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El paso de la Dolorosa y al fondo la casa de los Burgueño |
Hoy esta entrada viene acompañada
por una fotografía de una de las procesiones de la pasada Semana Santa. No, no
es un error. Sé que estamos en
noviembre y aún quedan lejos las fechas de la próxima. Las neuronas van
claudicando, pero su escasez no llega a provocar el desaguisado de confundir
fechas tan señaladas. Y aclaro también que hoy no celebramos el día de los
Inocentes.
El 25 de junio y
el 1 de mayo pasados aparecían en este cuaderno dos entradas recordando el
pasado del
comercio de los Burgueño. Actualmente los bajos del edificio acogen
la cafetería Siglo XIX. Tanto el primero como el segundo piso están deshabitados desde hace más de dos décadas al fallecer los dos hermanos,
Emilita e Ignacio, sus últimos ocupantes.
El motivo de volver a ser protagonista este singular
edificio en este cuaderno es muy especial. A medida que vayáis leyendo,
comprenderéis. Mientras escribo, vuelve a recorrer mi cuerpo el mismo escalofrío que sentí cuando
contemplé por primera vez la fotografía y descubrí lo que en ella se ocultaba.
Entonces y ahora me pregunto como reaccionaría si hubiese lo hubiese
descubierto en directo. Os cuento:
Era viernes de Dolores al filo de la medianoche. La
Dolorosa apuraba los últimos instantes de la procesión antes de regresar a la
iglesia de la Plaza en aquella gélida noche. Los costaleros iniciaban la última
maniobra para introducir en el templo la imagen con el rostro desgarrado por el
dolor. El fogonazo de un flash ilumina la escena unas décimas de segundo. La
imagen penetra en la iglesia. La procesión ha concluido.
Aparentemente todo ha transcurrido con normalidad y según
el programa previsto. Fieles y cofrades aun apuraron algo más la noche para
reponerse del esfuerzo y del frío con un café bien calentito en los bares
próximos.
¿Todo transcurrió
normalidad? ¿Nadie se percató que una mira indiscreta observaba la
escena?
Esa noche seguía con su cámara el discurrir de la
procesión un cacabelense, Antonio Martínez, Toño. Descargó en su ordenador las
fotografías. Varias veces las fue observando con detenimiento y comprobando las
buenas prestaciones que su nuevo flash ofrecía en el exterior. Todo estaba
aparentemente correcto y él contento.
Pasan los días y Toño recupera en la pantalla de su ordenar las imágenes de aquel
viernes. Van pasando bajo su atenta mirada una tras o otra para ir haciendo autocrítica de su trabajo.
Siente una especie de chispazo mental cuando tiene ante sí la fotografía que se
publica al principio de esta entrada. Casi no puede creer lo que sus ojos ven.
¿Quién está observando desde el primer balcón de la derecha? ¿Una mujer entre
el cortinaje? Sí, no hay duda, es una dama, ni muy joven ni anciana. Enlutada.
La mirada fija en la Dolorosa. El oscuro cabello recogido en un moño. El rostro
pálido y nostálgico. Sentada en escorzo lateral y la cabeza levemente girada
observa la escena. Incluso se puede adivinar un esbozo de una
sonrisa fría y tenebrosa.
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Ampliación del balcón con la dama |
Hace años, como os decía anteriormente, que nadie reside
allí. Nadie abre ni ventila las habitaciones. Familiares de los actuales dueños
se niegan a subir incluso a pleno día.
¿Quién estaba esa noche contemplando la escena? La dama se
siente dueña. Sólo podría ser el espectro de alguno de sus antiguos moradores
que, a pesar del tiempo pasado, deambula por pasillos, alcobas, salones y
galerías. ¿Pero cuál? Descartado obviamente Ignacio, la duda estaría entre doña
Emilita o su madre, doña Rosario. Y entre las dos claramente me decantaría por
la última. El peinado y la indumentaria
pertenecen a una mujer de los primeros años del siglo XX. Doña Rosario falleció
hace más de cincuenta años, pero bien podría ser ese su aspecto si retrocedemos
un siglo atrás.
¿Misterio? ¿Ánimas que buscan el descanso final?
¿Aparecidos añorando su pasado?
Intentad encontrar cada uno la respuesta. Aquí sólo os doy
algún indicio. Nada más.