Paco Peña, peluquero vitalicio de Cacabelos, cumple cien
años que son como cien soles. Sólo unos
pocos elegidos llegan a centenarios y menos aun los que lo hacen con semejante capacidad
intelectual y vitalidad física.
Pilar, su madre, fue también una celebridad comarcal en el
mundo de la hostelería. La casa de Pilar la de Peña –actualmente el Molino-
acogía huéspedes y daba de comer a todo un ejército si hiciese falta:
-¡Ay querido! Todos
los días había gente en la casa de mi madre. Despachaba toneladas de callos.
Venían de Carracedo, Cacabelos, Quilós, Villafranca…de todos esos pueblos de
por aquí. Los domingos era imposible: entonces los trabajadores cobraban a la
semana y el domingo venían después a comer. Aquello parecía una feria.
Paco habla
pronunciando con contundencia; las dudas en algún momento a la hora de citar a
personas o lugares se deben a la propia velocidad que imprime a la
conversación. Continúa:
-Mi madre echaba unto
a los callos. Cogía una tajada –hoy hay gente que no le gusta- la ponía en un
exprimidor con un poco de agua, revolvía bien con pimentón y lo tiraba a los
callos.
Venía la Pascua. Todos
se juntaban en la casa de Pilar: cabrito, chorizos con cachelos –una cachelada,
reafirma-, hoy no hacen eso, pero sobre todo los callos.
También los hacía la
Corina (fonda adosada al antiguo Ayuntamiento) y la Bisibola en los soportales al lado de Rafael el Chusco (hoy
churrería Cristina).
Todo, todo, todo –reitera,
Paco- lo hacíamos nosotros. A mi madre le
ayudaba mucho Julio, el tío Julio. Diario, diario, diario estaba trabajando ya
desde las seis de la mañana.
Matábamos en la
temporada hasta cien cerdos. Recuerdo que una vez o dos matamos ciento noventa.
Se vendía todo, hasta en Madrid.
Paco no se apellida Peña,
se apellida Raimóndez. Peña fue
el apodo que pusieron a su padre y con el tiempo se convirtió en verdadero
apellido y marca comercial: Casa Peña, Productos Peña, Peluquería Peña…
-Siendo mi padre mozo,
ahí donde está ahora la Plaza de Abastos ¿no sabes?, detrás había una panadería
que ahora es el hotel y al lado un pared de una bodega. Mi padre se subió a
coger un nido y se cayó. Se quedó como muerto y la gente gritaba “que se mató,
que se mató”. Cuando la gente llegó a carreras ¡puf! se levantó y escapó.
Decían “mira como corre, es como una peña, más duro que una peña” y le quedó el
mote.
Uno de sus primeros recuerdos está ligado a un accidente que
sufrió en la Plaza Mayor. Apenas tenía cuatro años –había nacido en 1916 en
plena I Guerra Mundial- cuando jugando con una niña rompió una pierna:
-Yo la llevaba a
carracacho, caí y no me pude mover. Era al lado del escaparate del comercio del
Alcalde, delante estaba la mujer de Guerra. Me curó Couceiro, el padre de los
de Couceiro que era médico y Hermógenes que era secretario del Ayuntamiento y
era aficionado a eso también. Me ataron la pierna con una cuerda a los pies de
la cama. Me curaron muy bien, ni me
quedó más corta que la otra ni nada.
El Cacabelos de su adolescencia y juventud, según su visión,
difiere mucho del actual:
-Parecía más grande,
había en todos los sitios más gente. Por ejemplo, un día como hoy, estaba
lloviendo y el paseo de todo el pueblo, niños y mayores, se hacía en los
soportales. Estaban siempre llenos de gente, los cafés estaban lleno, ahora no
hay nada.
De fuera venía la
gente a Cacabelos, más que hoy. Hoy van fuera, hoy tienen un coche y se van a
Ponferrada, a donde sea, tienen más medios de comunicación.
Entonces se daba mucha
importancia a las fiestas, mucha más. Venia la gente a la Virgen –La Pascua-
venían muchos ofrecidos. Hoy no viene nadie. Venían con los trajes que tenían
para la mortaja. Las mozas con los vestidos con los que iban a llevar a
enterrarse ¿no sabes? Venían ofrecidos. Eso desapareció aquí y en cualquier
sitio.
Varios hermanos Peña
fueron peluqueros en alguna época de su vida, como lo fue su padre. Muy
pronto Paco comenzaba a hacer sus primeras faenas en el
establecimiento paterno.
-Yo creo que con diez
años ya trabajaba. Me subía a un cajón de madera que era de medir el trigo, un
cuartal. Me subía para llegar al cliente y afeitaba. Tenía la barbería donde
está ahora La Cueva con la puerta pegada a la de mi madre, la primera que
recuerde. Después la tuvimos donde están ahora los jubilados. Yo la puse cerca
del Instituto. El local era de un cuñado de los Macurros, los del café América donde tiene el comercio la chica
–Natalia- que antes estaba en la Plaza de Abastos. Me lo traspasó un tal Arroyo
de Pieros que estaba casado con una Rucha.
"Arreglando" a Romeo |
Yo hacía de todo:
corte de pelo, afeitado y hacía a las mujeres el corte garÇon. Estaba en combinación con una peluquera que cortaba a mujeres
pero no sabía el garÇon y se lo hacía yo.
Nunca ha dejado de trabajar, no sabe lo que es la
jubilación. Continúa en su pequeña oficina arreglando
el pelo, como diría él, a los amigos y familiares. Mantiene la agilidad
manual y el pulso para manejar las tijeras y deslizar suavemente la navaja barbera.
-Hace tres años vino
un matrimonio de Magaz de Arriba, conocidos míos. Arreglé al marido pero a ella
no quise, ya dejé de hacerlo a las mujeres y para hacer una trapallada, mejor
no hacer nada. No le gustó, pero no se
lo corté. Él era pastor de Magaz. Ya murieron los dos.
Un sobrino me comentaba que llevó a su hijo para que viese
como con 99 años trabajaba su tío Paco.
Le preguntó si aún afeitaba:
-¡Cómo no! Es lo que
más me gusta hacer. Respuesta contundente del barbero.
Ha sido y es un hombre muy conocido, por sus manos han
pasado cabezas de todo el contorno. Incansable trabajador.
-Trabajaba todo el
día, lo que más hacía era afeitar, no se afeitaba nadie en casa ¿no sabes?
Había días que terminaba a las diez o a las once de la noche. Pero de 9 de la
mañana a diez de la noche, diario, diario. Hoy para ganar lo que yo ganaba
tendría que tener mucha más gente.
Era continuamente
gente; el lunes bajaba algo, pero ya el martes volvía. Afeitando a dos o tres
ganaba lo que un corte de pelo. Llegué a ganar treinta mil pesetas algún mes,
pero había que trabajar. Cuando muera veréis mis anotaciones en unos cuadernos día
a día, semana a semana, mes a mes con lo que ganaba.
Con Maruja y sus hijas |
Las últimas frases recuerdan a su mujer, ya fallecida:
-Tuve mucha suerte con
Maruja, mi mujer, me ayudó mucho. Cosía, cayó en gracia y era muy apreciada por
la gente. No era déspota, era muy cariñosa.
Se podría estar escuchando a Paco horas y horas. Es la
memoria viva de los últimos cien años de Cacabelos. Ojalá podamos
disfrutar de otros capítulos.
Hoy ha pasado el día rodeado por su familia celebrando
este significativo aniversario.