diego Vizcaíno. Representa una de las escenas habituales de aquellos años en cualquier calle o barrio de nuestro pueblo: el dulce momento en el que una madre se acerca y reparte merienda para todos. Durante décadas los más jóvenes pasábamos horas y horas en la calle jugando con los amigos sin descanso, compartiendo alegrías y también decepciones, las cuales nos iban forjando para afrontar el futuro. 

El mayor torrente de emociones llegaba con la Navidad que comenzábamos a disfrutarla varios días antes de su inicio, desde el momento en los que algunos escaparates de la plaza se llenaban de juguetes. Nuestras visitas para contemplar una y otra vez el maravilloso espectáculo eran casi constantes, y delante de ellos, con la nariz pegada al cristal, el tiempo se paraba y el presente se hacía infinito. Con nuestra imaginación a plena potencia elegíamos, sin parar, un juguete tras otro hasta acabar con todos los que nos gustaban.  La excitación navideña duraba hasta el día de reyes, el momento mágico por excelencia de nuestras incipientes vidas y que, además, culminaba unas fiestas repletas de sensaciones irrepetibles y que, además, quedaban marcadas a fuego en nuestra memoria. Lo “malo” venía después, cuando comenzaban las clases en la escuela. A esa edad nunca hubiéramos sospechado que eran precisamente esos contrastes los que, sin saberlo, nos harían apreciar y disfrutar los momentos más esperados del año.


Fotografía del principal escenario donde desplegábamos nuestros juegos y testigo de la mayor parte de las imborrables emociones que experimentamos en nuestra niñez.

2 comentarios :

  1. Hola pepe. Soy Miguel Prieto me ha gustado mucho tu escrito, pero si me lo permites voy a comentar alguna cosa mas sobre el SAGRAO yo soy mayor que tu en edad, recuerdo que la escuela de Don Marcelino estaba encima de la bodega del niño, y cuando nos enfadábamos con algún compañero de clase deciamos aquella famosa frase TE ESPERO A LA SALIDA EN EL SAGRAO y allí nos mediamos las fuerzas, también nos juntábamos en SAGRAO para jugar a la CACHETINA la pelota era de goma maciza y las cogíamos de las bombas que se usaban para trasegar el vino, asi que imagina como tendríamos las manos. Por cierto casi siempre teníamos espectadores que no eran otros que tu padre y tus tios. Que recuerdos tan bonitos. Un fuerte abrazo. Miguel Prieto. correo payon43@hotmail.com

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    1. Gracias Miguel. Resulta agradable conocer más detalles de esa época por parte de otras personas. Seguro que tienes un verdadero arsenal de recuerdos y a muchos nos gustaría conocerlos. Anímate a hacerlo. El texto pretendía, además de entretener, animar a más gente a contar sus propias vivencias. No se trata, como muchos podrían pensar, de “vivir de los recuerdos” sino manifestar lo felices que fuimos(y seguimos siéndolo) viviendo alegrías y penas como piezas inseparables de la vida. Los recuerdos agradables refuerzan el sistema inmunitario y, por tanto, mejoran la salud. Si además disfrutas contándolos y los demás también lo hacen leyéndolos pues “miel sobre hojuelas”. Espero que pronto podamos disfrutar de otro “chute” de bonitos recuerdos.

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