Amparo y Mundito |
LA
PRIMERA COMUNIÓN
Por Antonio Esteban González
Hay un refrán -y, no
siempre, los refranes son verdaderos-
que dice: Marzo ventoso y abril
lluvioso sacan a mayo, florido y hermoso y, por eso, mayo, -florido y hermoso- es el
mes de las flores, propicio para
que los hijos de los papás que tienen fe, hagan la Primera Comunión, aunque
algunos de esos niños -o niñas- no vuelvan a cercarse al altar para tomar el
Pan de los Ángeles que es como se le llama también a la Hostia consagrada.
Y hay, también, en todos
los niños, recuerdos de un día que, teóricamente ha sido un día feliz o tenía
que haberlo sido. Yo, quien esto
escribe, tengo mis recuerdos de ese día y, ese día, no fui feliz porque me
vistieron con un traje de pantalón largo, blanco, una chaquetilla que parecía
el uniforme de un maitre de hotel y
corbata de pajarita.
Ese día me invitaron en
casa de unos amigos a fresas con vino y azúcar y terminé la tarde somnoliento y
adormilado.
También recuerdo aquel
día como un día infausto porque no me había confesado bien. Se me quedó en la
conciencia -y tardé muchos, muchísimos años en
borrarlo- un pecado que yo consideraba
mortal: le dije a mi hermano, que me había quitado una pelota de goma que era
mi juguete preferido: “Me cago en la
leche que mamaste”, frase que solía decirse con frecuencia en aquellos
años. No me atreví a confesarla y, según mi conciencia, había cometido un grave
pecado que Dios no podía perdonar. Por eso no fui feliz aquel día de mayo de
1949.
Entre esos recuerdos no
tengo -por supuesto- los recuerdos de
los dos niños que se dejan fotografiar delante de la farmacia de don Eusebio de
Francisco. No tengo sus recuerdos, pero tengo la foto. Son Amparo, que
comulgaba por vez primera, y su hermano Mundito, hijos de Avelina. Era, naturalmente,
el mes de mayo, pero de 1968.
Posiblemente, los
recuerdos que tengan ellos sean, únicamente, los de un banquete familiar en el
que comieron entremeses, merluza dos salsas, cabrito y lechuga y, por supuesto,
postres. Tampoco tiene más importancia, a no ser por la foto en la que se ve un
Seat 124 y las ramas de un magnolio que aún hoy, presta su sombra. Por lo
demás, todo es igual: la Plaza, los soportales, la casa de Eugenio o el
comercio de Manolo, el Alcalde, lo que nos demuestra que todo pasa, pero no
pasan los recuerdos y esta foto es un recuerdo más.
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