-¿Qué quieres? Pregunta Doña Carmen, sentada tras la dorada y repujada caja registradora.(Doña Carmen fue durante muchos años la cajera y encargada del establecimiento, nos maravillaba su tecleteo y el sonido de aquella fantástica máquina).
-Una peseta de galletas partidas.
-Lola, ponle una peseta de galletas partidas a Santos. Ordenaba Doña Carmen a una de sus dependientas.
Esta escena era muy habitual en el antiguo Comercio de Guerra(Casa Guerra) ubicado en los bajos del anterior edificio al que en la actualidad ocupa Caja España.
Era, sin duda, el comercio mejor abastecido de Cacabelos y pueblos aledaños. Surtido ampliamente de toda clase de comestibles y bebidas, hasta petróleo para las estufas se podía comprar allí.
Muchos de los productos se compraban en pequeñas porciones, pues la mayor parte de las ventas se hacían a granel. El aceite, el café, el queso... y las galletas.
Éstas venían envasadas en cajas de latón con capacidad para varios Kg. Se vendían a peso según la necesidad del consumidor. El cliente podía llevar la caja entera previo el pago en depósito del valor de la misma en vacío, pero debía devolverla en la compra siguiente si no quería volver a abonar otro envase. Debido al transporte y a la manipulación , algunas galletas se iban rompiendo, quedando en el fondo pequeños trozos de las mismas y el polvillo correspondiente. Esos restos eran “las galletas partidas”. Se vendían ya sin pesar en la báscula y a un precio muy inferior al resto de las “enteras”. La mayor o menor cantidad por una peseta, dependía de la generosidad del momento de la empleada de turno.
Los chavales creo que seríamos los más asiduos compradores de éstas. Entonces no nos importaba la buena presencia del producto, sino la cantidad. Salíamos rápidos a la calle con el cucurucho del preciado dulce para, generalmente compartido con otros, dar inmediata cuenta del mismo.
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