BierzoDiaro
Vista otoñal de una de las áreas que integran el sorprendente enclave de los Poliñeiros. Año 2018. |
LUGARES EMBLEMÁTICOS DE NUESTRO PUEBLO Y ALREDEDORES
17. Los Poliñeiros
Por Pepe Couceiro
En los tiempos en los que los caminos eran de tierra, las fotografías en blanco y negro y buena parte del territorio berciano anhelaba ser descubierto, un grupo de jóvenes e intrépidos amigos recorrieron sus inhóspitos y agrestes caminos, fotografiaron sus rincones más hermosos y experimentaron incontables y memorables lecciones de vida. Uno de esos lugares fue el paraje conocido como los Poliñeiros o Puliñeiros.
Los amantes de lo bucólico, en su manifestación más pura, pueden acudir en cualquier época del año a este cercano lugar. Allí se deleitarán con multitud de lienzos que la madre naturaleza pinta de infinitos colores en cada estación; sus sentidos se activarán y, por cada uno de los poros, destilarán la esencia de placenteras emociones que, posteriormente, se encuentren donde se encuentren, volverán a sentir cada vez que se trasladen virtualmente a este incomparable rincón berciano y despierten los gratos recuerdos que quedaron asociados a él para siempre.
Ubicado en los alrededores colindantes a la última curva que el río Cúa se ve forzado a realizar antes de su llegada a Quilos, era el primer destino elegido por nuestras curiosas y adolescentes mentes que deseaban conocer los misterios que nos rodeaban. Con el paso de los años comprendimos que aquellos iniciales y modestos objetivos nos preparaban para exploraciones más ambiciosas por su mayor lejanía y aislamiento.
Con la ilusión de siempre abordábamos la primera etapa del recorrido hasta Villabuena, por detrás del Santuario de la Angustia. Llegados al pueblo tomábamos la dirección a San Vicente y, tras caminar unos escasos 3 kilómetros, nuestra hambrienta mirada se desplegaba ante un amplio espacio flanqueado por abruptas montañas a la derecha y una espectacular y extensa alameda a la izquierda en cuyo centro intuíamos el cauce del Cúa. En este mismo lugar acampábamos y nos desprendíamos del polvo y del intenso calor veraniego zambulléndonos en una cercana y serena zona de baños (ver fotografía).
En un punto concreto, al pie de esas elevadas montañas, sigue brotando agua de la que siempre ha sido conocida como la fuente de la Furruxa; nombre cuya raíz hace honor al mineral de hierro disuelto en sus frías aguas. En ella hacíamos la acostumbrada parada para llenar las cantimploras y, aunque el agua desprendía un fuerte olor y tenía un sabor diferente, algunos nos la bebíamos dando por buena la opinión de los más viejos del lugar de que era buena para la salud.
Varios metros más adelante, este camino rural, actual carretera asfaltada, se divide en dos, uno de marcada cuesta arriba nos acerca a San Vicente y Espanillo y el otro, de ligera pendiente, hacia una vertiente próxima al río que, durante la estación otoñal, recobra su máxima belleza (ver fotografía).
Una de las vertientes de los Poliñeiros que conducen el agua de sus montañas al Cúa en una imagen otoñal. Año 2018. |
Siguiendo por ese camino, a pocos metros de la vertiente llegábamos al puente de San Pedro en el cual, antes descender al Cúa y recrearnos en una de las mejores zonas de baño, nos tomábamos unos minutos de reflexión sobre lo privilegiados que éramos al gozar de auténtica libertad e ir descubriendo las maravillas que el camino nos mostraba a uno y otro lado.
En la primera de las imágenes siguientes distinguimos, junto al río, un entrante en la roca que lo bordea, al parecer restos de un canal de época romana por el que se conducía el agua hasta lugares estratégicos. A escasa distancia de ese lugar las aguas del río Ancares se funden con las del Cúa y juntas discurren bajo el puente en su irregular trayecto hacia Quilos, Villabuena y Cacabelos.
Allí nos erigíamos en genuinos reyes y, con la imaginación como principal báculo de poder, nos inventábamos diversión en cualquier escenario, y si el marco era un río como el Cúa, repleto de excelentes zonas para el baño, el gozo se convertía en memorable como lo atestiguan las imágenes siguientes.
Siguiendo por la carretera de San Pedro de Olleros, ya paralela al río Ancares, a poco más de un kilómetro, atisbamos un llamativo salto de agua conocido como La Cascada de San Pedro (ver fotografías).
La Cascada de San Pedro con sus mejores galas en otoño de 2019. |
No es una lámina de un rincón de Yosemite, el famoso parque californiano, es una toma de la modesta Cascada de San Pedro, pero efectuada bajo unas condiciones que realzan su majestuosidad. Año 2019. |
Cuando el duro invierno se presenta, el paraje se llena de vistosos témpanos de hielo que adornan los rincones más sombríos (ver fotografía).
Ramas aferrándose a la vida en la Cascada de San Pedro repletas de carámbanos durante el invierno de 2019. |
Dejando atrás la llamativa y admirable catarata, el panorama que se presenta queda perfectamente encarnado por el ganado campando por los numerosos prados cercanos al río Ancares. La posterior fotografía, tomada a una temprana hora de un día de otoño, responde a lo ya señalado; en ella, además, advertimos la tenue condensación derivada de la humedad del río (ver fotografía).
Escena frecuente que puede atisbarse desde la
carretera. Año 2018.
Siguiendo el lecho fluvial podemos presenciar imágenes como la siguiente en la que los protagonistas álamos, plenamente iluminados por el sol, resaltan frente al contraste del fondo oscuro de las montañas.
Una repetida imagen otoñal en el entorno de los Poliñeiros. Año 2006. |
Volviendo a la bifurcación mencionada, eligiendo esta vez el camino de subida y deteniéndonos en su punto más elevado, podemos descubrir el cuadro que mejor simboliza el territorio de los Poliñeiros, un espectáculo que la naturaleza nos regala cada día de la estación otoñal y que nos revela la imagen que figura al inicio del texto. Caminando unos metros en dirección a San Vicente el paisaje veraniego es bien distinto, pero igual de hermoso (ver fotografía).
Desde el punto más elevado de la carretera en dirección a San Vicente en el verano de 2006. |
Siguiendo la pronunciada bajada y antes de recobrar nuevamente el margen del Cúa, observamos otra preciosa vista como la exhibida en la fotografía ulterior.
Nuestro regreso era más pausado y menos jubiloso que el de ida. Hoy sabemos que la adrenalina tenía mucho que ver en tal afligido estado anímico. Esta hormona había hecho su agradable mella en nuestro organismo fruto de las excitantes experiencias que nos llenaron de entusiasmo, pero que en esos instantes ya había vuelto a sus niveles normales. No obstante, en el mismo momento de pisar el hogar volvíamos a rearmarnos pensando que, en pocas horas, recogeríamos el fruto de lo capturado por el objetivo en apreciadas fotografías, las mostraríamos con especial entusiasmo a familiares y amigos y evocaríamos las mismas emociones de aquellos días.