miércoles, 24 de enero de 2024

A propósito del eclipse de Cacabelos

 


 
Imágenes en la prensa de astrónomos de la Universidad de París y del equipo de Roso de Luna en Cacabelos el 17 de abril de 1912.

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Arsenio López Faba

El Heraldo de El Bierzo, Semanario Ilustrado de Cultura General, editado en la admirable Villa de Cacabelos, publica la extraordinaria noticia del eclipse de Sol, que fue visible el 17 de abril de 1912. Es el quinto y último de los eclipses totales con los que en poco más de medio siglo se vio favorecida nuestra Península. La crónica la realiza el distinguido colaborador en El Heraldo, Mario Roso de Luna, astrónomo, astrólogo, abogado, antropólogo, historiador, político y doctor en Derecho, a los veintidós años y descubridor, a los veintitrés, del cometa que lleva su nombre.

Este estimado escritor, en su libro “El Tesoro de los Lagos de Somiedo” (1916), nos habla en el capítulo primero de las instalaciones astronómicas que se colocaron en el cerro de El Valín de Cacabelos para contemplar bien dicho eclipse, que presenció personalmente.

Arriba, a la derecha, miembros del Observatorio de Madrid en el Campo de San Bartolo de Cacabelos

A los 10 años recibí como regalo un maravilloso Atlas de Geografía Universal, de Salvador Salinas, para la asignatura de primer curso de bachillerato de Geografía Universal, y estaba tan emocionado mientras lo examinaba que me temblaban las manos. Son inolvidables sus láminas de figuras de Cosmografía dedicadas a la Teoría de los Eclipses, Sistema Solar, Distancias relativas de los planetas al Sol, en escala de 0’25 milímetros por cada 10 millones de kilómetros, magníficas fotografías del eclipse total de Sol, lámina de Cartografía Estelar, la obra cumbre que se considera el atlas celestial más bello de la historia, y la imagen de la Cartografía Lunar y Planetaria, mapa de la Luna con una descripción precisa de las manchas lunares, obra científica más celebrada en el ámbito de la Cartografía del siglo XVII.

Desde los comienzos de la civilización, el hombre se ha sentido fascinado por el cielo que se extendía sobre él. Los Astrónomos del antiguo Egipto, de Babilonia y China podían predecir los eclipses, y los egipcios trazaron mapas de las constelaciones. Sin embargo, todas estas observaciones eran hechas a simple vista, y sólo cuando se inventó el telescopio en la Europa del siglo XVII se pudieron hacer observaciones suficientemente precisas. Al igual que el espejo y la lente de un telescopio óptico enfoca las ondas luminosas que llegan a la Tierrra, la platina de un radiotelescopio enfoca las radio-ondas emitidas por el Sol, las estrellas y otros cuerpos celestes que atraviesan sin dificultades, la atmósfera terrestre. Muchas de las radio-ondas que llegan a la Tierra, comenzaron su trayectoria muchos años antes de que inventaran los telescopios. Es fácil que las estrellas donde aquellas se originaron hayan dejado de brillar hace mucho tiempo. Los radioastrónomos viajan a través del espacio y pueden escuchar por radio acontecimientos que tuvieron lugar en el cielo hace miles de años. La luz del espacio exterior tarda miles de años en llegar a la Tierra. La nube de polvo y corpúsculos, llamada Nebulosa del Cangrejo, se formó al hacer explosión una estrella que se dispersó en gases ígneos. La explosión se produjo 4.000 años antes de que los astrónomos chinos la vieran en el año 1054 a. de C. Una incesante explosión de gases expansivos produjo señales de radio que todavía están llegando a la Tierra. El hombre escruta hoy con agudeza su espacio inmediato. Recientemente la Agencia Espacial Europea ha difundido una fotografía de la Vía Láctea. Se trata del mapa más preciso de la galaxia en la que se encuentra nuestro sistema solar y de otras vecinas (las nubes de Magallanes), un mapa que localiza las coordenadas de unos 1.150 millones de estrellas. Es una imagen producida por el satélite Gaia, que toma su nombre de la diosa madre Tierra y es capaz de fotografiar la cara de una moneda depositada en la luna. Desde que fuera lanzada al espacio en 2013, Gaia escruta con dos telescopios de altísima precisión la inmensidad de nuestra galaxia. La imagen que proporciona tiene un valor científico incalculable.

LA VIDA DE UN BRILLANTE GENIO

Einstein fue un pensador rebelde, justo lo que necesitaba la ciencia en una época en la que urgía una buena limpieza en las espesas capas de conocimiento convencionales, incapaces de reparar las grietas de los fundamentos de la física. Su mayor logro y la clave de su trascendental aportación a la ciencia, fue cuestionar la misma base de la física clásica y las ideas preconcebidas que la mayoría de los científicos defendían. Se maravillaba ante los pequeños milagros de la naturaleza y cuestionaba postulados que los científicos más eruditos daban por supuestos, como el transcurso inexorable del tiempo. Cuando sólo contaba con 26 años hizo sus mayores contribuciones a las matemáticas y a la física. Este periodo se conoce como annus mirabilis, el año de los milagros de Einstein. Décadas tras su muerte, los grandes descubrimientos de Einstein siguen estando vigentes, y todavía vivimos en su universo, definido macroscópicamamente por su teoría de la relatividad y microscópicamente por su tería cuántica. Su huella está presente en todas las tecnologías que han definido nuestra época, desde los láseres a  la energía atómica y la fibra óptica, pasando por los viajes espaciales e incluso los semicondutores. Desde el infinito hasta lo infinitesimal –desde la expansión del Universo hasta la emisión de fotones por parte del núcleo del átomo- la creatividad de Einstein continúa definiendo gran parte de lo que conocemos sobre el cosmos y todo lo que hay en él.

 

 

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