miércoles, 22 de agosto de 2012

Recuerdos e imágenes de Cacabelos (XIII)



















Una historia de amor (I)
                                                                                                       Antonio-Esteban González

Esta es una historia de amor que podría comenzar  -y comienza-  con unos versos de Rubén Darío: "Ya viene el cortejo. Ya viene el cortejo. Ya se oyen los claros clarines. Ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines". Y era cierto.
Se inicia nuestra historia el 1º de Abril de 1940 y estaba a punto de comenzar el desfile de la Victoria en La Castellana. Es decir: ya se oían los claros clarines y allí, en una de las aceras,  -esbelta, rubia como los trigos en sazón, elegante en su sencillez- una muchacha y, en la otra, muy cerca de la tribuna presidencial, él, un joven, con la estrella de alférez en la bocamanga y en el pecho las Aspas de Falange.
La muchacha se llamaba Celia. Tenía dieciocho años; el mozo, Juan José, veintitrés. Celia había nacido en Cacabelos y era hermana de Amanda; Juan José, en Sevilla y, como este pie de foto es el relato de una historia de amor, digámoslo con otras palabras: él había venido al mundo a la vera del Guadalquivir y ella a orillas del Cúa, que es río más humilde.
Era  -escribo más arriba-  el día uno de abril de mil novecientos cuarenta. Primer desfile de la Victoria  -o segundo, según-  los áureos sonidos anuncian, diría Rubén Darío, el advenimiento triunfal de la gloria.
Domínguez  -el alférez Juan José Domíguez-  observa a la chica que, a su vez contempla embebida el cortejo de los paladines: los moros envueltos, airosos, en sus capas blancas; las banderas flameando al viento y el paso recio y marcial de los soldados con el fusil al hombro y la bayoneta calada. Cuando todo acaba y se pierden en el aire los últimos sonidos de los tambores, Celia se va. Juan José Domínguez, el alférez, la sigue hasta Sagasta 19. Ya sabe en dónde vive. Pocos días después demuestra su carácter valeroso y sube a hablar con la madre de Celia  -Joaquina,  -Xoca como le decían en Cacabelos-  y le pide la mano de su hija. Se casan siete meses después en la parroquia de Santa Teresa y Santa Isabel. Ella  -queda dicho-  tenía dieciocho años y él veinticuatro.
Juan José y Celia  -Peruchina como le llamaba su marido-  visitaron Sevilla y Cacabelos. Juan José tenía la intención de incorporarse a una de las Academias Militares para obtener el grado de teniente.
Del matrimonio nace una niña: Mary Celi  -Celia como la madre-  que no llega a conocer a su padre porque Juan José, falangista de camisa vieja, es fusilado por Franco.
Pero, esa es otra historia que será contada en otro momento, cuando se cumplan setenta años de su ejecución, en los fosos de la cárcel de Larrinaga.

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