lunes, 23 de febrero de 2015

Se asoma a mi ventana Pepe Couceiro con "Creando y compartiendo pequeños mundos"



MEMORIAS DE OTRO TIEMPO
CREANDO Y COMPARTIENDO PEQUEÑOS MUNDOS
Por Pepe Couceiro 
Probablemente nuestra niñez fue la etapa más prolífica en la creación de mundos propios; mundos que salían de nuestra imaginación, pero con la misma consistencia de realidad que los de los adultos. La mayoría de esos mundos resultaban excitantes y nos proporcionaban maravillosas sensaciones, aunque las emociones se tornaban en las contrarias cuando emergían las pesadillas en los mundos nocturnos.
Salíamos a la calle con los pantalones cortos como uniforme diario y parte inseparable de nuestro cuerpo fuera cual fuera la estación del año por la que transitábamos hiciera frío o calor. Nuestra madre nos introducía a presión en los diminutos bolsillos el obligatorio pañuelo “limpia mocos” que casi nunca utilizábamos. Incansablemente trotábamos sin parar por las calles y soportales de la plaza hasta toparnos con grupos de conocidos que organizaban algún juego o deporte y, disimuladamente, nos aproximábamos para ver si teníamos el privilegio de ser elegidos como compañeros de equipo. Las peleas que surgían por los motivos más insignificantes eran relativamente frecuentes y, por eso, una vez admitidos en los juegos del grupo, los más débiles nos acercábamos a los más mayores, la inseguridad propia de la edad nos hacía buscar su protección. Probablemente nuestros deseos más íntimos en aquellos tiempos eran sentirnos queridos en casa y protegidos en la calle, todas las demás pretensiones eran secundarias y tampoco importaba mucho seguir suspirando por ellas durante más tiempo.

La calle de las Angustías en los años 60, testigo de nuestras constantes “correrías”. Se puede apreciar a la izquierda la moderna entrada a la popular bodega de “El Portugués”.

Nuestros iniciales pequeños mundos se iban ampliando, dando paso a un mayor conocimiento de todo. Así, poco a poco, comenzamos a conocer y disfrutar de juegos como “el escondite”; luego vendrían: “tres navíos”, “el manro”, “el pañuelo”, “la caseta”, “las chapas”, “la peonza”, “las canicas”, “la billarda”; mientras las chicas, en sus “corros” aparte, también disfrutaban de “la comba”, “el cascajo”, “la goma”, etc. En el llamado “espolique inglés” al que le tocaba hacer de “mula” debía inclinar su torso 90º en relación a las piernas y era “brincado” por los demás que le dejaban “regalos” en su “trasero” en forma de “coces” que, en no pocas ocasiones, les propinaban auténticas “mulas”. A la vez que se producía el salto, se decía aquello de: a la una de la mula, a las dos con su coz, a las tres el espolique inglés, a las cuatro uñas de gato, a las cinco te la hinco, a las seis dos palmas de ley, a las siete salto, pongo y planto mi carrapuchete, etc., en definitiva, una eficiente manera de hacer amigos.
La sacristía de la iglesia de la plaza se constituía, para no pocos, en un importante centro de reunión de “monaguillos”. Esta “comunidad” la formaban personas de la más variopinta condición y procedencia pues acudían de todos los puntos del pueblo. Llegábamos de la mano de nuestra madre o por nuestra cuenta pero, en cualquier caso, cumpliendo sus deseos. Los que decidíamos permanecer teníamos que someternos a diferentes pruebas de iniciación promovidas por los veteranos. Afortunadamente se trataba de “novatadas” llevaderas como la que consistía en ir a buscar “gamusinos”. El “gamusino” era una imaginaria pieza de caza  que el novato creía verdadera, cuando en realidad eran pesadas piedras con las que los veteranos iban llenando el saco que él mismo lleva a cuestas. Tras varios días de risas por parte de los “jefes” ya estábamos en condiciones de pasar del nivel “súbditos” al de “colegas”.
Como si fuera el lienzo de un cuadro siempre se forma en mi mente la misma escena cada vez que me traslado en el tiempo y rememoro los momentos que pasamos dentro de ese pequeño recinto llamado sacristía: en su interior una de las paredes repleta de enormes cajones en los que se guardaban las sotanas, casullas, estolas, etc. En frente, en la única mesa que recuerdo, Don Dámaso se enfrentaba a uno de nosotros al ajedrez, mientras tarareaba su canción favorita: “Arrivederci Roma”. Otros se convertían en héroes de aventuras leyendo “Tarzán de los Monos”, “El Guerrero del Antifaz” o sonreían sin parar con lecturas de los inolvidables comics “Don Triqui” o los famosos TBOs, entretanto, los más deportistas jugaban en el “Sagrao” trepidantes partidos de futbol o las siempre peligrosas partidas de “billarda”.  

El juego de la “billarda” ya se practicaba a principios del siglo XX y entonces más parecía un juego de adultos que de niños, como lo atestigua la instantánea tomada en el entorno del barrio del “Campelín” en el año 1906.

Aunque existía un mismo patrón a la hora de tocar las campanas se tratara de un entierro, una llamada a misa, una procesión de semana santa o de primera comunión e, incluso, un incendio, la mayoría de los que comenzábamos lo hacíamos como nos “daba la gana”. Eso sí, los más virtuosos podían convertirse en auténticos visionarios con sus innovadores repiqueteos, llegando, incluso, a mejorar las composiciones tradicionales. No obstante, ninguno podíamos superar la destreza de uno de nuestros padres que, cada vez que era avisado de un incendio subía “raudo y veloz” al campanario y nos deleitaba con sus recitales. El peculiar sonido de las tres campanas avisando del incendio provocaba las carreras de muchos hacia el lugar afectado con el propósito de ayudar en lo que se pudiera. Tanto las carreras de la gente como el alarmante repiqueteo era un espectáculo para todos nosotros.

5 comentarios :

  1. Que reucerdos tan bonitos,yo tmbien fui niño en Cacabelos y sacristan con Don Damaso, y con tu escritura me he vuelto a reencontrar con la historia de mi niñez, gracias de nuevo

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  2. Me ha gustado mucho Pepe. Cuántos recuerdos. Un abrazo amigo.

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  3. Amigo pepe, solo un comentario sobre el espolique ingles, había tres chicos del campo de San Isidro que usaban como calzado los ZUECOS el piso era de madera de tres centrimetros asi que te puedes imaginar lo que aquello dolia y algunas veces le ponían una punta en forma de pincho

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  4. Algun dia tendras que hacer un comentario sobre los braseros. Un abrazo Miguel

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  5. Eres adivino Miguel. Dentro de unos días verás el porqué. Un abrazo

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