viernes, 25 de agosto de 2017

Se asoma a mi ventana...José Yebra con "La Raspa la inventó el cura de Carracedo"



La Raspa la inventó el cura de Carracedo

Por José Yebra, cacabelense, escritor y profesor
   La Raspa la inventó el cura de Carracedo. ¿En serio? Vamos a ver, ¿era este párroco que oficiaba en la parroquia de Carracedo del Monasterio oriundo de México? Porque, según tengo entendido, la Raspa proviene del este del país azteca, y es una canción que además viene acompañada por una coreografía graciosa a la par que sencilla, con sombrero de charro incluido. Puede que ese hecho sea ya cierto en sí mismo, pero existe otra posibilidad, quizá en un mundo paralelo, que paso a narrar a continuación:

   Como solía hacer casi a diario, la señora Lucrecia, la hermana de un industrial de la villa, se acercó aquella mañana de invierno de uno de los primeros años 1950 a la iglesia de Santa María de Cacabelos a vestir a los santos que debían estar aquel día más que preparados y relucientes para las inminentes procesiones de Semana Santa. No contaba Doña Lucrecia con la inesperada presencia de Cruz, la del Sillero, (de hecho, nunca jamás llegó a saber que una niña que ni pestañeaba la estaba observando ojiplática en aquel preciso momento). Cruz escucha desde la sacristía una voz que parece cantar algo;
Iglesia Santa María hacia 1955
la curiosidad vence (como casi siempre sucede) por goleada al inicial atisbo de miedo y se acerca muy sigilosa caminando tan de puntillas como podía hacia la estancia en la que se guardaban los santos y, nada más llegar a la altura de la puerta, la abre un poco, lo justo para acercar su cara a la rendija que hace salir la luz hacia afuera y ver a Doña Lucrecia bailando muy ufana y feliz bien agarrada a San Antonio, patrón de los animales, o más bien a la cabeza y las manos de ese San Antonio, que el cuerpo que se encarga de sujetar las vestimentas del santo no es más que la conjunción de dos palos cruzados que hacen las veces de sostén de las sayas brillantes, impolutas que luce siempre ante los ojos de devotos y curiosos que se acercan a saludarlo. Doña Lucrecia destila pura felicidad en cada paso de su coreografía mientras no deja de cantar “la Raspa la inventó el cura de Carracedo”, sin temor alguno a estar cometiendo sacrilegio alguno, que los santos, inocentes o no, también merecen un baile de vez en cuando que les saque de esa apatía y quietud de la vida beata, inerte.

   Desde que la misma Cruz nos contó esta anécdota en el filandón del último miércoles de julio de este año, 2017, en el Museo Arqueológico, cada cierto tiempo viene a mi mente aquella melodía y canto para mis adentros, “la Raspa la inventó el cura de Carracedo” y así definitivamente me olvido de aquélla de mi niñez que tanto me fastidiaba, “la Raspa la inventó Amancio con el balón”, que para un hincha del Barça como yo suponía casi siempre un pequeño y llevadero suplicio, aunque aquello sí que era fútbol del de verdad, no estas zarandajas tan volátiles del fútbol moderno… pero ahí entraríamos ya en otro tema a debatir; de momento, quedémonos con que la Raspa fue creada por Don Celso, aquel párroco de Carracedo del Monasterio que se acercaba cada tarde a Cacabelos en bicicleta, a jugar la partida de tute al casino, sujetando bien su sotana a su cintura con un buen cinturón para que la misma no se le enganchase con los radios de las ruedas. Seguro que, además, iba dando pedal y cantando su propia versión de la Raspa en el corto trayecto entre los dos pueblos.                 

2 comentarios :

  1. Muy bueno, me he visto bailando la Raspa en la sacristía aunque no sea mucho de vestir santos ����

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    1. Yo tampoco soy de vestir santos, pero una raspa como aquélla sí que la habría bailado.
      Un abrazo de los grandes, Tere.

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