2020. Vista panorámica actual de la Puerta del Sol en dirección a la Avda.
Galicia. Fotografía de José Luis López |
LUGARES EMBLEMÁTICOS DE NUESTRO PUEBLO Y ALREDEDORES
17. La Puerta del Sol (y 2)
Por
Pepe Couceiro
En
cada barrio del pueblo, me destaca Roberto, los niños que pululaban por las
calles en los años 50 y 60 siempre estaban muy atentos a cualquier novedad que
se presentara y, en la plaza donde él vivía, estas primicias tomaban
frecuentemente innumerables formas como, por ejemplo, la de unos peregrinos
alemanes llegando a caballo, camiones de tres o cuatro ejes pasando por la General,
la llegada del circo, etc. Algo frecuente era ver numerosos viajantes por la gran
densidad de tiendas de la zona, pero una vez sí que fue novedoso ver a uno de color,
negro se entiende, que se presentó en la droguería de Dª. Pilar y D. Mero; la
voz se corrió tan deprisa que, en pocos minutos la entrada de la droguería
quedó abarrotada de chavales arremolinándose para tratar de contemplar lo nunca
visto, y prosigue Roberto ¡imagínate la cara de vergüenza de los dueños! Ante semejante
panorama, Mero no tuvo otra alternativa que, con cajas destempladas, echarlos
a todos de la entrada.
Algunos miembros de la
familia de Juanjo Mourelo (derecha) en la terraza del Venecia en la Semana
Santa de 2009
|
Cruzando la Avda. de Galicia llegamos al edificio que fue de D.
Antonio y de Dª. Jovita Luna, la cual regentaba una tienda-bar de comestibles
en el bajo, donde también se vendían otros artículos típicos de un humilde
comercio de la época, como galochas, cuerdas, peonzas (ver fotografía);
posteriormente, y durante un buen número de años, ese local fue ocupado por el Banco de Santander, después fue
dependencia de la telefonía Movistar y, en la actualidad, una oficina de
asesoría y servicios fúnebres (ver fotografía de la Carretera General). Antes
de morir Dª Jovita, se hizo cargo del negocio su hijo Félix, padre de Guillermo
y de Fernando (ver fotografías).
D. Félix Luna en los años 60 en su tienda de ultramarinos |
D. Fernando Luna en una foto de 1971 en un campamento de la OJE. |
Después de la tienda
de Jovita llegábamos a otro de los lugares emblemáticos del pueblo: El
Venecia. Según nos cuenta otro amigo, Miguel Prieto, se fundó al mismo
tiempo que el Bohio, en el que también intervino D. Rafael, y como socio
D. Juan Santos, junto a un hermano de D. Rafael. Más adelante, D. Rafael y su
hermano lo dejaron y se hizo cargo D. Juan Santos y su cuñada Dª. Carmen, la de
Mediavilla, que lo consiguieron mantener durante, nada más y nada menos
que tres décadas, hasta que comenzaron una serie de traspasos que lo llevaron
hasta el amigo Mariano, quién hace pocas semanas lo dejó en nuevas manos. Recuerda
Miguel las emocionantes partidas de póker y gilet que se
disputaban en su sótano, donde fue testigo de excepción de algunas que duraron
hasta 48 horas seguidas y, en una de ellas, presenciar encima de la mesa 700.000
de las antiguas pesetas, unos 15.000 € actuales.
Cruzando la calle De
Las Carnicerías nos encontrábamos bodegas tan populares de las que
volveremos a hablar más adelante como la de D. Heliodoro, la de Androllo
(ver fotografías), etc., y, acercándonos a la actual calle Emperador Teodosio,
muy frecuentado en la época, el bar La Ruta.
En el año 1969 irrumpió
en los medios de la época una promoción de los populares refrescos Mirinda
bajo el título: Mirinda Y...¡Musica!, donde podías hacerte con pequeños discos
de vinilo (los de 45s), con canciones de
verano de las que se emitían constantemente por la radio. Aunque ninguno de
nosotros tuviera tocadiscos, era ilusionante poder hacernos con estos preciados
objetos pensando en el día que podríamos reproducirlos. Para conseguirlos teníamos
que juntar cada una de las letras que componían la marca y que se encontraban
ocultas bajo el plástico del interior de la chapa de cada envase, sabiendo que
solo podías obtener una letra por refresco y, como resulta evidente, la mayor
parte de ellas repetidas inmisericordemente. Por lo tanto, para hacerte
con los discos, o comprabas muchos refrescos, cosa complicada porque no
teníamos ni para un polo de hielo, o buscabas las chapas por el suelo. Durante
los meses que duró aquella promoción recorrimos todos los bares buscándolas
desesperadamente, especialmente en el bar La Ruta, donde tanto sus
dueños, D. José María, su hijo Paco (Quico), como su popular y entrañable
camarero, el querido zamorano Patricio, siempre se portaban cariñosamente con
nosotros. Acudiendo a la memoria del amigo Antonio Carballo me recuerda a
través de su hermano Roberto que D. José María y su mujer Dª. Rosa tuvieron
muchos hijos, además de a Quico: Basi, Daniel, Carmen, Pili, Rosario, Lolo,
Rosita y Toñín, aunque, me recalca, que es posible que se le haya olvidado
alguno. Eran tantos que, cuando sus hijos invitaban a uno de los amigos, su
madre no se percataba ante tal numeroso regimiento, como bien recuerda el
propio Antonio cuando siendo niño fue invitado por su buen amigo Quico.
A ese mítico bar
íbamos a buscar otras chapas que también coleccionábamos y, en esa excitante
búsqueda, lo prioritario es que fueran atractivas y no estuvieran deformadas
por el descorche, circunstancia que les daba mayor valor a la hora de
jugárnoslas en los soportales de la Plaza Mayor. Lógicamente las más
complicadas de adquirir eran las que todos queríamos, es decir, guapas y
espalmadas (sin estrenar). La lástima es
que solo había un tipo de chapas en el pueblo que reunían las anteriores
condiciones y eran con las que cerraban sus envases las Bodegas Rofemar,
cuya sede se encontraba en el actual edificio del MARCA, y donde mis amigos y
yo nos llenábamos los bolsillos cuando las bodegas pasaron a ser propiedad de
mis tíos (ver fotografía).
Logotipo de las Bodegas Rofemar que figuraba en el centro de las tan
deseadas chapas.
En frente de La Ruta más
tarde ponían sus puestos las pulperas Dª. Dolores, Dª. Pilar, Dª. Emiliana, Dª.
Aquilina y el pulpero D. Anibal (Peleguín), padre de Dª. Anuncia, la
panadera y que poseía, en lo que hoy la tienda de chuches, un pequeño bar (ver
fotografía).
Ya mencionadas, al
lado de La Ruta había varias bodegas y la primera, con unas pronunciadas
escaleras, era la de D. Heliodoro, posteriormente de D. Esteban, El Soriano.
La siguiente era la emblemática de Androllo, regentada por D. Adolfo de
Arriba Carrete y su mujer Dª. Luisa Vega López (ver fotografías). Dos de sus
hijos, José Ramón (Ramón) y Álvaro (Varo) marcaron una época en
la halterofilia berciana consiguiendo importantes triunfos en el equipo que
entrenaba Santos Uría, puedo atestiguar de ambos su excelente bondad,
compañerismo y envidiable humildad, como la que también exhibía el líder de ese
equipo, nuestro gran campeón Matías Fernández.
La siguiente fotografía, además de ser digna
de exposición es una pequeña y humilde joya que representa la vida en la actual
calle de las carnicerías allá por 1930, aproximadamente. Según José Manuel Cela,
el hijo menor de D. Valeriano Cela y Dª Manuela Rodríguez (Lela), la consiguió,
junto a su negativo, en una exposición de Ponferrada a la que acudió por
casualidad y se interesó por ella porque aparecía su madre (Lela) inequívocamente.
José Manuel es el más joven de los hijos de los entrañables D. Valeriano y Dª.
Manuela, tras sus otros tres también modélicos hijos Valeriano, Luis, María
Antonia (ver fotografía). Fue precisamente José Manuel quien proporcionó la
foto posteriormente a Ubaldo quien la tuvo expuesta en su bar durante años ya
que la señora del fondo con el pelo blanco era su abuela Dª. Olimpia, pero
dejemos que José Manuel nos hable de ella con sus propias palabras:
La foto se llama "Feria de la Cruz de
Mayo en Cacabelos" Se sacó hace casi 90 años, un 1 de mayo, en la actual
C/Carnicerías -que vista la foto y atendiendo a la tradición de nuestra Villa,
desde aquí reivindico que se cambie el nombre por C/Pulperas- Cuando hace unos
años, la compré en una exposición solo sospechaba que la caldera a rebosar del
primer plano era de mi abuela, Manuela Puerto. Cuando se la regalé a mi madre,
ella y su prima-hermana Florisa me confirmaron que la niña que aparece girada
era mi madre. Por muchas evidencias, pero la indudable era la secuela de la
poliomielitis en su tobillo derecho que la marcó de por vida. Sirva de homenaje
a sus trabajos cociendo pulpo durante muchos años, como su madre, como varios
de sus hermanos, cuñados y sobrinos. La señora de negro que sube la calle, es
la única que identificaron: era Olimpia, madre de mi madrina Cuca, de Nino,
etc.
En los 60, Cacabelos fue uno de los pueblos con mayor número de
pulperas en una amplia región. Mi amigo Luis Cela (ver fotografía), felizmente
casado con otra buena amiga Rosario Núñez, me cuenta que se juntaban hasta 10
pulperas desde las proximidades de la fonda de D. Manuel Valín, del que
hablamos en la primera parte de este post, hasta más allá de La Ruta y que las
enumera con detalle: en frente de la fonda se ponía D. Teodoro (del Barco de
Valdeorras), mi tía Dª. Pilar, Dª. Maruja la madre de Los Milanes, mi
abuela Dª. Dolores; al nivel de la carnicería de D. Antonio Morete, la abuela
de Luis Dª. Manuela (La Mioca), luego la tía de Luis Dª. Maruja, a
continuación, la madre de Luis (Dª. Manuela), justo enfrente del garaje de D.
José Maria (La Ruta); la siguiente era Dª. Aquilina, tía de Luis y madre
de Carlos del que hablamos seguidamente, a continuación, tenía su puesto Dª.
Olimpia, la madre del entrañable Nino El Carpintero, suegra de D. Ubaldo
y madre de Dª. Pura y, por último, el Sr. Peleguín, del que hemos hablado
anteriormente.
De los pulperos y pulperas de antaño solo permanece nuestro amigo D. Carlos
Rodríguez (ver fotografía) y su mujer Dª. Manuela, manteniendo viva la llama
que le trasladó su abnegada madre Dª. Aquilina y su padre D. Carlos. Su figura,
la de su madre y la de todas las personas que ejercieron con voluntad esta tan
dura y digna profesión siempre estarán coligadas a esta plaza y calle aneja
para siempre.
Carlos manteniendo la
noble tradición familiar en 2016.
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Varias generaciones fueron las que nos
reuníamos en el bar El Bohío Club (ver fotografía). Este local debió
abrirse al mismo tiempo del Venecia, probablemente a mediados de la década de
los 60 y fundado por el visionario D. Rafael, tras dejar El Dorado, del
que ya hemos hablado en el capítulo de la Carretera General. Este representativo
bar era el más frecuentado en los 70. Los de mí generación y la del amigo Luis
Lago lo teníamos como centro de reunión, donde nos concentrábamos alrededor de
varias de sus mesas después de cenar para tomar algo y contarnos innumerables chistes
y anécdotas hasta bien sobrepasada la medianoche.
Poniéndose esta vez al
volante de la narración nuestro amigo Roberto nos comienza diciendo que los
autobuses de línea hacían su parada en esta plaza. Los que iban al Oeste lo
hacían delante de la tienda de Dª. Amanda y D. Florencio, y los que iban al
Este en el lado opuesto, delante de la báscula. Años más tarde ya paraban
enfrente del Venecia.
De una de las líneas
con dirección a Fabero se encargaba la empresa Vázquez y Alonso,
predecesora de la actual AUPSA; otra, la conocida como González
de la Riva, iba a Becerreá, en la provincia de Lugo y, finalmente, la
línea que hacía Villafranca y León era de la empresa Fernández, que
luego fue adquirida por ALSA.
En aquellos peculiares
autobuses viajaban no sólo personas, sino toda variedad de seres, tanto
animados como inanimados. Por ejemplo, además de las cestas con las que la
gente subía a la cabina de viajeros, tanto en otros compartimentos como en la
baca también podían ir gallinas, cabras u ovejas con las patas atadas, incluso ataúdes.
La baca del autobús tenía una barandilla a su alrededor con más de una cuarta de
altura para almacenar mercancías junto a una escalera metálica para subir a
ella y, en los que hacían el trayecto a Becerreá en la parte de atrás, un
compartimento donde podían ir los cerdos (los de cuatro patas). Me sigue
contando Roberto que, en esa época, había pocos automóviles particulares y
mucha gente de los pueblos que acudía a Cacabelos, sobre todo los días de feria,
a vender y comprar y, por tanto, necesitados a la hora de transportar sus propias
mercancías, cosa que realizaban eficazmente los autobuses mencionados (ver
fotografía).
A los niños de las generaciones
de Roberto, Carlos, Juanjo, Luis y a los de la mía propia nos encantaban las aventuras
y, por ende, aquellos enormes vehículos imaginándonos que recorrían diariamente
enormes distancias atravesando multitud de preciosos y fascinantes paisajes y
pueblos. En este sentido, Roberto me contó en su día una anécdota protagonizada
por un niño lleno de esa desbordante imaginación llamado Martín, que entonces era
conocido como Martinín; no obstante, en el dilatado plazo de tiempo que suele
haber entre las entregas para su publicación en el blog de Carlos, trató de
informarse mejor de tal historia preguntando al primo de Martinín. La idea fue
de lo más acertada porque resulta que este primo es el insigne escritor
cacabelense José Yebra, hijo de Dª. Milita la peluquera, quien tuvo la
deferencia de preguntarle por la misma directamente a su protagonista y, de
forma amable y altruista, relatárnosla con su perfecto estilo literario:
Todo lo que había acontecido con anterioridad
no importaba. Sólo sabemos que en la primavera de 1963 mi primo Martín Yebra
Vázquez se encontraba en Cacabelos al cuidado de mi madre, Emilia Yebra Quiroga
– Milita, la Peluquera – y la madre de esta, nuestra abuela común, Luisa
Quiroga Pol, todavía soltera la una y viuda ya la otra desde hacía muchos años.
Los sábados eran días de mucho ajetreo en la
peluquería de Milita, y aquel mismo sábado una prima de mi madre viene a
Cacabelos desde Fabero y aparece allí con su hijo pequeño, de unos seis años,
con el objetivo de peinarse y dejar el pelo bien guapo, a la moda de aquellos
primeros años 60 del siglo pasado. Nuestra abuela Luisa ayuda casi siempre a mi
madre lavando cabezas, quitando rulos, dando conversación. Pero ¿qué hacer con
un niño pequeño en una peluquería? Muy sencillo: «¡Martinín, ven, que hay aquí
un niño que quiere jugar contigo». Y allí se pasan los dos rapaces unas buenas
horas jugando a indios y vaqueros, leyendo tebeos, lo que se les fuese ocurriendo.
Se hacen muy amigos en ese corto espacio de tiempo.
Al día siguiente, Martín, tras haber
desayunado su correspondiente tazón de pan migado en leche fresca recién
hervida – bueno, todo, todo, seguro que no, que era mal comedor, tanto, que
incluso en ocasiones escondía los bocadillos de chorizo en oquedades que iba
encontrando entre los ladrillos de algunas paredes maltrechas - … pues eso, que
baja Martín a la plaza y mientras pasea y observa el ambiente del día, ve como
llega un autocar a la parada. Corre muy decidido hacia allí y pregunta muy
dispuesto al conductor «¿Este va para Fabero?», «Sí, sí, es el de Fabero», le
responde sin prestar demasiada atención. ¡Era la suya! Aprovecha el descenso de
varios viajeros por la puerta trasera para colarse sigilosamente en el autobús
y esconderse allí agazapado al fondo del mismo. Más usuarios y usuarias van
subiendo en Quilós, en Canedo, en Arganza. Un señor cargado con un capazo lleno
de fruta se sienta al fondo, lo ve y le pregunta si viaja solo. «Sí, señor, voy
a Fabero a ver a mi amigo».
Con las mismas, se va corriendo la voz dentro
del autocar hasta que la misma llega a oídos del conductor, que en Vega de
Espinareda avisa con disimulo a un señor que se apea allí, «Oye, avisa a la
Guardia Civil, que llevo aquí un niño que viaja solo desde Cacabelos. Que
avisen a los de Fabero, que creo que va hasta allí». Y llegan a Fabero, fin del
trayecto. Justo en la parada se encuentra la pareja de la Guardia Civil
esperando la llegada de mi primo Martín.
«Yo creo que hasta me llegaron a esposar y
todo, como a un delincuente. Parecía El Lute, jajajajaja», me contó mi primo
hace poco tiempo, aunque lo del Lute aconteció años más tarde siempre es una
imagen mítica y recurrente al hablar de una persona esposada y flanqueada por
la pareja de tricornio y capa.
Martín, que no había cumplido todavía los seis
años, regresó casi como un héroe a la casa de su tía Milita y de su abuela
Luisa, que no podían ya ni vivir con la preocupación, sin saber dónde estaría
metido aquel niño tan vivaracho y aventurero. Tras una buena ración de suela de
zapatilla que mi madre le propinó, le prepararon la merienda, seguramente un
buen bocadillo de chorizo de la matanza, y puede que, hasta ese día, con toda
la emoción, se lo hubiese zampado con muchas ganas.
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Las siguientes fotografías muestran el origen
de la estatua del vendimiador, a partir de la cual se instauró el nombre actual
de la plaza. En ellas podemos admirar el denodado esfuerzo de uno de nuestros
artistas más insignes, D. Pedro García Cotado desde cuando la inició en 1981
hasta su multitudinaria inauguración en 1983 (ver fotografía).
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Fotografías de 1981 con nuestro querido y admirado artista D. Pedro García Cotado con el bloque de 8 toneladas con el que comenzó a crear la estatua del Vendimiador durante el mes agosto. de En la segunda ya se aprecian las primeras formas tras el desbaste, concretamente en el mes de septiembre.
Fotografías de 1981 con nuestro querido y admirado artista D. Pedro García Cotado con el bloque de 8 toneladas con el que comenzó a crear la estatua del Vendimiador durante el mes agosto. de En la segunda ya se aprecian las primeras formas tras el desbaste, concretamente en el mes de septiembre.
Volúmenes ya definiéndose
en diciembre de 1981 y la escultura en fase avanzada en julio de 1982. Las
cuatro fotografías componían una postal conmemorativa de su inauguración en
1983.
La Puerta del Sol o
Plaza del Vendimiador siempre será recordada como el centro neurálgico de las
celebraciones más importantes del año, donde nos hicimos las alegres fotografías
generacionales delante de la estatua, donde recorrimos jovialmente sus bares y
bodegas saboreando los más básicos placeres de la vida, donde nos reunimos
alrededor de las mesas para charlar gozosamente con las personas más queridas,
donde, en definitiva, cada cierto tiempo nos hemos tomado ese necesario respiro
en la incontrolable vorágine de nuestra exigua existencia.
NOTA Y AGRADECIMIENTOS:
En primer lugar, pido
disculpas ante los olvidos y errores que, a buen seguro, he podido cometer y,
en segundo, mi agradecimiento a los habituales colaboradores y amigos de la
foto, pero también a Antonio Carballo, José Antonio Balboa, Miguel Prieto, Tere
La Tarula, Guillermo Luna, José Luis López, Ramón Asenjo, Luis Lago, Luis Cela,
José Manuel Cela, Rosario Núñez y Ambrosio Pintor por sus impagables anécdotas
y fotografías. Mi especial agradecimiento a José Yebra por hacernos llegar su
entrañable texto sobre las aventuras de Martinín. Todos ellos, como siempre
digo y no me cansaré de repetir, han sido los verdaderos valedores de esta nueva
entrega.
Cuatro de los asesores
que he tenido la fortuna de tener a mi lado para poder contaros las anécdotas o
enriquecer los textos con algunas de sus fotografías, altruistamente cedidas, con
el único objetivo de que fueran disfrutadas por el máximo número de lectores.
De izquierda a derecha: Manolo Rodríguez, Roberto Carballo, Carlos de Francisco
y Juanjo Raimóndez (Mourelo). Fotografía de Carlos de Francisco.