sábado, 7 de febrero de 2015

David recibe el título de Campeón de Castilla y León de Eslálom Automovilístico



David recibiendo el trofeo y el diploma acreditativos de triunfo en 2014


David González Guerrero se trae de Salamanca el trofeo que le acredita como Campeón de Eslálom Automovilístico Clase I de Castilla y León 2014. El cacabelense ya se había proclamado campeón el pasado 2 de noviembre en tierras sorianas al finalizar la temporada en el primer puesto de la clasificación.Ver David González Guerrero se proclama Campeón de Slalom de Castilla y León
La entrega de los trofeos correspondientes  se realizó este sábado durante la  Gala de Campeones celebrada en el salón de actos de la Delegación Territorial de la Junta de Castilla y León en la ciudad helmántica. En el acto estuvieron presentes, entre otras autoridades, el Presidente de la Federación Española de Automovilismo, el Consejero de Deportes de la Junta de Castilla y León, el Delegado de Deportes de la Diputación de Salamanca y el alcalde ponferradino, Samuel Folgueral. Este último lo hizo, no como cargo político, sino como deportista para recibir el Premio de Campeón de Copilotos de la Copa Dacia del Campeonato de España de Rallyes de asfalto
La escudería de David, Team Rapauto, recibió el trofeo de escuderías de asfalto.
Proyección con los tres primeros clasificados

Cacabelos en la prensa

Enlaces a Diario de León:

Aprobado el presupuesto al desestimar las alegaciones

Cacabelos deja para después de la Pascua la ampliación del puente

Se asoma a mi ventana Pepe Couceiro con "Memorias de otro tiempo"



MEMORIAS DE OTRO TIEMPO: Las primeras vivencias

José Francisco Couceiro López

Como si un viaje a través de un “túnel del tiempo” se tratara, pasábamos de nuestro inconsciente nacimiento a la infancia en un “abrir y cerrar de ojos”. Esa etapa llegaba con una particular percepción de nuestro pueblo al que otorgábamos una dimensión física infinita y donde, a medida que nuestros sentidos se desarrollaban, observábamos una verdadera amalgama de barrios, calles, familias y personas diferentes entre sí. Nuestro mundo, compuesto inicialmente por familiares se ampliaba poco a poco a amigos que vivían en casas cercanas a las nuestras. Ampliar las fronteras de ese mundo más allá de unas pocas calles era complicado, sobre todo si se trataba de barrios diferentes entre los cuales y desde tiempos pretéritos existían unas diferencias tribales irreconciliables que en ocasiones se dirimían en auténticas batallas campales. A esa edad nosotros no éramos conscientes de esos enfrentamientos que conoceríamos años más tarde.
Cada día, al descender sobre el inexplorado territorio de la calle, nos encontrábamos, sin esperarlo, con un mundo de aventuras, juegos y nuevos descubrimientos que compartíamos con nuevos amigos. En un improvisado “campo de futbol” enfrente de la sacristía de la iglesia, conocido por aquel entonces por “El Sagrao”, disputábamos emocionantes partidos frecuentemente interrumpidos por los inoportunos “embarques” de la pelota en alguno de los balcones cercanos o porque el portero, en un alarde de intrepidez y/o chulería, se tiraba al suelo como si de un mullido colchón se tratara; todo por atrapar el balón antes de que entrara en la portería y recibir, por parte de sus compañeros de equipo, las alabanzas que tal hazaña merecía.
En la foto se ven las "lanzas" de la verja a las que alude Pepe
De todas las situaciones, la menos deseable se originaba cuando el juego se detenía definitivamente al quedar el balón ensartado a modo de “pincho moruno” en una de las lanzas que rodeaban el “atrio” de la iglesia. Si la pelota era de goma el desencanto se limitaba a parar el partido antes de tiempo, pero si el balón era de reglamento, auténtico lujo de aquellos tiempos, a la decepción de dejar de jugar se unía el dolor de esa pérdida, que sobretodo reflejaba la cara de su dueño.



En mitad de los juegos o partidos siempre aparecía la maravillosa figura del “ángel avituallador” en forma de nuestra madre bocadillo en mano llevándonos la merienda, indispensable refrigerio a media tarde para poder llegar hasta la cena. Muchas de las veces el relleno consistía en media libra del popular chocolate “La Mina” que sobresalía ostensiblemente fuera del pan que la envolvía. 
Maruja, la madre de Pepe, repartiendo la merienda
Imagen captada en “El Sagrao” de la iglesia en el año 1966, posiblemente por mi tío Diego Vizcaíno. Representa una de las escenas habituales de aquellos años en cualquier calle o barrio de nuestro pueblo: el dulce momento en el que una madre se acerca y reparte merienda para todos. Durante décadas los más jóvenes pasábamos horas y horas en la calle jugando con los amigos sin descanso, compartiendo alegrías y también decepciones, las cuales nos iban forjando para afrontar el futuro. 

El mayor torrente de emociones llegaba con la Navidad que comenzábamos a disfrutarla varios días antes de su inicio, desde el momento en los que algunos escaparates de la plaza se llenaban de juguetes. Nuestras visitas para contemplar una y otra vez el maravilloso espectáculo eran casi constantes, y delante de ellos, con la nariz pegada al cristal, el tiempo se paraba y el presente se hacía infinito. Con nuestra imaginación a plena potencia elegíamos, sin parar, un juguete tras otro hasta acabar con todos los que nos gustaban.  La excitación navideña duraba hasta el día de reyes, el momento mágico por excelencia de nuestras incipientes vidas y que, además, culminaba unas fiestas repletas de sensaciones irrepetibles y que, además, quedaban marcadas a fuego en nuestra memoria. Lo “malo” venía después, cuando comenzaban las clases en la escuela. A esa edad nunca hubiéramos sospechado que eran precisamente esos contrastes los que, sin saberlo, nos harían apreciar y disfrutar los momentos más esperados del año.


Fotografía del principal escenario donde desplegábamos nuestros juegos y testigo de la mayor parte de las imborrables emociones que experimentamos en nuestra niñez.