Este óleo sobre tabla, Llega el silencio, forma parte de la exposición Retrospectiva de
José Carralero en el M.AR.CA. y pertenece a la serie dedicada al
Monasterio de Carracedo. Es comentado por Ángel Ossorio, licenciado en Historia
y Periodismo, profesor de Bachillerato de la Inmaculada de Ponferrada.
Sobre
la melancolía entre piedras y hormigas
Una
mirada personal para sumergirse en “Llega el silencio”, de Carralero
Para
explicar este cuadro tenemos que fusilar unos versos de Mario Benedetti. Bueno,
seamos políticamente correctos: homenajear al gran Benedetti en el poema “A la
izquierda del roble”, y donde él hablaba del Jardín Botánico de su Montevideo,
nosotros decimos Monasterio de Carracedo. Quedaría así:
(…)
No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
pero
el Monasterio de Carracedo siempre ha tenido
una
agradable propensión a los sueños
a
que los insectos suban por las piernas
y
la melancolía baje por los brazos
hasta
que uno cierra los puños y la atrapa (…).
(…)
No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
pero
cuando la lluvia cae sobre el Monasterio
Aquí
se quedan sólo los fantasmas.
,
más limpio, menos nitidez que llega la noche, luminosa y veraniega, pero noche
al Ustedes pueden irse.
Yo
me quedo.
En
estos versos está la conexión entre el cuadro y la memoria del convento, que es
como lo llamamos los de Carracedo. Acostumbrábamos a ver al “pintor de
Cacabelos” embadurnado de óleo y a pie de atril persiguiendo la luz que rebota
de entre las piedras del convento. Por fuera y por dentro. Y luego mirábamos,
haciéndonos los encontradizos, lo que había del otro lado de la tabla. No
entendíamos ni la mitad, nos faltaba camino de vida, pero sí sentíamos que nos
gustaba. No había nada matemático en la mezcla del color, pero era asequible.
No sabíamos por qué.
En
el caso que nos ocupa es el interior del claustro, cuando el guarda cerraba y
se despedía. Como un niño travieso sumado al aparente despiste del artista, se
hacía el loco y ¡zas!, ya estaba de nuevo en el interior del convento saltando
los muros.
Allí
competía durante esas horas inciertas del oscurecer del verano con los
adolescentes que hacían sus másteres de verano en el amor recién descubierto.
Había sitio para todos. Se enriquecían mutuamente. Él buscaba la luz esquiva.
Ellos, las sombras crecientes.
A
Pepe le gustaba saltar la valla, claro que sí. Sentirse un chaval, pero en vez
de robar pavías, hurtar los últimos rayos de sol entre las ruinas.
La
serie del Monasterio de Carracedo que nos ocupa fue pintada a lo largo de tres
veranos, entre 1992 y 1994, y el Monasterio ya estaba restaurado como hoy lo
vemos, aunque él lo haya pintado en numerosas ocasiones a lo largo de su
trayectoria.
Entonces
ya había perdido la hiedra que ocultaba la reja del refectorio y podíamos ver
de nuevo el atlante que sujeta una estatua desaparecida. El Mirador de la Reina
había dejado de ser el lugar exclusivo de las fotos de las novias de Carracedo
para convertirse cada sábado en un pase de modelos de todos los rincones del
Bierzo.
Sin
embargo, Carralero logra en este cuadro recuperar el ambiente de esos mil años
de historia, ciento cincuenta de ellos entre la ruina. Cualquiera que contemple
el cuadro reconocerá un monasterio atemporal, con ese ambiente ensoñador de los
paisajes con ruinas monumentales de Claudio de Lorena, el grande del XVII.
Miramos los arcos y nos envolvemos en ellos, nos atrapan.
Nos
alejamos un poco del cuadro. Cerramos los ojos unos segundos, los abrimos y nos
inundamos de la luz ocre llena de mil matices diferentes. Falso inacabado,
pintura en diferentes grosores, brochazos rápidos, certeros. Corre, corre, la
luz se va. Más clarofin y al cabo…
Nos
dejamos llevar por los ojos y éstos nos llevan al recuerdo de lo que allí vimos
y sentimos. Si lo hacemos al revés, no entenderemos nada. Este monasterio será
más real que la foto porque capta el momento cambiante de la última luz de la
tarde. Desconfía del recuerdo, apóyate en el cuadro y déjate ganar por el
instante vivido por el artista que, seguro, coincide con el tuyo. ¿Lo sientes?
¿No hueles la humedad que dejó la tormenta? ¿El amargor de la hierba mojada?
Eso es lo que el ojo tuyo no ve, pero el de Carralero sí, y te lleva a revivir
esos minutos enlatados en el lienzo. ¡Lástima que hoy nos echen antes de ese
momento y que haya alarmas que impiden el salto del muro…!
La serie del monasterio llevan
títulos que conectan con nuestra memoria sensorial y con el poema de Benedetti:
Sombra fantasmal, A danza das meigas, Metáfora, Osamenta, Ángelus, Vísperas,
Sinfonía, Piedras… en la retrospectiva tenemos cuatro. Están fuera del contexto
original de la serie, pero nos hacemos una idea. Son cuatro momentos diferentes
de luz sobre los mismos sillares y cantos rodados. Sólo por el color ya son
bellos, aunque no reconozcamos los arcos de ladrillo.
Cuando se enfrascó a fondo en el
Monasterio de Carracedo hacía ya tres años que había traído a Cacabelos su
curso de paisaje, una iniciativa que daba vida a toda la contorna con jóvenes
promesas nacionales e internacionales. Era una fiesta ver a los artistas
alrededor del convento, buscando la perspectiva favorita y escuchar, asustados
y expectantes, el silencio del maestro a sus espaldas… (Por cierto, este año el curso ha sido
reinventado y puesto al día por la también profesora de la Facultad de Bellas
Artes de la Complutense Macarena Ruiz, coincidiendo con el Año Carralero.
Esperemos que las instituciones sean sensibles y que ella se deje querer por
nuestra tierra y se repita la iniciativa).
El
monasterio nunca fue pintado (ni ha vuelto a serlo) con tanta profusión y variedad
de enfoques como en la serie de Carralero. Es todo un experimento pictórico
que, a los que vivimos tantos momentos en el monumento, al ver este “Llega el
silencio”, no nos queda más que dejarnos llevar por esa hora incierta de la
tarde y decir aquello de “aquí solo se quedan los fantasmas. Ustedes pueden
irse, yo me quedo” en este cuadro.
Si
miran bien, yo sigo ahí dentro desde entonces. Si se dejan querer, también
quedarán atrapados en él.
Ángel Ossorio
No hay comentarios :
Publicar un comentario