La
Raspa la inventó el cura de Carracedo
Por José Yebra, cacabelense, escritor y profesor
La
Raspa la inventó el cura de Carracedo. ¿En serio? Vamos a ver, ¿era este
párroco que oficiaba en la parroquia de Carracedo del Monasterio oriundo de
México? Porque, según tengo entendido, la Raspa proviene del este del país
azteca, y es una canción que además viene acompañada por una coreografía
graciosa a la par que sencilla, con sombrero de charro incluido. Puede que ese
hecho sea ya cierto en sí mismo, pero existe otra posibilidad, quizá en un
mundo paralelo, que paso a narrar a continuación:
Como
solía hacer casi a diario, la señora Lucrecia, la hermana de un industrial de
la villa, se acercó aquella mañana de invierno de uno de los primeros años 1950
a la iglesia de Santa María de Cacabelos a vestir a los santos que debían estar
aquel día más que preparados y relucientes para las inminentes procesiones de
Semana Santa. No contaba Doña Lucrecia con la inesperada presencia de Cruz, la
del Sillero, (de hecho, nunca jamás llegó a saber que una niña que ni
pestañeaba la estaba observando ojiplática en aquel preciso momento). Cruz
escucha desde la sacristía una voz que parece cantar algo;
la curiosidad vence
(como casi siempre sucede) por goleada al inicial atisbo de miedo y se acerca
muy sigilosa caminando tan de puntillas como podía hacia la estancia en la que
se guardaban los santos y, nada más llegar a la altura de la puerta, la abre un
poco, lo justo para acercar su cara a la rendija que hace salir la luz hacia
afuera y ver a Doña Lucrecia bailando muy ufana y feliz bien agarrada a San
Antonio, patrón de los animales, o más bien a la cabeza y las manos de ese San
Antonio, que el cuerpo que se encarga de sujetar las vestimentas del santo no
es más que la conjunción de dos palos cruzados que hacen las veces de sostén de
las sayas brillantes, impolutas que luce siempre ante los ojos de devotos y
curiosos que se acercan a saludarlo. Doña Lucrecia destila pura felicidad en
cada paso de su coreografía mientras no deja de cantar “la Raspa la inventó
el cura de Carracedo”, sin temor alguno a estar cometiendo sacrilegio
alguno, que los santos, inocentes o no, también merecen un baile de vez en
cuando que les saque de esa apatía y quietud de la vida beata, inerte.
Iglesia Santa María hacia 1955 |
Desde
que la misma Cruz nos contó esta anécdota en el filandón del último miércoles
de julio de este año, 2017, en el Museo Arqueológico, cada cierto tiempo viene
a mi mente aquella melodía y canto para mis adentros, “la Raspa la inventó
el cura de Carracedo” y así definitivamente me olvido de aquélla de mi
niñez que tanto me fastidiaba, “la Raspa la inventó Amancio con el balón”,
que para un hincha del Barça como yo suponía casi siempre un pequeño y
llevadero suplicio, aunque aquello sí que era fútbol del de verdad, no estas
zarandajas tan volátiles del fútbol moderno… pero ahí entraríamos ya en otro
tema a debatir; de momento, quedémonos con que la Raspa fue creada por Don
Celso, aquel párroco de Carracedo del Monasterio que se acercaba cada tarde a
Cacabelos en bicicleta, a jugar la partida de tute al casino, sujetando bien su
sotana a su cintura con un buen cinturón para que la misma no se le enganchase
con los radios de las ruedas. Seguro que, además, iba dando pedal y cantando su
propia versión de la Raspa en el corto trayecto entre los dos pueblos.
Muy bueno, me he visto bailando la Raspa en la sacristía aunque no sea mucho de vestir santos ����
ResponderEliminarYo tampoco soy de vestir santos, pero una raspa como aquélla sí que la habría bailado.
EliminarUn abrazo de los grandes, Tere.