La semana pasada os hacía un pequeño perfil de los dos últimos Burgueño que regentaron el comercio. Esta fue una familia con gran poder económico en nuestra villa. Una pequeña idea os la dará el edificio que albergaba su vivienda y el comercio. A parte de ser los dueños de la fábrica de luz situada al lado de las compuertas del Cúa, tenían banca, un gran almacén de telas al por mayor y numerosas fincas en la comarca berciana.
El comercio de la familia Burgueño, además de estar dedicado a la venta de telas y de mercería, tenía una atracción añadida para los chavales de aquellos años cincuenta y sesenta del siglo pasado: vendía tebeos y revistas. El primer escaparate, el más alejado de la iglesia, exponía todas las revistas y tebeos de la época. Tras los cristales iban apareciendo a lo largo de la semana los últimos ejemplares que iban llegando de Sábado Gráfico, Lecturas, Hola, Ama, Garbo...El Guerrero del Antifaz, El Capitán Trueno, El Jabato, Don Triqui, Pulgarcito, TBO, etc.
El Capitán Trueno era sin duda nuestro héroe favorito. Sabíamos que llegaba los miércoles por Correo desde Barcelona. Estábamos pendientes desde la apertura del comercio en ver expuesto el nuevo número ya en el escaparte para entrar, adquirirlo y poder leer ávidamente una nueva aventura del intrépido capitán y sus inseparables Goliat, Sigrid y Crispín. En algunas ocasiones nos vencía la ansiedad y entrábamos a preguntar por él antes de verlo desde los soportales.. Esto no era lo normal porque Ignacio nos solía recibir y despedir de forma poco ortodoxa al considerar nuestra urgencia fuera de lugar. La verdad es que su fuerte no era la paciencia con los niños.
No nos quedaba otra solución que pasar varias veces a lo largo de la mañana por delante del comercio hasta descubrir la nueva portada ya entre los demás tebeos.
A veces el problema era más peliagudo, no teníamos 1’50 pesetas que costaba. La solución estaba en tener paciencia, esperar a que lo adquiriese un amigo, lo leyese y a última hora nos lo prestase. Aunque siempre preferíamos ser los propietarios para ojear, hojear y leer cientos de veces cada ejemplar.
Alberto, hijo de una de las señoras que trabajaban para los Burgueño, gozaba del permiso de los dueños para leer todos los tebeos que estaban a la venta. Debía cumplir dos condiciones: No sacarlos al exterior y leerlos sin cortar las hojas. Sabréis que era normal que muchos libros y tebeos se pusieran a la venta sin acuchillar(libros intonsos). Alberto conseguía su propósito con la maestría de sus manos y retorciendo el cuello todo lo necesario
¡Cuánta envidia nos hacía pasar!
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