LUGARES
EMBLEMÁTICOS DE NUESTRO PUEBLO Y ALREDEDORES
16.
La Puerta del Sol (1)
Por
Pepe Couceiro
El intenso tráfico que circulaba por la más
importante vía del pueblo, antes de ser aliviado primero por el desvío de la
N-VI y, posteriormente, por la autovía, era visiblemente sosegado en el punto del
que nos toca hablar en esta ocasión, la ya conocida en aquellos tiempos como Puerta
del Sol, Plaza de Calvo Sotelo o, en la actualidad, Plaza del
Vendimiador. En esta concentrada encrucijada, los carros, tractores o vehículos
en general, eran obligados a aminorar su marcha, bien para cambiar de dirección
repartiéndose destinos por las diferentes calles o por la gran afluencia de
personas que cruzaban la acera en varios de sus puntos. En este reducido
espacio se generaba, y todavía sigue percibiéndose, el mejor de los ambientes con
la llegada del buen tiempo con los forasteros regresando de vacaciones para
pasarlas junto a familiares y amigos y, ya de paso, acabar disfrutando de los hermosos
recuerdos que no hubieran podido sentir en otro entorno que el que rodea a nuestra
villa.
Manolo
Rodríguez inaugura el inicio de nuestro viaje y comienza diciéndonos que, en la
década de los 50, siendo todavía niño, periódicamente a la derecha de la
báscula o en la plazoleta donde Gatuño tuvo su última peluquería, se
asentaba un quincallero, también llamado gomero que, a modo de
los top-manta actuales, colocaba en el suelo platos, vasijas, tarteras,
etc., que ofrecía a cambio de trapos, trozos de metales, etc. En este sentido recuerda
que más de una bombilla del alumbrado público fue maltratada, aposta,
por alguna pedrada o balín de escopeta para aprovechar su casquillo y ofrecerlo
en aquellos atrayentes y ventajosos trueques para sendas partes; también me
subraya que, para entender esas vandálicas acciones, había que ponerse en la
piel de los que vivieron aquellos tiempos tan duros como fueron los de una
interminable postguerra.
En
alguno de los balcones de aquellas casas bajas, la del balcón con una ventana
pequeña al lado de la siguiente fotografía, concretamente donde D. Antonio
Morete y Dª. Maruja tuvieron su carnicería, se colocaba una colcha colgante para
que hiciera las veces de telón de fondo en aquellos hipnotizadores espectáculos
de los titiriteros ambulantes. Nada más llegar al pueblo se corría la voz entre
los vecinos que iban pregonando: ¡hoy hay títeres! Me sigue compartiendo
que el público concurría en masa a aquellos acontecimientos, tanto niños como
adultos asistían emocionados a las representaciones de cante, baile, actuación
de payasos, trapecistas o de la popular cabra que subía diestramente por una
pequeña escalera. Los había que llevaban su propia silla y eran los primeros en
llegar para pillar la tan deseada primera fila. Al final de la actuación
uno de los integrantes de aquella fascinante compañía se encargaba de pasar la gorra.
D.
Antonio Morete y Dª. Maruja eran los padres de D. José Antonio Morete, del que
ya hablamos en el capítulo sobre el Puente y el Río; aquel al que se le ocurrió,
a finales de la década de los 50, bañarse sin bañador en la presa de D. Reinaldo,
detrás de la fábrica de harinas de Barredo en la Angustia y que acabó
convirtiéndose en uno de los más reconocidos y populares alcaldes.
Me
continúa abriendo su memoria Manolo diciéndome que, donde se halla la actual
vinoteca, vivieron los padres de Eutiquio, Rosi, etc. (Dª. Maruja y D. Alberto
Costero). A la izquierda de la de Morete se encontraba la casa de Dª. Minia,
todos ellos Basantes y, en el extremo, dando a la actual calle Elías
Iglesias, la librería Valín.
Cuando todavía no existía el mercado de la Plaza de Abastos (inaugurada en
1957), en el espacio que comprendía entre la báscula y los actuales estanco y
librería, se llegó a constituir en un verdadero mercado, de hecho, en los
tiempos que duró, se la conocía como La Plaza
del Mercado.
Allí se organizaban, eso sí, las ferias de ganado con un ambiente como el
que muestra la fotografía de 1956. En ella se aprecia la báscula a la izquierda
y a mi tío Pepe (Panzán) junto a sus amigos D. Félix Luna y su mujer Dª.
Raquel, a la derecha.
Feria de ganado en la Puerta del Sol en 1956, alrededor de la báscula (izqda.). Archivo de Manolo Rodríguez. |
Fotografía de finales de los años 50 en la que se aprecian cambios en la báscula, con la calle Elías Iglesias a la izquierda. Foto de autor desconocido. |
A la izquierda de la
báscula comenzó a verse el quiosco de D. Valeriano Vega, marido de Pilar Valín
(ver fotografía), antes de trasladarse a los pocos años y definitivamente a la
librería actual.
Según me cuenta
Roberto Carballo, una de las personas relevantes del pueblo era D. Manuel
Valín, el padre de Pilar Valín, abuelo de Dª. Pilar Valín, esposa de D. Virgilio,
el que fuera maestro en Cacabelos durante muchos años y bisabuelo de Dª. María
Jesús Valín, la que actualmente regenta la librería. D. Manuel fue uno de los
canteros que construyó la torre de la Iglesia de la Plaza y tenía una fonda en
el mismo local (ver fotografías).
Anuncio publicitario de la fonda que regentaba D. Manuel Valín de Paz en el
interior del programa de fiestas de la Pascua de 1945 en el espacio que se
conocía en la época como Plaza del Mercado.
|
Después de inaugurada la Plaza de Abastos
vecinos y autoridades se trasladaron a la Puerta del Sol para hacer lo mismo con
la calle Elías Iglesias. En la imagen siguiente, que ya se publicó en su día en
el capítulo dedicado a la Plaza Mayor, podemos identificar los edificios de la
época en la Puerta del Sol: la casa de Dª. Amanda con los carteles de las
películas que echaban en el Cine Litán; a su izquierda se distingue el letrero
de la casa y droguería de Mero y Pilar; en el centro, al fondo, una Plaza Mayor
profusamente engalanada para la ocasión y, a la derecha, la fachada lateral del
ayuntamiento por su cara oeste, la cual podemos ver de frente en otra de las
fotografías en la que nos detendremos más tiempo.
Años antes de 1957, cuando
se pavimentó la Plaza de Calvo Sotelo, el alcalde de entonces, D. Manuel
Rodríguez, le contó a su hijo, nuestro amigo Manolo, que ese día se enterró un
recipiente, botella, o algo semejante con unas monedas y un escrito indicando
la fecha del acontecimiento, a efectos de facilitar el trabajo de los
arqueólogos del futuro.
Cruzando la calle
Elías Iglesias, en la casa que sigue a la del estanco (ver fotografía), se
situaba la barbería de D. Tito Raimóndez Peña, como puede percatarse por el
letrero. Tito era hermano de Mero, Luso, etc., y su mujer, Dª. Elida, era
hermana de Dª. Lola, Dª. Pili y Dª. Emi, esta última mujer de D. Eumenio
García, dueño de la librería García, del que hemos hablado en el post dedicado
al museo y del que volveremos a hacerlo más adelante. El letrero del primer
piso delata la existencia de otra peluquería, esta vez de señoras. Según me
apunta Manolo, a la izquierda, por donde sale el caño de la estufa, era donde D.
Genaro El Chusco puso un comercio de ultramarinos, que más tarde lo
ostentaría Dª. Lelita, la mujer de D. Carlos Pintor (padre), el de la
gasolinera de la esquina del estanco, suegros de D. Eutiquio.
Cruzando la Avda. de
la Constitución nos topábamos con las escaleras que, en un indeterminado
momento de su historia, fueron declaradas como El Senado y del que ya hablamos
en el capítulo dedicado a la Carretera General, pero de obligada mención
aquí por su ubicación. En este importante lugar de encuentro, tanto jóvenes
como jubilados de varias generaciones se sentaban a charlar sobre lo divino y lo
humano o, simplemente, a otear pasmados el horizonte que ampliamente se
desplegaba desde ese estratégico altillo (ver fotografía). Me señala Manolo que, bajo esas escaleras, en un
reducido lugar al que se accede por la pequeña puerta que puede apreciarse en
la fotografía, D. Felipe guardaba las pieles de la matanza, motivo por el que
sus alrededores quedaban saturados de aquel nauseabundo olor. D. Felipe trabajaba
en la carnicería de D. Antonio Morete y era uno de los hermanos de Alfredo El
Mineiro (padre de Ramón Asenjo).
Retomando la simpática
anécdota que el padre de Roberto y Antonio, el singular e inolvidable D.
Antonio El Carretón, en su día les contó a ambos y que ya mencionamos en
el capítulo sobre la Carretera General; aquella en la que, para proclamar la
Segunda República sacaron los Santos de la Iglesia de la Plaza y fueron
colocados en las escaleras de El Senado. Pues Roberto me la amplía
diciéndome que los Santos pasaron allí toda la noche y, al día
siguiente, un muy popular vecino del pueblo que vivía cerca del actual Bohío
y que por aquel entonces tenía unos 15 años, salió de su casa sobre las cinco
de la mañana en una noche muy cerrada para ir a buscar los bueyes porque ese
día concreto tocaba arar. Ante la dura jornada que le esperaba y para ganar
tiempo lo hizo sin desayunar llevándose un cacho de pan con tocino que iba
cortando en trozos con su navaja sobre la rebanada. Medio dormido y de sopetón
se encontró con los Santos en la escalera que parecían mirarle
inquisitivamente. Tras unos instantes de parálisis integral, arrojó el pan, la
navaja y el tocino saliendo despavorido hacia su casa pensando atropelladamente
que solo tras su puerta estaría a salvo.
Pasada la calle de Los Morales nos encontrábamos con el edificio del
Ayuntamiento antiguo, concretamente con su parte lateral oeste, ya mencionada
anteriormente. En los años cuarenta y cincuenta, en esa fachada que muestra la
siguiente fotografía, se situaban, me recuerda Manolo, dos churrerías, una en
la esquina de la izquierda, justo antes de entrar en la plaza, de su abuelo
Francisco El Portugués, que atendía junto a Dª. Teresa, su segunda mujer,
y otra, en este caso regentada por Dª. María, en la esquina de la derecha,
antes de que existieran las de la carretera y la de Dª. Josefa (Cachinín)
en la plaza. En ambas ofrecían unas
pequeñas copas de aguardiente a primera hora de la mañana para los que madrugaban
en invierno y tenían que ir a trabajar temprano desplazándose, en muchos casos
en bicicleta, no pocos de ellos sin dinamo, acudiendo para alumbrarse a un candil
de carburo.
Poniéndose esta vez en la dirección Roberto me
cuenta que nunca olvidará cómo Dª. María, la churrera, velaba por la seguridad
de cada niño cuando tenían que cruzar la carretera. Las frases más pronunciadas
por esta buena mujer eran: ¡Niño no cruces!, ¡Niña cruza ahora! Evidentemente
la realidad de la época era bien diferente a la actual; en esos tiempos cada
niño no solo tenía una madre sino cientos repartidas por todo el pueblo y que,
además, nos trataban amorosamente, salvo cuando infringíamos las mínimas reglas
que todos conocíamos por la educación recibida de nuestros mayores y, si tal
cosa ocurría, continúa relatándome Roberto, eran igual de severas que la propia
armándose con la zapatilla en mano.
En frente de este
edificio, en los años 30, hacían parada los autobuses de línea como veremos más
adelante, y en él se localizaba el servicio de Telégrafos (ver fotografía).
A cargo de él estaba
D. Antonio Alonso, conocido familiarmente como Antonio El Telegrafista
(ver fotografía), uno de los personajes que, junto a su mujer (Dª. María Jesús)
e hijos (Toño y Mª. Jesús) recordarán todos los que hayan vivido aquellos años
en el pueblo (ver fotografías).
Carlos de Fco. cree
recordar que, al lado del local de telégrafos, había otro donde los de Peña
tuvieron un bar primero y luego la representación de máquinas de coser Alfa.
Años más tarde, ese sitio pasó a ser la sede de la OJE (Organización
Juvenil Española), que luego se trasladaría donde Coneja puso el taller
de bicicletas. Precisamente en ese local cercano a la plaza, los de mí
generación pasábamos horas y horas jugando al ping pong y, en el mismo
espacio, con la dirección postal de Puerta del Sol nº 1, también estuvo
inscrita la sede de la Agrupación Montañeros del Cúa. Posteriormente, se
le dio la utilidad de impartir clases gratuitas a las chicas que hacían el Servicio
Social, algunas de las cuales las daba nuestra querida y recordada Margarita
durante uno de aquellos veranos, tal como su marido Carlos nos recuerda. Para
finalizar me subraya que, en este mismo lugar, se instaló la primera aula que
tuvo el colegio de Cacabelos dedicada a niños con necesidades educativas
especiales.
Detrás del edificio, donde se distingue el buzón de correos de la foto,
hubo en esos tiempos un pequeño local que, durante años, estuvo habilitado como
cárcel y que, posteriormente, se convirtió en un atractivo y muy concurrido
museo municipal, sobre todo en las fiestas de Pascua, gracias al esfuerzo y
pasión que durante décadas le dedicó de forma altruista la agrupación El
Pedrusco encabezada por D. Eumenio García Neira (ver la 13ª entrega
de esta serie:
Cruzando la entrada de acceso a la Plaza Mayor, en la esquina de Cascote,
los domingos y días festivos nos encontrábamos con los puestos ambulantes de chucherías,
castañas asadas, regaliz, borrachos, etc., entre ellos el de Dª. Isidora,
suegra de D. Bernardo El Pardal, según me recuerda el amigo Roberto. D.
Bernardo es el padre del amigo Fernando (Nando), Lola, Tusa y Dori, y
estaba casado con Dª. Pilar, la hija de Dª. Isidora. Antes de Dª. Isidora el
puesto lo asumió la conocida como Loba Marina. El último que lo tuvo fue D.
Francisco El Pitorro y su mujer Dª. Joaquina, a los que también ayudaban
sus hijos: Sara, Manolo y Josefina. Ni que decir tiene que esos puestos eran
los más queridos y frecuentados por los niños, y no tan niños, de esa época.
Desde aquí, los que vivimos esas experiencias en esa fase de nuestra vida,
queremos enviarles nuestro sincero agradecimiento por haberlos hecho
realidad.
Inmediatamente después llegábamos a la casa de la Dª. Amanda y de D.
Florencio (ver fotografía).
La casa de Dª. Amanda y de D. Florencio a la derecha durante los años 50. A la izquierda de la carretera el edificio de D. Antonio Luna. Foto de autor desconocido |
La muy querida Dª. Amanda Martínez (ver fotografía), la mujer de D.
Florencio Pombo (Cascote), padres de Víctor, Luis, Berta y Miguel Ángel
(ver fotografía familiar), tenían una tienda de ultramarinos en el bajo de su
casa que también daba a la Plaza Mayor. En la década de los 50, cuando la plaza
del mercado se localizaba cercana a la báscula, la entrañable Dª. Amanda solía
poner su puesto de pescado. La destacable virtud que ha pasado desapercibida de
esta excepcional persona ha sido su discreta generosidad con las personas más necesitadas,
sobre todo en los duros tiempos de la postguerra. Sin embargo, lo que sí
recordamos los que la conocimos, eran aquellos simpáticos momentos en los que ponía
de manifiesto su personalidad cuando, bien desde alguno de los balcones de su
casa o desde el puesto del mercado llamaba a su marido con su portentosa voz
gritando: ¡¡¡Florencioooo!!!
Me
comenta Carlos que, en el mismo local donde D. Florencio y Dª. Amanda tenían la
tienda de ultramarinos, tuvieron anteriormente el Café Pombo. en el cual se recogían los paquetes
que venían facturados en los coches de línea que tenían parada enfrente del
establecimiento.
La droguería de Mero y Pili, padres de Juanjo
Mourelo (ver fotografía), fue inicialmente una barbería y, como ya hemos
contado, estaba adosada a la de Dª. Amanda (ver fotografía de la carretera). En esa tienda,
según Carlos de Fco., Mero también recogía y repartía los paquetes que traía de
Madrid la empresa de transportes Vallejo en su destino hacia La Coruña.
(Continuará)
(Continuará)
No hay comentarios:
Publicar un comentario