BODA DE MARUJA Y JUANÍN
Por Antonio Esteban
Él era un hombre trabajador. Regentaba una tienda de
ultramarinos en la que el ama de casa podía encontrar pescadilla congelada, por
ejemplo, o botellas de coñac “Soberano”, huevos, escobas o cualquier producto
que necesitase y le sobraba tiempo para
atender el taxi, un “Seat
milquinientos”, que era el coche de los taxistas. Ella era hija de Quindós y se
dedicaba, junto con sus hermanas, a las labores de la casa. Cocinaba muy bien.
Lo sé porque yo degustaba su cocina. Un buen día tras los escarceos
consiguientes a lo largo de un par de años se casaban como manda la Santa Madre
la Iglesia. Y se casaron porque Juan había dicho a quien quisiera escucharlo
que él se casaría, si es que se casaba, con una hija de Quindós y así fue. Se
casó con la hija más bonita de Manuel Fernández Quindós y tuvieron una hija que
heredó la belleza de su madre y el amor al trabajo de su padre. Continuaron atendiendo
el comercio, una vez casados y Juan dejó el taxi que no le producía
rentabilidad. Le ocupaba veinticuatro horas del día. Los clientes, para ellos,
para los taxistas son amigos y a los clientes se les atiende, pase lo que pase.
Desgraciadamente ninguno de los dos está ya entre nosotros pero allí en donde
se encuentren seguramente sonreirán al ver
esta fotografía de su boda, quizás la única que existe. Quede constancia
de ello.