Pepe Couceiro e Isidro Canoniga años ha |
EL FOTOGRAFO FOTOGRAFIADO
Por Antonio Esteban González
Juanito Valderrama escribió la
letra de EL EMIGRANTE, en la servilleta de un restorán de Ponferrada. Lo sé,
porque él mismo me lo contó en Lugo en el Hotel Lugo S.A., una tarde, antes de
debutar con su espectáculo en el Gran Teatro y
conservaba la servilleta en su casa.
Ignoro en donde puso palabras a MI PRIMERA COMUNIÓN,
musicada por el maestro Rescolles. Esta
canción sonó muchas veces en las
emisoras de radio, durante el mes de mayo, cuando los niños vestidos de
almirantes sin naves y las niñas de novias con galas imperiales, importantes
para los papás y las mamás. Galas
impropias, pienso, como lo era el banquete y la
parafernalia que oscurecía el verdadero acto en sí: comer el Pan de los
Ángeles, como si los ángeles, que son espíritus puros necesitasen pan para
alimentarse. Después, durante el banquete
Radio Juventud de Ponferrada
dedicaba MI PRIMERA COMUNION a
Pepito Pérez, de parte de sus padrinos Araceli y Juan y sus primitos Loli,
Chari, Robertito, Claudia y Josemi y de los abuelitos José Ramón y Margarita y
ya, al final, cuando los niños habían comido el helado de chocolate y la gente
mayor se descorbataba, contaba chistes verdes y fumaba puros con la voz, al fondo, de Valderrama se
escuchaba aquello de “Un coro de serafines / hay en el Altar Mayor / que está
mi niña tomando/ la primera comunión//. Ninguno de los comulgantes habíamos
visto al coro de serafines, ni siquiera los monaguillos, pero nos lo hacían
imaginar.
A mí, personalmente, me vistieron
de blanco con corbata de lazo y zapatos
de charol -que yo ensucié tan
pronto como pude- y al terminar el banquete en el que degusté, por vez primera,
“mortadela” me llevaron a casa de don Jacobo Hoëltz y de doña Juana que me
dieron un billete de cien pesetas que no
volví a ver y me emborraché -dentro de
lo que cabe- con fresas, vino y azúcar y
de esta forma llegué a la Iglesia para recibir el diploma de Primera Comunión.
Así eran, hace años, aquellas
primeras comuniones -para algunos la
primera y la última- que, por lo demás,
en poco se diferenciaban de las de hoy. Mucha parafernalia y poca religiosidad.
En la foto de hoy, vemos a un
niño que, pasados los años, fotografiaría muchas primeras comuniones: Isidro, o
sea, Sidrín, el fotógrafo, acompañado de Pepe Couceiro, los dos con caras de
circunstancias porque, a lo mejor habían dejado, sin confesar, algún pecadillo
sin importancia y les remordía la conciencia. Pecados que nos parecían mundos y
que nos agobiaron durante algún tiempo, pero que no dejaban de ser pecadillos
que uno mismo podía perdonarse con agua bendita: “Con esta agua bendita/ que
tomo en mis manos / sean perdonados/ mis delitos y pecados//
La foto tiene muchos años, pero
la primera comunión sigue celebrándose en el mes de mayo, como siempre.
Es una foto, como otras muchas,
para recordar.
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