MEMORIAS DE OTRO TIEMPO
CREANDO Y COMPARTIENDO PEQUEÑOS MUNDOS
Por Pepe Couceiro
Probablemente nuestra
niñez fue la etapa más prolífica en la creación de mundos propios; mundos que
salían de nuestra imaginación, pero con la misma consistencia de realidad que los
de los adultos. La mayoría de esos mundos resultaban excitantes y nos
proporcionaban maravillosas sensaciones, aunque las emociones se tornaban en las
contrarias cuando emergían las pesadillas en los mundos nocturnos.
Salíamos a la calle con
los pantalones cortos como uniforme diario y parte inseparable de nuestro
cuerpo fuera cual fuera la estación del año por la que transitábamos hiciera
frío o calor. Nuestra madre nos introducía a presión en los diminutos bolsillos
el obligatorio pañuelo “limpia mocos” que casi nunca utilizábamos.
Incansablemente trotábamos sin parar por las calles y soportales de la plaza
hasta toparnos con grupos de conocidos que organizaban algún juego o deporte y,
disimuladamente, nos aproximábamos para ver si teníamos el privilegio de ser
elegidos como compañeros de equipo. Las peleas que surgían por los motivos más insignificantes
eran relativamente frecuentes y, por eso, una vez admitidos en los juegos del
grupo, los más débiles nos acercábamos a los más mayores, la inseguridad propia
de la edad nos hacía buscar su protección. Probablemente nuestros deseos más
íntimos en aquellos tiempos eran sentirnos queridos en casa y protegidos en la
calle, todas las demás pretensiones eran secundarias y tampoco importaba mucho
seguir suspirando por ellas durante más tiempo.
La
calle de las Angustías en los años 60, testigo de nuestras constantes
“correrías”. Se puede apreciar a la izquierda la moderna entrada a la popular
bodega de “El Portugués”.
Nuestros iniciales pequeños
mundos se iban ampliando, dando paso a un mayor conocimiento de todo. Así, poco
a poco, comenzamos a conocer y disfrutar de juegos como “el escondite”; luego
vendrían: “tres navíos”, “el manro”, “el pañuelo”, “la caseta”, “las chapas”, “la
peonza”, “las canicas”, “la billarda”; mientras las chicas, en sus “corros”
aparte, también disfrutaban de “la comba”, “el cascajo”, “la goma”, etc. En el
llamado “espolique inglés” al que le tocaba hacer de “mula” debía inclinar su
torso 90º en relación a las piernas y era “brincado” por los demás que le
dejaban “regalos” en su “trasero” en forma de “coces” que, en no pocas
ocasiones, les propinaban auténticas “mulas”. A la vez que se producía el
salto, se decía aquello de: a la una de la mula, a las dos con su coz, a las
tres el espolique inglés, a las cuatro uñas de gato, a las cinco te la hinco, a
las seis dos palmas de ley, a las siete salto, pongo y planto mi carrapuchete,
etc., en definitiva, una eficiente manera de hacer amigos.
La sacristía de la
iglesia de la plaza se constituía, para no pocos, en un importante centro de
reunión de “monaguillos”. Esta “comunidad” la formaban personas de la más
variopinta condición y procedencia pues acudían de todos los puntos del pueblo.
Llegábamos de la mano de nuestra madre o por nuestra cuenta pero, en cualquier
caso, cumpliendo sus deseos. Los que decidíamos permanecer teníamos que
someternos a diferentes pruebas de iniciación promovidas por los veteranos.
Afortunadamente se trataba de “novatadas” llevaderas como la que consistía en ir
a buscar “gamusinos”. El “gamusino” era una imaginaria pieza de caza que el novato creía verdadera, cuando en
realidad eran pesadas piedras con las que los veteranos iban llenando el saco
que él mismo lleva a cuestas. Tras varios días de risas por parte de los
“jefes” ya estábamos en condiciones de pasar del nivel “súbditos” al de “colegas”.
Como si fuera el lienzo
de un cuadro siempre se forma en mi mente la misma escena cada vez que me
traslado en el tiempo y rememoro los momentos que pasamos dentro de ese pequeño
recinto llamado sacristía: en su interior una de las paredes repleta de enormes
cajones en los que se guardaban las sotanas, casullas, estolas, etc. En frente,
en la única mesa que recuerdo, Don Dámaso se enfrentaba a uno de nosotros al
ajedrez, mientras tarareaba su canción favorita: “Arrivederci Roma”. Otros se
convertían en héroes de aventuras leyendo “Tarzán de los Monos”, “El Guerrero
del Antifaz” o sonreían sin parar con lecturas de los inolvidables comics “Don
Triqui” o los famosos TBOs, entretanto, los más deportistas jugaban en el
“Sagrao” trepidantes partidos de futbol o las siempre peligrosas partidas de “billarda”.
El
juego de la “billarda” ya se practicaba a principios del siglo XX y entonces
más parecía un juego de adultos que de niños, como lo atestigua la instantánea
tomada en el entorno del barrio del “Campelín” en el año 1906.
Aunque existía un mismo
patrón a la hora de tocar las campanas se tratara de un entierro, una llamada a
misa, una procesión de semana santa o de primera comunión e, incluso, un
incendio, la mayoría de los que comenzábamos lo hacíamos como nos “daba la gana”.
Eso sí, los más virtuosos podían convertirse en auténticos visionarios con sus
innovadores repiqueteos, llegando, incluso, a mejorar las composiciones tradicionales.
No obstante, ninguno podíamos superar la destreza de uno de nuestros padres
que, cada vez que era avisado de un incendio subía “raudo y veloz” al
campanario y nos deleitaba con sus recitales. El peculiar sonido de las tres
campanas avisando del incendio provocaba las carreras de muchos hacia el lugar
afectado con el propósito de ayudar en lo que se pudiera. Tanto las carreras de
la gente como el alarmante repiqueteo era un espectáculo para todos nosotros.
Que reucerdos tan bonitos,yo tmbien fui niño en Cacabelos y sacristan con Don Damaso, y con tu escritura me he vuelto a reencontrar con la historia de mi niñez, gracias de nuevo
ResponderEliminarMe ha gustado mucho Pepe. Cuántos recuerdos. Un abrazo amigo.
ResponderEliminarAmigo pepe, solo un comentario sobre el espolique ingles, había tres chicos del campo de San Isidro que usaban como calzado los ZUECOS el piso era de madera de tres centrimetros asi que te puedes imaginar lo que aquello dolia y algunas veces le ponían una punta en forma de pincho
ResponderEliminarAlgun dia tendras que hacer un comentario sobre los braseros. Un abrazo Miguel
ResponderEliminarEres adivino Miguel. Dentro de unos días verás el porqué. Un abrazo
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